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Bip-Bip, señal musical en Copacabana

Quien visita Río de Janeiro, sea primerizo o reincidente, sabe que la ciudad carioca es sinónimo de playas y mar, pero también de música, esa que brota a cada paso y en cada reunión / Pero hay lugares que no están en catálogos turísticos, como Bip
Quien visita Río de Janeiro, sea primerizo o reincidente, sabe que la ciudad carioca es sinónimo de playas y mar, pero también de música, esa que brota a cada paso y en cada reunión / Pero hay lugares que no están en catálogos turísticos, como Bip

Quien visita Río de Janeiro, sea primerizo o reincidente, sabe que la ciudad carioca es sinónimo de playas y mar, pero también de música, esa que brota a cada paso y en cada reunión. Pero hay lugares que no están en catálogos turísticos, como Bip-Bip, un seductor reducto. 

_¡Alfredo!

_Oi…

_Cerveja…

_Ok…

Este diálogo se repite a cada momento en este pequeño local a escasos metros de la playa de Copacabana, en Río de Janeiro. Alfredo Melo es un hombre bajito, barbudo, dueño del bar

Bip-Bip, que se fundó el 13 de diciembre 1968 y desde entonces es testigo de la historia del samba en Río. Es la cita para los músicos de las escuelas que vienen a improvisar, aprender y disfrutar de los sonidos de sus instrumentos, de lunes a lunes.

El programa contempla los lunes, samba; martes, choros; miércoles y viernes, bossa nova; jueves y sábados, libres, y domingos, ronda de sambas.

Bip-Bip es un lugar chico para los grandes músicos y público ávido de los sonidos típicos cariocas. Aquellos, se lucen adentro, alrededor de una mesa, como si fuera un gran banquete familiar italiano, que espera la pasta de la nona.

Afuera, en la vereda, el público escucha y a la hora de los aplausos sólo hace chasquidos con los dedos, para no molestar a los vecinos del edificio.

Alfredo, en la puerta, atiende el teléfono y anota los pedidos de los parroquianos. Siempre vestido con camisa, bermudas y ojotas. Este viejo socialista militante, maneja el espacio de seis por tres, que se asemeja más a un dormitorio de auto que a un salón de fiesta, con la misma ideología.

Cada visitante saca su cerveza o agua de las heladeras y él se encarga de anotar en su libreta. Seguramente algún “avivado” se va sin pagar, pero son los menos.

Algunos sábados por la tarde también se debaten temas específicos, para mejorar la ciudad. Pero él no descansa para ayudar a los demás. Hasta llega a cobrar una contribución para repartirla entre aquellos que, él sabe, lo necesitan. O pide sangre para los internados, que no tienen como conseguirla.

En épocas de la dictadura, en su casa también albergó a los militantes de izquierda que eran perseguidos por los militares brasileños. Muchos de los mejores sambistas de Río pasaron por allí, entre ellos Cristina Buarque, la hermana de Chico.

También grabaron un disco con los músicos que alguna vez estuvieron en el lugar y lo recaudado fue para beneficencia.

Y hasta tiene un libro Bip-Bip, um bar al servicio de la alegría, de Marceu Vieira, Luiz Pimentel y Francisco Genu.

Entre el público se escuchan varios idiomas y de todas las edades. La mayoría de los músicos son cariocas. pero también hay argentinos.

Matías Bidart es bonaerense y discípulo del mejor guitarrista “brasileño” nacido en nuestro país: Agustín Pereyra Lucena. “Para mí es un placer y un privilegio venir a este lugar y hacer música”, asegura, y agrega: “También vengo como espectador, porque siempre aprendo algo más”.

Los instrumentos y las muy pocas voces (la mayoría es música instrumental) no se amplifican, son un sonido puro que nace del corazón para llegar a lo más profundo del alma.

Alfredo fue un parroquiano más, fue público, fue oyente... pero desde hace 30 años además es administrador de uno los pocos lugares que sobrevivió, por más de 46 años con el samba y la bossa. Como el correcaminos, Bip-Bip no se deja alcanzar por el coyote del tiempo y trasciende más allá de la música y se transforma en un refugio de la cultura.

*Especial