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Berlín entre monumentos, alta cocina y diseño

El costado más glamoroso de la capital alemana se vive en sus parques, edificios y restaurantes con estrellas Michelin.

¿Qué se puede esperar de una ciudad que recibe al visitante con el dulce perfume de los tilos? Serenidad y elegancia. La avenida principal de Berlín, que nace en las Puertas de Brandenburgo, se llama Unter den Linden (literalmente, “bajo los tilos”) y durante un kilómetro y medio el aroma de las flores impregna el aire y dulcifica el paso.

Pero ni en Unter den Linden ni en ninguna otra calle de Berlín hay un Coliseo, una Notre Dame, una abadía de Westminster. Aquí el pasado fue ayer y a todo vestigio de la Europa antigua, renacentista o medieval se lo han llevado los bombardeos de los aliados. Para 1945, el ochenta por ciento de Berlín había sido destruido.

DATOS ÚTILES. Información útil para recorrer la Berlín.

Vidrio y hormigón

Un buen lugar para empezar la visita es el edificio Reichstag, el parlamento, a pocas cuadras de Brandenburgo. La cúpula original fue reemplazada por una de vidrio y hoy es una de las atracciones principales de Berlín, no sólo por tratarse de una obra maestra de la arquitectura moderna, sino también porque ayuda a entender a esta ciudad ombligo de la historia del siglo 20. Una rampa en espiral la recorre hasta la cúspide y permite observar en una vista de 360 grados los edificios más importantes de la capital, mientras la audioguía los va señalado.

Las alusiones a los estragos del nazismo también están presentes. En el ingreso a la cúpula, hay cuatro enormes cuadros de Gerhard Richter que se basan en fotografías del campo de concentración de Birkenau. El pintor fue cubriendo las fotos con varias capas de pintura, que evitan la mirada directa a las atrocidades del Holocausto pero lo ponen al centro de la política alemana.

Por otro lado, por las Puertas de Brandenburgo que mandó a construir Guillermo Federico II en 1788 pasó el muro que dividió la ciudad desde 1961 a 1989. A metros de allí, el gran monu-mento al Holocausto, formado por 2.711 bloques de hormigón de diferentes alturas, vuelve a decir que Alemania no olvida.

Alta cocina y diseño

Y si bien cualquier berlinés que haya nacido antes de 1985 recuerda la caída del muro y los años del comunismo –y seguramente ha escuchado relatos familiares de la época del nacional socialismo–, la ciudad se despierta a un presente brillante. Proliferan los restaurantes de alta cocina (hay 20 con estrellas Michelin) y circuitos donde se lucen los diseñadores locales.

Los edificios desmesurados de la Unter den Linden –el Museo de Historia, la Universidad Humboldt, el de la Nueva Guardia– y los de la Isla de los Museos que le siguen, dejan paso a callecitas sinuosas, bares, restaurantes y negocios a escala humana en el barrio de Mitte. Allí está el Hackescher Markt, una serie de pasajes que enlazan edificios y patios internos donde se suceden el teatro Chamaleon, la galería de arte Lumas y negocios de diseñadores independientes ya sea de ropa, como Arrey Kono, o de “bijou”, como Perlin.

Allí está también Pauly Saal, el restaurante que aún no ha ganado su estrella Michelin pero que la merece. El edificio es una antigua escuela para niñas judías anterior a la guerra. En el salón principal hay una enorme bomba de pared a pared que su chef, Arne Anker, se apura a aclarar que “es arte”. En lo que era el patio del colegio, se arman mesas en verano.

El último restaurante de Berlín en ganar una estrella Michelin fue Tulus Lotrek, ubicado en el verdísimo barrio de Kreuzberg, a 20 minutos del centro. El dúo dinámico de Ilona Scholl en el salón y Max Stroche en los fuegos –pareja y propietarios– sorprende con una cocina que no por original pierde de vista lo principal: el sabor. A ellos se suma la encantadora sommelier Henriette Dreger, que marida cada uno de los 6, 7 u 8 pasos del menú.

Otra zona sofisticada es el área de las embajadas próximas al parque de Tiergarten. Allí, en el hotel Das Stue, el chef catalán Paco Pérez conduce la cocina de Cinco, ganador de la primera estrella Michelin en 2013. La ambientación con 86 ollas de cobre suspendidas en el cielorraso empata con los platos de inspiración mediterránea y un servicio impecable.

Sin olvidar su pasado, pero sin congelarse en él, Berlín espera ser redescubierta en su costado más glamoroso.