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Antofagasta: del Pacífico a los Andes

En esta región del norte chileno se destacan San Pedro de Atacama, su localidad más turística y rodeada de volcanes, y un desierto que llega hasta la costa y es famoso por la claridad del cielo.

El lugar más árido de la Tierra. El mítico desierto que florece milagrosamente una vez cada varios años. El secreto de la riqueza minera de Chile. Y mucho más. La región de Antofagasta, en el norte del país vecino, conecta dos mundos muy diferentes –las alturas andinas y las costas del Pacífico– a través precisamente del desierto.

Si bien es frecuente organizar viajes separados a un lado y al otro, por sus características tan diferentes, también es posible unir la ciudad misma de Antofagasta, sobre la costa, con San Pedro de Atacama, en los Andes, en un trayecto de poco más de 300 kilómetros. Cualquiera sea el punto de partida elegido se podrá ingresar en una de las regiones más bellas y misteriosas del mundo, que es también la más ancha de Chile y, por ello, la única en la que se dice que tiene sentido hablar de norte, sur, este u oeste: en el resto del país, basta con ir “al norte o al sur; al mar o al cerro”.

El desierto costero

Antofagasta ciudad es el punto de partida para conocer uno de los hitos del viaje: la Mano del Desierto, una escultura de 11 metros de altura de Mario Irarrázabal, el mismo artista de la mano que surge de la playa en Punta del Este. Está unos 75 kilómetros al sur, por la Ruta 5 Panamericana, y es el escenario obligado de una foto en medio de la nada.

DATOS. Información útil para conocer Antofagasta.

Más adelante, siempre hacia el sur, hay otro ícono de la aridez y la soledad: el cementerio abandonado de un antiguo salitral, en el poblado conocido como Oficina Chile. Viejas flores de papel, descoloridas por el sol, se mecen sobre las tumbas entre cruces de madera por donde sopla el viento: es el ambiente ideal para las leyendas y los fantasmas, como los que dibuja en el papel el narrador chileno Hernán Rivera Letelier, oriundo de esta región.

Antiguas instalaciones mineras –el salitre y los minerales son la riqueza que la tierra entrega en el desierto– acompañan en la ruta hasta llegar a Taltal, un pueblito antiquísimo al borde del mar, antiguo territorio de los pueblos originarios changos. Además del paseo por la plaza, hay que hacerse un rato para cenar sí o sí en el Club Social, antiguo punto de reunión de los ingleses y uno de los mejores lugares de Chile para comer un buen congrio frito. Taltal, además, es la localidad más próxima a los telescopios del Observatorio Espacial Europeo.

Nuevamente en Antofagasta, además de visitar la ciudad y el museo dedicado a los salitrales, rumbo hacia el norte se puede cruzar el Trópico de Capricornio y conocer varios balnearios: sobre todo Hornitos y Mejillones, donde vale la pena detenerse especialmente en la hermosa Punta Rieles, la punta de una península donde toda la vista da hacia el más profundo azul del Pacífico.

Pueblito en altura

San Pedro de Atacama es el otro extremo del desierto. Pero si en Antofagasta uno está al nivel del mar, aquí todo empieza a 2.600 metros de altura y siempre a la sombra del volcán Lincancabur, que alcanza más de 5.900 metros y es sólo una muestra de los gigantes andinos que rodean al viajero. El lugar pasó de ser un pueblito perdido en la altura, remoto y sólo para entendidos a convertirse en la meta de numerosos extranjeros, no sólo turistas sino también aquellos que eligieron quedarse a vivir, atraídos por la aridez y la belleza de estos parajes.

Con sus casas de adobe y un centro pequeño pero muy activo, el pueblo es el punto de partida para las excursiones que llevan hacia los espectaculares paisajes de los alrededores: muchas de ellas se pueden hacer alquilando un auto o bicicleta, ya que las distancias no son tan grandes, en tanto para la más famosa –los géiseres del Tatio– conviene un vehículo 4x4 (pero no es imprescindible). Se sale antes del amanecer, ya que es el contraste del frío con la salida del sol lo que permite precisamente ver el fenómeno. Para compensar la baja temperatura, hay piletas termales calientes que tientan a descalzarse y mojar los pies. Es imperdible, aunque no recomendable para quienes sufren el mal de la altura.

Otro clásico es la laguna Chaxa, una laguna con salar que forma un auténtico mar blanco y desemboca en el Mirador de los Flamencos, donde las aves parecen flotar mágicamente sobre el espejo de agua que refleja el atardecer. La laguna Cejar también es popular, porque se abre en medio del desierto y es cercana: incluso se puede llegar en bicicleta. Conocida como “el Mar Muerto chileno”, tiene un altísimo nivel de salinidad que invita a flotar sin poder hundirse. ¿Una curiosidad? En medio del agua fría hay manantiales asombrosamente calientes.

Finalmente, Atacama tiene su propio Valle de la Luna. Es en el corazón de la Cordillera de la Sal, donde los Andes se encuentran con el desierto, formando un mundo digno de otro planeta que toma colores y formas caprichosamente moldeados por los elementos a lo largo de miles y miles de años. Quedarse hasta el atardecer es uno de los ritos, para ver cómo cambian los colores sobre la piedra hasta que aparece, infinito e inalcanzable, el cielo atacameño.