buscar

Ámsterdam y la luz

Fachada del Rijskmuseum frente a la plaza de los museos, actualmente está en obras que se terminarán para el verano de 2013.
Fachada del Rijskmuseum frente a la plaza de los museos, actualmente está en obras que se terminarán para el verano de 2013.

La capital de los Países Bajos es la residencia ideal para dos genios de la pintura universal: Rembrandt y Van Gogh. Ambos eran holandeses y están separados por más de 200 años de historia, pero esta ciudad, que hace de la originalidad su estilo de vida, logró reunirlos en su corazón y los rodeó de chicos, árboles, fuentes, risas y alegría. A cambio, sólo les pide su luz para sumarla al calor de su hospitalidad y buen vivir.

I\'Amsterdam, dice la enorme estructura- eslogan en la Plaza de los Museos (musseumplein) frente al Rijskmuseum donde cientos de turistas trepan cada día felices de “ser y estar” aquí. La capital holandesa es una de esas metrópolis originales y abarcativas como Venecia, Cuzco o Roma que enamoran al visitante con su impronta única  y aún recorriéndola por fuera del circuito turístico, no deja lugar a dudas: siempre sentimos que “somos y/o estamos” en Ámsterdam, paseando por la Plaza de los Museos o en cualquier lejano barrio de la ciudad.

Habíamos llegado el viernes apenas caído el sol y esa noche la ansiedad fue más veloz que el reloj del conserje: salimos del hotel a las seis de la mañana del sábado y sorprendimos a la ciudad aún desnuda, bellísima y repleta de luz.

Después de caminar un par de horas y a medida que Ámsterdam comenzaba a vestirse de rutina ciudadana, me propuse un juego visual para sopesar esa originalidad que nos sorprendía a cada paso: quitaría de mi mente uno a uno los elementos urbanos que la caracterizan, para descifrar hasta dónde llegaba a ser Ámsterdam y cual era el secreto que la diferenciaba de otras capitales europeas.

Empecé por donde empezaríamos (casi) todos y borré de mi cabeza la zona roja, con sus prostitutas legales, y los bares de marihuana libre, pero seguía en ella y ella seguía siendo única.

Quité entonces los canales y millones de bicicletas, pero nada. Taché la hospitalidad de sus habitantes, los bares al aire libre y el respeto por el espacio público pero ella seguía siendo Ámsterdam y nosotros seguíamos estando aquí.

Como última y extrema medida, borré de mi mente su armónica arquitectura, a escala humana, de infinitas ventanas y entonces sí, cuando ya no quedaba nada en pie, encontré el secreto de Ámsterdam, casi el alma de la ciudad, aquello que le insufla vida: la luz. Esa luz generosa en la temporada estival que transitábamos y tercamente cálida en su lucha con la larga noche del invierno.

Aquí la luz es un deseo y una pasión, que se esparce por todos los elementos que la componen: calles, plazas, canales, arquitectura, transformándolos en maravillosos actores de una gran obra urbanística.

La luz es el teatro, la escena fundante de la ciudad; se cuela por los vidrios de las ventanas ausentes de persianas y balcones; vibra en las flores y plantas de los interiores y los parques, y se transforma en calor humano en la hospitalidad de sus habitantes. Es pasión desatada en verano y deseo febril en invierno. No faltará quien argumente –no sin razón– que a la capital de los Países Bajos la define el agua más que la luz, que existe y sobrevive por el manejo de las mareas y la planificación de los canales realizados por el hombre. Pero, yo no me refiero a ello, yo hablo del alma de la ciudad, de aquello que la hace única y va más allá de una obra de ingeniería.

La luz en el arte. Como sustento a mis palabras presentaré a dos ilustres habitantes de esta ciudad que nos dejaron, en sus obras, los más bellos tratados artísticos sobre la luz. Ambos residen en el Musseumplein de la ciudad, separados por algo más de 200 metros de parque y otros tantos años de historia.

El primero, Rembrandt Van Rijn, defendió la luz a fuerza de pinceladas certeras frente a las sombras del siglo 17, y el segundo, Vincent Van Gogh, plasmó y descifró los secretos cromáticos de la luz en la penúltima década del siglo 19.

Rembrandt vivió en esta ciudad desde mediados  del siglo XVII y hoy el Museo Nacional de Holanda (Rijskmuseum) alberga varias de sus obras más famosas, entre ellas La ronda nocturna, que se exhibe junto a pinturas de Vermeer, Avercamp, Jan Steen o Franz Hals,  que retratan la vida de los holandeses durante su “Siglo de oro”, en el que fueron una agresiva potencia ultramarina.

Vincent Van Gogh en cambio, nunca residió en Ámsterdam y llegó aquí para vivir su eternidad en un museo maravilloso, donde comparte su pasión junto a algunos amigos y grandes figuras de los principales movimientos pictóricos de finales del siglo 19, como Toulouse Lautrec, Paul Cezanne, George Seurat y Paul Gaughin.

Rembrandt y Van Gogh son figuras fundamentales en la pintura universal y Ámsterdam tuvo la gran idea de permitirles residir en el Musseumplein rodeados de árboles, fuentes, canchas deportivas, bicicletas y niños. Pero todo esto no es gratuito, ellos deben aportar su luz al erario público.

Rembrandt. El Rijskmusseum es el museo Nacional de Holanda y en su planta baja se exhiben armas, documentos, objetos y maquetas que hacen a la historia del país. Pero nosotros buscamos la luz, así que pasamos rápidamente al segundo piso donde la reforma de los arquitectos españoles Cruz y Ortiz –aún en obras– le otorgan dinamismo al recorrido. Aquí, se exhibe la pintura de los siglos XVI, XVII y XVIII de los Países Bajos.

Vamos a dejar de lado (es imperdonable, lo sé) a varios maestros y obras maestras (Vermeer nada menos) para hablar del genio de la luz. De Rembrandt se exhiben varios autorretratos y obras importantes en su carrera, como La novia judía y La ronda nocturna.

De la primera no hay muchos datos que permitan identificar a la pareja retratada, pero sabemos que era el cuadro preferido de Vincent Van Gogh cuando visitaba el museo. Las pinceladas gruesas y cargadas en tonos amarillos, ocres y dorados en las vestimentas encantaban al impresionista que luego utilizó esta técnica en su propia obra. La novia judía es un lienzo grande, entre los retratos que solía hacer Rembrandt, y podemos fantasear otorgándole el papel de puente entre ambos pintores.

La segunda obra, de características monumentales, fue encargada a Rembrandt por el sindicato de arcabuceros de Holanda y se denomina erróneamente La ronda nocturna. A mediados del siglo 20 –limpieza mediante– apareció la luz sobre los rostros de los personajes (que habían pagado 100 florines per cápita para ser retratados) y descubrieron que la escena en realidad sucede en las primeras horas de la mañana, cuando el grupo sale de un arco oscuro y un rayo de luz da en ellos.

La obra fue seccionada para que entrara en la sede del sindicato, amputándosele dos franjas laterales y otra por arriba. El manejo de la luz en una composición tan compleja es excelente; Rembrandt inquieta porque todas  las miradas se dirigen en distintas direcciones, vigilan cada rincón del museo y a cada uno de los millones de espectadores que pasan frente a ella.

Si bien ya en otras obras de este pintor –en las que aparecen varios personajes– las miradas se cruzan entre sí o con la del espectador con  una fuerte carga psicológica, aquí la situación llega a ser casi amenazante.

Al lado del cuadro se expone una pequeña copia del mismo realizada unos años después donde se aprecia cómo era previa a su seccionamiento.

Nos vamos del Rijskmusseum y llegamos al museo Van Gogh. Más luz.