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Alaska: crónica de una expedición

El relato apasionante de un cordobés que escaló, junto con otros dos argentinos, hasta el techo de América: el Monte McKinley, en     Alaska. El proyecto contempla ascender a los siete picos más altos del mundo, de los cuales ya lleva ascendidos cuatro.

Esta es una crónica escrita por alguien embarcado en un proyecto personal: escalar las siete cumbres más altas, uno de los más ambiciosos del montañismo mundial.

Consiste en alcanzar las cimas más altas de cada uno de los siete continentes y, hasta el momento, ya ha conseguido cuatro de ellas: Aconcagua, en América; Kilimanjaro, en África; Elbrus en Europa y, ahora, el Monte McKinley, en Alaska, Polo Artico. Este es el relato:

Coincidí con dos argentinos, Mariano y Germán, que tenían el mismo plan, solo que en esta ocasión el viaje se hizo apenas abría la temporada en la montaña, con el riesgo de sufrir más frío en Alaska. Todo parecía que sería así, ya que al llegar a Anchorage –principal ciudad de Alaska, que es un estado más de EE UU– estaba nevando y había mucha nieve acumulada en las calles.

Después de unos días en la ciudad y de comprar todo lo necesario, principalmente los alimentos para 20 días de montaña, nos dirigimos en auto (unas tres horas) hasta Talkeetna, a sólo 113 millas (poco más de 180 km) al norte de Anchorage. Descrita como una ciudad fronteriza, al visitar este encantador pueblo de 900 residentes permanentes, pare hacer retrocedido en el tiempo.

Rodeado de naturaleza indómita, pero lleno de franca hospitalidad, Talkeetna es un lugar donde se puede hacer un paseo y disfrutar de una comunidad amistosa, con edificios históricos, turísticos y aprender sobre los primeros pobladores de esta región. Un pueblo bien de montaña, donde tomaríamos la avioneta que nos depositaría en el glaciar para iniciar el ascenso.

Obviamente que cuando llegamos, el panorama era más desalentador aun por la cantidad de nieve que cubría al pueblo. Esperamos en un refugio muy acogedor dos días más hasta que el 7 de mayo, tuvimos la charla previa con los rangers (guardaparques).

Ellos son los que firman las autorizaciones ya tramitadas dos meses antes vía Internet; proyectan un video con una charla explicativa de lo permitido y lo prohibido, e imparten las instrucciones de los cuidados a tener por avalanchas y cruces por grietas. Lo más sorprendente fue cómo debíamos tirar las bolsas con nuestra materia fecal en las grietas demarcadas en el trayecto.

Pesamos y cargamos todos los bolsos y mochilas en la avioneta y partimos hacia el glaciar, sobrevolando los bosques nevados e introduciéndonos de a poco en las montañas de Alaska. Así, observamos desde las alturas la figura del imponente del Monte McKinley en el horizonte, escoltado por otros dos picos algo más bajos, el Hunter y el Foraker.

Tras una hora de un vuelo impactante, sobre esa inmensidad blanca con sus filosos picos montañosos, observamos el glaciar Kahiltna, de 2.150 metros, donde está demarcada la pista de aterrizaje en la que la avioneta apoya suavemente sus esquíes y se desliza por la nieve, hasta depositarnos en un sector donde las carpas de colores contrastan con la inmensidad blanca.

Como el día estaba despejado, decidimos no quedarnos en el lugar sino que nos dirigimos al Campamento 1, aprovechando que en esta época en Alaska no se hace de noche, ya que solo a las 0 horas se esconde el sol, pero queda muy claro.

Caminamos unas cinco horas con unos 50 kilos cada uno, repartidos en la mochila (20 kilos) y en el trineo (30 kilos), hasta llegar a las 21 al campamento.

El recorrido se presenta muy fácil, pero debajo de ese manto blanco de aspecto inofensivo que cubre el glaciar, sabemos que se esconden grandes abismos en grietas de dimensiones impresionantes.

Por lo tanto, fuera de las zonas previamente sondeadas y debidamente balizadas, donde se sitúan los campamentos, siempre andamos encordados y con raquetas en los pies.

Emoción en la cumbre

Al día siguiente, continuamos hacia el siguiente campamento que, por estar deshabitado, sin darnos cuenta lo pasamos de largo, lo que nos llevó hasta muy cerca del Campamento 3 y significó siete horas de caminata, para llegar exhaustos, a 3.400 metros de altitud.

Esto hizo que al otro día nos quedáramos a descansar en ese campo. Una vez que se abandonan los campamentos, no queda nada allí a excepción de los grandes muros de hielo que se construyen con una pequeña sierra, con la que se corta el hielo en bloques como ladrillos y se usan para protegerse del viento y tal vez algún pequeño depósito de basura o algo de material, que será recogido en el descenso.

Al cuarto día lo utilizamos para hacer un porteo, esto es, llevar algo de alimentos y una carpa para dejarla allí, hasta el Campo 4 (campo base avanzado), a 4.300 metros.

A partir del Campamento 3, la ruta deja el glaciar Kahiltna a la izquierda y comienza a subir por las estribaciones del espolón oeste, hasta alcanzar un collado (paso) a su derecha, llamado Windy Corner (esquina de los vientos), para luego rodear el espolón por su derecha. Allí la pendiente es más fuerte y en vez de nieve hay hielo, lo que obliga a sustituir las raquetas por crampones (calzado de suela metálica con 12 puntas que se colocan debajo de las botas e impiden resbalar por el hielo).

Al regresar al Campo 3, donde habíamos dejado montado nuestro campamento, nos encontramos a poco de llegar con una nevada grande que nos impidió durante tres horas encontrar nuestra carpa. Al final, pudimos abrigarnos en nuestra “casita”.

El siguiente día amaneció mejor y nos mudamos definitivamente al Campamento 4 donde aprovechamos para descansar. En mi caso, dormí bastante tratando de aclimatarme ya que me pegó fuerte la altura y el esfuerzo me dejó tirado muchas horas.

Una vez recuperados y todo el grupo con energía, nos dispusimos a seguir subiendo para aclimatarnos y fuimos hasta los 4.700 metros, por una pared al frente de 500 metros, bien inclinada, hasta llegar a la zona donde comienzan las cuerdas fijas, ya que la inclinación se acentúa más. Por ese día nos pareció suficiente y bajamos al Campo 4 a descansar.

Campamento 5

Al día siguiente nos montamos por las cuerdas fijas, con la intención de llegar al Campamento 5, para instalarnos o dejar material y volver. Lamentablemente, coincidimos con varios grupos subiendo por las cuerdas.

El ascenso se hizo eterno y, para colmo, cuando los miembros de una expedición que estaba adelante se atascaron, llegó un fuerte viento helado y la pasamos muy mal, esperando horas totalmente quietos.

Cuando llegamos al filo, después de las cuerdas, decidimos enterrar lo que llevábamos para el Campamento 5 y regresar lo más rápido posible para calentarnos en la carpa que habíamos dejado montada en el Campamento 4. Fue una decisión afortunada, porque al día siguiente llegó una ola polar de cuatro días, durante la cual nadie pudo salir de las carpas por las nevadas, vientos y el frío que hizo.

Vale destacar que a la noche la temperatura adentro de la carpa bajó a –27ºC y afuera llegó a –40ºC; apenas podíamos asomarnos de nuestras bolsas de dormir térmicas, ya que el techo de la carpa estaba colmado de hielo en forma de estalactitas.

Después de soportar esos eternos días, llegó la noticia de que se venía una ventana de dos días aceptables. Partimos del Campamento 4 el día 21 de mayo; fuimos a buen ritmo; pasamos por la eterna pared y luego por un filo bien expuesto hacia los dos lados, donde un pequeño traspié en el hielo y se termina cientos de metros más abajo, y algunos resaltes los encontramos equipados con cuerda fija, algo más seguro.

Hacia la cumbre

En un par de horas llegamos al Campamento 5, desde donde pude tener una buena visión. Descansamos algo –yo estaba muy ansioso y con mucha fe– y el 22 de mayo, después que apareció el sol, a las 9, partimos hacia la cima con un clima aceptable al principio, hacia Denali Pass, el collado que separa las cumbres norte y sur del monte McKinley.

Es una travesía en diagonal, sobre hielo muy duro y unos 30º de inclinación, por el camino hasta lo alto del collado. Después de tres horas, se cerró el cielo muy feo, comenzó el viento blanco que nos pegaba en los rostros y puso en peligro la intención de hacer cumbre, ya que varios grupos se volvieron.

Nosotros decidimos seguir y en poco tiempo más llegamos al lugar conocido como Football Field (campo de fútbol), un gran plató situado al pie de la arista final, cargada con grandes cornisas de nieve y la cumbre esperando nuestra llegada. Fuimos los primeros de ese día, con mucho frío (el termómetro marca –30ºC), pero por suerte bien despejado. A las 17, con el jadeo final, pisamos el techo de Norteamérica.

Son momentos de gran emoción y de agradecimiento hacia mis seres queridos, como así también a quienes apoyan este proyecto, el sindicato de docentes privados, Sadop, y Ferretería El Constructor.

Solo restan tres: el Monte Vinson, en la Antártida; la pirámide de Cartenz, en Oceanía, y el más alto del planeta, el Everest, en Asia. ¡Allá vamos!