buscar

Cordillera de Los Andes: la amistad como motor de un milagro

Santuario a las víctimas, con cruces, ofrendas, restos del avión y el monolito de homenaje.
Santuario a las víctimas, con cruces, ofrendas, restos del avión y el monolito de homenaje.

Esa noche del sábado 16 de marzo de 2019 hizo frío, mucho frío. Ni la “doble piel”, ni la bolsa de dormir ideal, ni la grapa lograban aplacar los efectos de varios grados bajo cero.

En el campamento a 2.550 metros de altura era imposible dejar de pensar en esos 16 uruguayos que habían resistido 72 días 1.000 metros más arriba, en el medio del Valle de las Lágrimas, entre nieve y montañas. Y también era difícil olvidar a quienes quedaron sepultados en la inmensidad.

Allí, el 13 de octubre de 1972, después de la tragedia por el accidente del aéreo que los transportaba a Chile, rugbiers orientales protagonizaron hasta el 22 de diciembre de ese año uno de los grandes milagros de la humanidad, que reflotó la película La sociedad de la nieve.

Hacia ese punto magnético en mística, fuimos dos veces con amigos: en 2017, cinco; en 2019, 10. La iniciativa tomó cuerpo en una juntada hace siete años. La primera vez el desafío fue encarado por cinco miembros de un grupo donde la mayoría se conoce desde hace cinco de las casi seis que tienen de vida. El rugby nos unió entonces, el rugby nos motorizó ahora. Mario puso su conocimiento de esa zona de Los Andes para que al resto (Alexis, Eduardo, Benito y Joaquín) todo le fuera más potable. Con la experiencia de 2017, en 2019 sólo hubo que duplicar la logística, ya que se sumaron Alejandro, Sebastián, Ramiro, Ariel y Gustavo. En este 2024 seremos más. La expedición ya pinta para ritual.

La inmensidad conmueve, los recuerdos abundan, la piel se eriza y es imposible no emocionarse hasta las lágrimas.
La inmensidad conmueve, los recuerdos abundan, la piel se eriza y es imposible no emocionarse hasta las lágrimas.

El límite climático se marca a mediados de marzo, por los fríos intensos. Se viaja al sur de Mendoza y en El Sosneado, ruta 40, se ingresa a la cordillera por el Valle del río Atuel. El ripio conduce a un abandonado hotel con aguas termales, donde se llega tras 60 kilómetros. Poco más adelante, en un caserío, se dejan los vehículos.

El obstáculo inicial es el ancho y caudaloso río Atuel. Es la primera de las 10 veces que, entre ida y vuelta, hay que atravesar cursos de agua helada. Cada uno exige cambiar calzado y cuidado para evitar ser arrastrado por el torrente.

En el día 1, los 13 kilómetros hasta el campamento a 2.500 metros demandan unas ocho horas de caminata. Hay algo particular en la cordillera, la sensación de estar llegando, pero nunca del todo. Hay un nuevo suelo tras cada subida, curva, descenso, río, en un paisaje que se interna hacia el infinito enmarcado por cimas altísimas y de colores, que se mezclan con el cielo celeste profundo y el blanco de la nieve perenne.

A la noche el esfuerzo exige descanso pensando en el día 2, la gran jornada que permite alcanzar ese punto lleno de mística y emoción al cual se accede después de unas cinco horas. El último tramo es muy empinado. La combinación con los efectos de los 3.600 metros jaquea la chance de llegar a la meta. Es momento del apoyo, de darse fuerzas, una ínfima dosis de lo que debe haber sido en aquel 1972.

Después de andar, se divisa en un terraplén el santuario a las víctimas, con cruces, ofrendas, restos del avión y el monolito de homenaje. Entonces, la tragedia y el milagro aparecen como fogonazos, la inmensidad te conmueve, los recuerdos abundan, la piel se eriza y es imposible no emocionarse hasta las lágrimas. ¿Cómo hicieron esos héroes para salir vivos de ahí? Difícil entenderlo, pero 16 lo lograron, pese a la conmoción por el accidente y la debilidad de más de 70 días de desprotección.

En este 2024 el grupo contará con más miembros, la expedición ya pinta para ritual.
En este 2024 el grupo contará con más miembros, la expedición ya pinta para ritual.

El glaciar asoma impenetrable, la roca construye un muro impactante y la noción mezcla impotencia e incredulidad cuando se piensa que hacia ese oeste inalcanzable, Parrado y Canessa encararon la gesta milagrosa. El descenso, más accesible, es marcado por la paz y la conmoción.

El regreso demanda las últimas seis horas en bajada, que se disfrutan por el reto aprobado. Es un tiempo para reflexionar, para disfrutar la inolvidable sensación de haber transitado un túnel entre lo trágico y lo milagroso. Y seguir ofreciendo este viaje como homenaje a ese grupo de valientes que hizo posible que la vida le ganara una batalla a la oscuridad y los dejara como un símbolo luminoso hacia la eternidad.