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Un viaje en el tiempo por la autopista a Villa María

Un relato en primera persona sobre cómo cambió el paisaje al costado de la ruta después de 40 años.

Nos mudamos a Córdoba cuando tenía cinco, después de terminar el jardín de infantes. Todos los años esperaba el final de las clases para subirme a un colectivo y volver a Villa María, al campo, a pasar las vacaciones de verano. A disfrutar por más de dos meses del all inclusive: traslados, desayunos (no recuerdo si continentales o americanos, pero sí que eran al pie de la vaca), excursiones a caballo, paseos en sulky o en tractor, partidos de fútbol con primos y partidas de chinchón con tíos.

Las primeras veces viajaba con la tía Betty, que venía a pasar las Fiestas con nosotros. Ya un poco más crecidito, lo empecé a hacer solo. Durante el trayecto, la vieja ruta 9 con trazado paralelo a las vías nos cruzaba con largos trenes a los que les contaba los vagones. Otras veces, por aburrido o por ansioso, contaba los postes de madera del tendido eléctrico. Calculaba la distancia entre uno y otro y así sabía cuántos tendría que contar hasta llegar. Cuando me tocaba el asiento de la izquierda, el paisaje cambiaba y entonces contaba vacas. Las blanco y negro, para la leche; las coloradas, para el asado.

Recuerdo un año, ya más “boludón”, cuando al bajar en la terminal de Villa María aspiré profundamente y me dije: “Ah, esto sí que es aire puro”. Una semana me duró el dolor de garganta: seguramente, el aire acondicionado del Coata-Córdoba me arruinó lo poético.

40 años después

Con voz quemada, Sabina dice que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Hoy, después de más de cuatro décadas, vuelvo en bondi a Villa María. Los pocos niños que también viajan no se asoman por la ventana, al menos no hasta que se les terminen los datos del celular. Comentario de viejo, lo admito.

La autopista corre paralela a la vieja ruta 9, a varios kilómetros de la vía por donde ya casi no pasan trenes. Los postes del tendido eléctrico, ahora de cemento, están muy distanciados y me es imposible calcular la distancia que existe entre ellos. Los campos se dividen en amarillos, donde levantaron la cosecha, y en verdes, donde el sembrado progresa, pero ya no hay vacas de ningún color.

El notable crecimiento de la ciudad y del tráfico demora mi llegada a la terminal. Un abrazo y un transfer personal me dan la bienvenida. Me espera el todo incluido, que no es un nuevo invento del marketing. Sólo le cambiaron el nombre.