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Un castillo en la soledad

Castillo El Carrizal. Los tiempos de esplendor de la colosal construcción ya forman parte de la historia. Patrimonio en vías de extinción.
Castillo El Carrizal. Los tiempos de esplendor de la colosal construcción ya forman parte de la historia. Patrimonio en vías de extinción.

Un paseo por el Camino Real desde la ciudad de Córdoba, por ruta nacional 9 norte, atraviesa Colonia Caroya, Jesús María, Sinsacate, Barranca Yaco, Sarmiento y se prolonga en parajes, pueblos y postas que encierran historias propias, más allá de la fama del sendero.

Enhebrados como cuentas de un rosario, innumerables paisajes y poblados se distribuyen a lo largo del antiguo Camino Real, traza creada como vínculo con el Alto Perú.

Al margen de los hitos históricos de gran valor que se encuentran a su paso, hay otros menos difundidos que también merecen la atención.

Así, apenas se supera la ciudad de Jesús María, en ese afán de penetrar en la historia, aparecen tesoros coloniales que como hermosas casonas acompañan el recorrido.

Cuidados parques y árboles añosos envueltos en una atmósfera rural, atrapan al viajero. Pronto las casas se van agrupando y se arriba al pueblo de Sinsacate donde se encuentra la Posta de Sinsacate.

El objetivo de las postas fue el recambio de caballos y el comercio para quienes transitaban el camino.

En 1748 se la organizó como posta, al crearse el servicio de correos en todo el virreinato.

En su capilla fueron velados los restos del caudillo riojano facundo Quiroga y sus compañeros de viaje asesinados en Barranca Yaco.

Al avanzar por el Camino Real hacia las últimas postas en el norte de la provincia de Córdoba, se visitan la posta San Pedro Viejo y el vecino pueblo San Pedro Norte.

Luego el derrotero sigue rumbo a San Francisco del Chañar.

El camino de tierra se dibuja al frente, largo e interminable, hasta que de repente, en el medio del paisaje de matorrales y viejos alambrados aparece la torre del elegante castillo El Carrizal.

Lo hizo construir don Tristán Vivas alrededor de 1870 con inspiración en una villa italiana que en este caso se levanta en el agreste paisaje y se impone a la desolación.

Años de abandono. El tiempo fue cruel con el edificio, lo dañó y oscureció mientras sus puertas y ventanas abiertas al viento claman inútilmente por reparación.

Lo que fue una hermosa galería rodea la parte central y permite soñar con noches de verano y cielos estrellados cuando el edificio estaba en su esplendor.

En el interior, pisos de madera, paredes donde aún se pueden observar delicadas flores pintadas y en la parte central, techos que sobreviven sostenidos por vigas que amenazan romperse, son dominados por la presencia de una, hoy endeble, escalera de madera que trepa al primer piso aunque subirla en la actualidad es una temeridad.

En la parte trasera, unas paredes derruidas muestran que en algunas partes se utilizó barro como unión de los ladrillos.

Sin techos, con la vegetación que avanza, aun así muestra la importancia del lugar.

Al otro lado del camino está el nuevo casco de la estancia.

Los arquitectos le llaman pintoresquismo al estilo que reedita, como en este caso, un estilo europeo en estas tierras.

En este sentido el castillo El Carrizal se hermana con otros castillos cordobeses como el Chateau Carreras en la ciudad de Córdoba, el castillo Wilkins en Tanti, el de Valle Hermoso y los de Basallo, Los Troncos, y Mandl, en La Cumbre; Furt, Zárate y Garlot, en Villa Carlos Paz.

También se suman el San Possidonio de Villa Allende, el de Roger Agst en La Granja y el Herbera en Unquillo y seguramente alguien recordará algún otro escondido por allí.

Erguido y solitario, a la vera del Camino Real, está el castillo El Carrizal, el que no vio el paso de viajeros en los tiempos de la colonia, ni a las tropas que luchaban por la independencia, pero seguramente fue testigo de las últimas recuas de mulas que marchaban norte arriba rumbo a las minas de plata.

Hasta tuvo el privilegio de ver pasar a los primeros autos, quizás también las últimas carretas y carruajes ir y venir por el largo camino que, inesperadamente, ofrece sorpresas.