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Túneles del pasado, postales del presente

En el departamento de Pocho están los Túneles de Taninga, construidos en 1930. Un camino entre volcanes extintos y cóndores sobre el cielo. Un viaje hacia la naturaleza que nos deja en las puertas de la Reserva Forestal de Chancaní.

"Era tan pobre que lo único que tenía era plata”, le dice Aldo Ferreyra Britos a Voy de Viaje. Detrás de él asoma el volcán Boroa, uno de los cinco inactivos que rompen la llanura a 160 kilómetros al oeste de Córdoba capital, en el departamento de Pocho. Sobre la ruta 28, este hombre que alguna vez fue dueño de una cadena de supermercados en Punilla, un día colapsó y volvió a las tierras de sus bisabuelos. Hoy vende productos regionales, trabaja con el turismo alejado del vértigo y vive camino a los Túneles de Taninga.

Es agosto, hay viento y aridez. En el paisaje sobresalen las palmeras caranday, típicas del bosque chaqueño, y más adelante sobrevolarán cóndores como si fueran drones. A unos 40 kilómetros de allí está la obra de ingeniería que resultó revolucionaria para la época de 1930: túneles abiertos a fuerza de dinamita que posibilitaron una ruta de acceso entre Córdoba y La Rioja a través de las montañas. Su constructor, el inmigrante italiano Juan Breggia, llevó adelante demoliciones junto a hombres valientes con el objetivo de lograr una vía oceánica.

DATOS. Información útil para una escapada a los Túneles de Taninga.

“Decidí venirme acá. Fabrico dulces y aceitunas, y tengo un aula donde estudiantes de Geología vienen a estudiar las erupciones”, cuenta Aldo. Se refiere a los estallidos que hubo entre cuatro y siete millones de años atrás en las sierras de Pocho. Hoy algunos se atreven a trepar volcanes como el Velis, el Poca, Yerba Buena o El Ciénaga, el más alto –con 1.600 metros– y el más complejo de escalar.

La escenografía tiene algarrobos y espinillos y no faltan quienes trabajan de recoger tomillo y peperina. Los carteles señalan: “Hay pan casero” o “Chivito diente libre”. En los parajes algunos viven de la ganadería, la plantación de frutales y la elaboración de dulces, mientras que otros ofrecen cabañas de descanso.

José tiene la concesión de El Profeta, un complejo de cabañas y restaurante ubicado en Salsacate, aunque vive sobre el brazo de la ruta 28. “Acá lo que impacta es la naturaleza. La tranquilidad del lugar es única y el paisaje es increíble”, describe, y comenta sobre las ventajas y complicaciones que podría traer parte de la pavimentación del camino.

Las palmas del silencio

Camino a los Túneles está la comuna Las Palmas. Viven alrededor de 300 personas y hay una iglesia de estilo colonial pequeña construida entre 1689 y 1735. Allí se encuentra la imagen de Nuestra Señora del Rosario y está siempre abierta. En su arquitectura se observan líneas sencillas trazadas en adobe, al igual que el caserío que la rodea.

Al costado de la ruta con ripio hay paradores para comer chivito o asado. Las Águilas –uno de los más tradicionales–, nacido en los años veinte, tiene la fama bien ganada. También hay otras opciones: venta de empandas de lugareños que batallan la vida diaria y otros que se asoman curiosos al borde del camino y dejan de lado a sus cabras por un rato.

Después aparece el primero de los cinco túneles. El trayecto convida curvas que atraviesan la montaña y la vista es extraordinaria. En el cuarto está el Mirador de los Artesanos, que da la posibilidad de estacionar el auto y disfrutar una panorámica imponente.

Si ha llovido, la cascada del Velo de la Novia luce su atractivo con 12 saltos y 180 metros de altura. Desde allí los ríos descienden por las montañas hacia la Quebrada de la Mermela. Si uno avanza por el camino de los Túneles llega hasta la reserva forestal de Chancaní, con 5.000 hectáreas que resguardan bosque serrano y chaqueño, y en donde se puede acampar o buscar guías para senderismo.