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Tres argentinos cruzaron la laguna Mar Chiquita en balsa: esta es su historia

Pedro Strelin, Federico Strelin y Gabriel Zeni, radicados en Merlo, atravesaron la laguna de este a oeste en 26 horas de navegación. Cómo fue la preparación para la travesía y qué rescatan del viaje.

A Pedro Strelin, guía de montaña de 50 años radicado en Merlo, le gustan los desafíos. Cuando se le ocurre una fantasía relacionada con los viajes, disfruta de darle forma, madurarla en su mente, pensar en respuestas a todos los escenarios posibles y llevarla a la realidad.

Su última aventura, el fin de semana pasado, fue el cruce en balsa de la laguna Mar Chiquita. ¿Por qué ese lugar? Strelin explica que los ríos tienen la ventaja de tener corriente a favor y la orilla relativamente cerca, por lo que se puede avanzar incluso sin remar y sin viento a favor. En cambio, en un espejo de agua de 80 kilómetros de ancho por 100 de largo, la cosa cambia.

“Ahí desaparece la corriente a favor: si remás, avanzás a paso de tortuga, o sea que surge la necesidad del dios del viento. Y estás lejos de la costa”, advierte. Junto con su hijo Federico Strelin, de 18 años, y un amigo, el también guía de montaña Gabriel Zeni, de 42 –todos dedicados al turismo activo en Merlo–, empezaron en el lado este de la laguna, en el límite entre Córdoba y Santiago del Estero, y trazaron una línea hacia el oeste, terminando en las playas de Miramar.

“Fueron 26 horas de navegación permanente: 16 con viento a favor (a 5 km/h); ocho con viento en calma, en las que remábamos como podíamos (a 2 km/h); y las últimas dos horas con viento en contra. Ahí, las ganas de llegar hicieron que remáramos como locos”, cuenta Strelin.

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¿Qué pasaría si…?

Un viaje de estas características requiere de una preparación minuciosa. Y a Pedro le apasiona esa parte previa a la aventura. Es más: la plantea casi como un juego de ingenio, en el que se hace preguntas sobre todo lo que podría suceder en el viaje e intenta responder a cada imprevisto.

¿Qué pasa si no sopla viento? ¿Qué deben hacer si se da vuelta la balsa? ¿Cómo hay que proceder si se quiebra el mástil de la vela? “Así, minimizás el riesgo al máximo posible. La parte de incertidumbre tiene que existir, pero sabés que hiciste el laburo a conciencia”, sostiene.

En la etapa de planificación, estudiaron qué vientos soplan sobre la laguna en esta época del año. Y, luego de haber contemplado los imprevistos, decidieron llevar, entre muchos otros elementos, un bidón acondicionado para flotar, artículos para refaccionar el mástil si se quebraba, una tela que podía reemplazar la vela, dos GPS y brújula.

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La balsa

A la balsa la armaron con dos kayaks paralelos unidos por una estructura. Arriba de la estructura colocaron una tabla y un respaldar; y, en el centro, un caño para insertar un mástil. Usaron una vela de windsurf y, atrás, un remo grande que oficiaba de timón.

A diferencia de lo que hubiera sido el viaje si hubieran ido cada uno en un kayak, la balsa les permitió compartir el momento, sacar mejores fotos e incluso cocinar. También era más estable y posibilitaba cargar un montón de cosas, entre ellas mucha comida (que casi no tocaron por la descompostura que les provocaron las olas), una cocina, 20 litros de agua y ropa de sobra.

La noche en la laguna

Después de que se escondió el sol, la visibilidad se redujo. Los puntos de referencia pasaron a ser las estrellas, aunque no siempre hubo acuerdo sobre cuál había que seguir para llegar a buen puerto. “Llegó un momento en que se nos confundían y terminábamos discutiendo entre nosotros por cuál era la que teníamos que buscar”, recuerda Pedro.

Pronto, el problema pasó a ser otro. “Cuando se había hecho de noche, uno de los chicos grita ‘¿qué tenemos ahí adelante?’. Veíamos unas siluetas blancas que emergían del agua y era una cosa espantosa, daba miedo. De repente nos dimos cuenta de que eran restos de árboles secos producto de la inundación de 1977, cuando Miramar quedó bajo agua. Parte de los bosques de los alrededores ahora aparecen como árboles secos y prácticamente blancos por la sal”.

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Pasado el susto inicial, tuvieron que esforzarse por evitarlos: “Estuvimos un tiempo largo teniendo que esquivarlos. Llevarnos por delante uno de esos a 5 km/h con una embarcación que pesaba 400 kilos hubiera sido un desastre, hubiera roto la balsa y nos podría haber lastimado. Terminamos muy alerta el resto de la noche”.

Un privilegiado

Una de las cosas que Strelin rescata del viaje es haberlo compartido con su hijo, porque el próximo año se instalará en Córdoba y pasarán menos tiempo juntos, y el hecho de que se haya sumado un amigo al que no veía hace años con una invitación que llegó dos días antes de la travesía.

Y para cerrar, aporta: “Esto para mí es ser un privilegiado de la vida: disponer de tiempos libres fantaseando, proyectando, y después salir y hacerlo”.