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San Marcos Sierras, una filosofía de vida contagiosa

En sus callecitas de tierra, el tiempo corre de otra manera. Es el lugar perfecto para vivir la transición: el calor cede el paso a la nueva estación. Atraídos por su buena energía, un grupo de viajeros elige desde hace años estrenar el calendario en este rincón serrano.

El primer “buen día” es un susurro suave y sin apuros. Viene de una melodía que ilumina el silencio de la mañana. Es un ave que sobrevuela la montaña y juega con los primeros rayos de luz para recordar que de la ciudad hay que saber tomar distancia. “Caminar despacio y, en algún momento de la jornada, descalzo”, junto con “respirar profundamente para distinguir el aroma de los árboles, las frutas y las flores”, son consejos de los lugareños para empezar a tomarle el pulso a San Marcos Sierras.

Frenar la rutina arrolladora, redescubrir la magia que esconde la naturaleza y desprenderse de algunas comodidades urbanas son algunas propuestas para los que llegan después de recorrer los 128 kilómetros que separan a la localidad de la Capital cordobesa. Las callecitas de tierra, además de tener un aire pintoresco, invitan a bajar varios cambios y priorizar al peatón. Una vez en el destino, es mejor olvidar el ruido del motor y recorrerlo caminando, en bici o a caballo.

En épocas de transición, San Marcos es ideal para despedir los días de calor y admirar la sutileza con la que cambian las postales serranas. La paz se contagia del aire puro y el tiempo parece medirse a otra escala. Colorido, relajado y hippie, el pequeño pueblo cercano a Cruz del Eje mantiene intacta su esencia. No hay códigos de vestimenta para respetar: la única regla de convivencia es la buena onda y la conexión con la madre tierra. Muchas familias eligen instalarse, agobiadas por el estrés de las grandes ciudades, y cientos de turistas llegan para activar el tan buscado modo slow.

PRÓXIMOS EVENTOS Y RECOMENDADOS

Todo natural

Hay sabores inconfundibles, como el de la buena miel. En San Marcos hay una gran variedad de productos a base de este manjar dorado, aceitunas de impactante tamaño, queso de cabra y hasta una especie de “café de higo”.

La cultura vegana se arraigó con fuerza en este destino. Sobre el puente principal de la localidad, hay un pequeño puesto de colores (precursor de los conocidos food trucks) en el que se pueden disfrutar licuados naturales (con las más exóticas combinaciones de frutas y verduras), junto con sándwiches de pan casero y semillas.

“En nuestro pueblo ostentamos el orgullo de no tener”, dice la carta de presentación de San Marcos. “No tenemos delivery, pero tenemos tiempo para hacernos nuestra propia comida”, aseguran. Y así lo pueden confirmar los viajeros que llegan hasta acá. Todo es casero, sabroso y natural. Hay vida después del helado de dulce de leche y queda confirmado con el exquisito helado de algarroba (sustituto del chocolate, que tiene excelentes nutrientes), una promesa que no defrauda.

Libre del smog y de la contaminación, hay una corriente de agua cristalina que es un gran imán para los amantes de la aventura: el famoso río Quilpo. La temperatura es ideal y la claridad permite ver peces hasta en zonas de dos metros de profundidad.

Un dato curioso: en San Marcos está el primer Museo Hippie del mundo. Guiado por carteles que llevan el signo de paz, es un espacio para conocer más en detalle este movimiento contracultural que tiene miles de adeptos en el planeta y en particular, en este sector de la provincia.

Un ritual entre amigos

Se conocen desde la primaria y, aunque les cuesta coincidir en algunos debates, hay un punto que es indiscutible: el encuentro sagrado para recargar energías. Desde hace 15 años, cada primer fin de semana de enero, San Marcos se convierte en la tradición elegida por Luciano Crisafulli y sus amigos.

“Lo tomamos como el premio de todo un año de trabajo. Con algunos, que están lejos, no nos vemos durante todo el año, entonces es el momento para compartir todo lo que vivimos. Es un tiempo de balance”, resume Luciano, un fanático reconocido de este rincón serrano, que ya lo visitaba de chico para buscar miel con su familia y que no duda en elegirlo como su lugar en el mundo.

Pancho, Maxi, Nacho, Juanjo, Andrés y Nano se escapan durante su estadía a la Reserva Natural Tres Piletas, del río Quilpo. “Llegar implica unos seis kilómetros de ripio hasta el acceso y, desde la entrada hasta el río, hay tres kilómetros más. Lo que nos encanta de ese lugar son las playitas de arena y las ollas. Paisajísticamente es muy lindo y siempre hay muy buena onda de la gente: se arman guitarreadas y fogones. Se respira un clima distinto. No tenés ese vértigo que hay en lugares como Mina Clavero, Carlos Paz o Santa Rosa de Calamuchita”, cuenta Luciano.

Como paseo, recomienda hacer la caminata al Cerro de la Cruz, que está señalizada desde la plaza principal, y visitar Casa de Piedra. Se trata de un monumento arqueológico, de interés cultural por las pictografías que guarda. Los pobladores lo definen como un lugar sagrado, un gran centro energético.

“Otra cosa del lugar que contagia es la cultura vegana, aunque nosotros siempre nos hacemos nuestro asado”, dice Luciano entre risas, y agrega: “Te despegás de los hábitos del día a día de la ciudad. Vas con una predisposición a disfrutar de la naturaleza, a relajarte y realmente salís de la rutina”.