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San Agustín y Calmayo: historia y geografía entre pedaleos

Las frecuentes salidas de los grupos cultores del cicloturismo incentivan con nuevos intereses. Desafíos deportivos de resistencia se combinan con la búsqueda de otros paisajes que se adentran en la historia de personajes y regiones. 

Con varias salidas de cicloturismo en el haber, el grupo de deportistas abre el juego a distintos intereses que enriquecen cada viaje. En esta oportunidad, el estímulo fue la historia de los monjes benedictinos que hasta no hace mucho tiempo habitaron la zona de Calmayo.

El inicio del recorrido en bicicleta comenzó en la ruta nacional 36 antes de llegar a Despeñaderos, donde ya se divisa el horizonte serrano, un cielo celeste y el intenso verde de los árboles, que incentivan las energías destinadas al pedaleo.

A un lado se observa el balneario de Despeñaderos, pero el objetivo es San Agustín, localidad ubicada a 80 kilómetros de la ciudad Capital y que oficia como una especie de frontera a la zona serrana, preámbulo de destinos turísticos importantes de Calamuchita, como Villa General Belgrano y Santa Rosa, distantes a poco más de 20 kilómetros. A esos centros se arriba por sendos caminos de ripio, ambos muy dificultosos.

San Agustín tiene una importante industria minera, que junto a la agricultura, es base de su economía. Un balneario y buenos restaurantes a la vera de la ruta, invitan a ingresar al pueblo cuya iglesia se distingue desde lejos. Dos torres protegen los campanarios, con campanas de bronce que datan de 1900.

Al retomar la ruta y antes de salir del pueblo, está el Monumento al Minero, bella escultura que representa a los sacrificados trabajadores del sector.

La hoja de ruta trazada pasa  por el convento de los monjes benedictinos, a siete kilómetros de Calmayo. Tal como advirtieron los lugareños, abundante barro en el camino y vados y arroyos con mucha agua, incentivaron el entusiasmo de los ciclistas.

Así, entre subidas y bajadas, se arriba al monasterio benedictino Nuestra Señora de la Paz, creado el 3 de mayo de 1976. Consta de una capilla y una importante construcción que fue abandonada aproximadamente dos años atrás. Los religiosos abandonaron el lugar, aparentemente por razones económicas, cuando sólo quedaban tres  de los 18 monjes originales.

Antes de su retirada, los domingos recibían a visitantes y público en general. Ofrecían a la venta productos artesanales que ellos mismos producían, tales como quesos, licores y miel, aunque la especialidad era la restauración de libros antiguos.

Detrás del monasterio se observa, imponente, el cerro La Cruz que oficia de faro de ubicación para el viajero ya que se divisa desde todos los puntos del camino.

De nuevo en marcha y dispuestos a enfrentar unas subidas complicadas, se llega a Calmayo, que se asoma en la cima de los cerros con algunas casas dispersas.

La comuna es pequeña y austera y no cuenta con mucha infraestructura de servicios, aunque sí hay un par de sitios donde se puede almorzar.

Su principal propuesta es la tranquilidad.