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Sábado de feria en Villa de Las Rosas

Su plaza principal se llena de visitantes cada fin de semana. ¿La razón? Un recorrido para todos los sentidos. 

"Tenés que ir sí o sí a la Feria de Villa de Las Rosas”, me dijo una amiga alguna vez, en medio de una charla sobre lugares para visitar en el Valle de Traslasierra. Era una cuenta pendiente y así es como un sábado de otoño decido finalmente ir hacia allá.

En el viaje por las Altas Cumbres, las montañas parecen pegadas como figuritas al paisaje. El libro Turistas, de Hebe Uhart, me acompaña en el trayecto y, entre sus páginas, encuentro una frase. “Iremos por esas callecitas… y si nos perdemos, mejor”, dice. Y esa es mi idea: “perderme” entre los pasillos delineados por los puestos en la plaza.

La fiesta de lo artesanal

Se nota que la Feria de Artesanos y Productores es uno de los principales imanes de este rincón al pie del lado oeste del cerro Champaquí. Aquí abunda la alegría y la amabilidad de su gente entre colores vibrantes, sabores y aromas de diversas culturas y piezas regionales únicas.

Una recomendación: ir a paso lento para descubrir tanto las variadas propuestas gastronómicas como las artísticas y artesanales. Todos los sábados, una cita obligada para muchos. Semana a semana una escena se repite: los feriantes son siempre cálidos, están abiertos a toda clase de preguntas y comparten anécdotas. Al principio, cuentan sobre sus productos: “cómo se hace”, “qué propiedades tiene”, brindan consejos. Y después, se animan a convidar sus propias historias de vida con un mate de por medio.

Se escucha música de fondo. Es una banda con violines y guitarras cerquita del aljibe en el centro de la plaza que, entre rosas silvestres, lleva el nombre de San Martín. En este escenario, bajo las sombras de los plátanos hay niños divirtiéndose en los juegos y jóvenes descansando en el pasto. El lugar parece más grande de lo que es, con un centenar de puestos que bordean los cuatro laterales del emplazamiento.

Uno no puede parar de mirar y tocar. La lista de rubros es infinita y en todos los casos los precios son súper accesibles. Elementos de herrería, tejidos, bijou de piedras preciosas, vasijas de cerámica, indumentaria y mucho, mucho más. Todo hecho a mano.

Entre los feriantes que conozco, Liliana Ponce me muestra orgullosa las carteras que hace y que llevan la marca Cruz. Ella me cuenta la historia de la feria hace más de una década atrás, cuando apenas contaba con un puñado de artesanos y emprendimientos familiares.

Para “chuparse los dedos”

Tal como me explica “Lili”, desde el inicio no faltan los productos orgánicos, frescos y naturales. Entre ellos, verduras y frutas, aceites de oliva, miel pura y quesos. Es así como en el camino me tiento con Granja Verbena, un tambo caprino de la zona, y me llevo un queso ($ 150) y un dulce de leche de cabra artesanal con chocolate ($ 115).

Ya es mediodía, la meta es encontrar algo para comer y las propuestas sobran. Se observa el humito salir de las cacerolas y el olfato sirve como guía. Hay una ollada de paella ($ 200 el medio kilo); al lado humita y locro ($ 100 la porción); y, pegado, un stand de picadas árabes ($ 250). Más adelante, me invade el aroma de unas “papas aragonesas”. El dueño me comenta la preparación: se dejan hervir por 24 horas, luego pasan al horno y después se fritan. Se sirven con ciboulette, yogurt natural, queso crema y panceta ($ 180, porción para dos).

Con el correr de las horas, es difícil que no se haga agua la boca. También abundan las opciones vegetarianas y veganas. Llama la atención un cartel que dice: “tacos vivos”. Es la propuesta tentadora de Crudiserrano: masa de semillas más crema de girasol, relleno de vegetales crudos y, para acompañar, un jugo de clorofila ($ 200).

Finalmente me decido por una cachapa venezolana, una arepa de choclo con múltiples ingredientes ($ 150).  A la par, “hay de todo” para beber. Limonadas (rondan los $ 80); cervezas artesanales de Traslasierra, como Pozeña y Amaru ($ 80 la pinta); jugos naturales y licuados (rondan los $ 70). También tienen su stand algunas de las bodegas principales del valle. ¿Y de postre? Se encuentran increíbles tortas y muffins (de $ 80 a $ 100 por porción).

Cerca de las 16 los feriantes comienzan a desarmar los gazebos y otra jornada de sábado empieza a llegar a su fin. Regreso a Córdoba con el bolso y la panza llenos; pero, por encima de eso, me voy recargada de energías entre sonrisas e historias serranas.

CÓMO LLEGAR: Villa de Las Rosas se encuentra pasando Quebrada de Los Pozos y antes de Las Tapias por la ruta provincial 14. En colectivo se puede llegar con Ersa, Coata o Sierras Bus (el pasaje ronda los $ 500). Son cerca de 4 horas de viaje, pero lo valen con las increíbles panorámicas que regala el Camino de las Altas Cumbres.

Datos útiles

PASEOS: El que desee naturaleza, puede recorrer caminando a la par de los arroyos Las Chacras y Los Hornillos por dos senderos: Los Zorzales (con unos 2.300 metros) o Los Jilgueros, que cuenta con dos tramos (1.400 y 1.200 metros). Si no, a través del arroyo Los Molles, se encuentran El Picahueso (1.700 metros) y La Calandria (900 metros). ¿Algo más exigente? Subir a la cima del cerro Champaquí (a casi 2.900 metros de altura).

ALOJAMIENTO: Se recomienda el complejo Valle de Las Rosas: posee cabañas ($ 2.500 por día) y una hostería, con 4 habitaciones amplias, baño privado y cocina compartida ($ 1.800). Otra opción es la posada Piedras Anchas. La noche en la habitación doble tiene un valor de $ 2.500 y en la cuádruple, $ 1.900. Más info: valledelasrosas.com.ar.

GASTRONOMÍA: Además de la amplia variedad de puestos gastronómicos en la feria, hay restaurantes alrededor de la plaza o en las cercanías, ideales para cenar o si se desea para otro día. Luna Morena, en la esquina de Guasmara y Belgrano, y El Bosque, sobre la RP14, son los más conocidos.

MÁS DATOS: villadelasrosas.gob.ar.