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Para el frío, bicicleteadas

Crónica de la travesía realizada un fin de semana largo de este invierno, por caminos vecinales de los departamentos Cruz del Eje, Minas y San Alberto. Un recorrido de 170 kilómetros por sencillos caseríos en los que el común denominador es la solidaridad de la gente.

Esta travesía se hizo un fin de semana largo de este invierno para ir desde el norte del departamento Cruz del Eje pasando por el departamento Minas hasta el sur del departamento San Alberto, por caminos vecinales de tierra en la zona noroeste de la Provincia de Córdoba.

Partimos de la ciudad de Córdoba, en camioneta, hasta la localidad de Tuclame y allí comenzó la recorrida en bicicletas. Avanzamos por caminos de tierra en los que varias tropillas de ganado nos llenaron de tierra mientras desde los ranchos de horcones y adobe con techo de tierra, los lugareños saludaban nuestro paso.

De a poco ingresamos en el valle que separa la sierra de Serrezuela con el cordón de las de Guasapampa todo cubierto de montes espinosos y enormes algarrobos. Así llegamos a Aguas de Ramón y el aroma a pan caliente nos condujo al caserío donde compramos uno crujiente.  Los lechos secos de arroyos y ríos de la región son testimonio de la escasez de agua.

El atardecer apuró la llegada a Totora Huasi y en una casona de adobe, pedimos permiso para armar la carpa bajo un añoso algarrobo. Comenzó el frío y Yoly la dueña de casa nos invitó a pasar bajo un techo de caña atada con tiento y enormes horcones de algarrobo donde funciona la cocina con fogón a leña.

En el patio interior la familia participaba de la carneada de un ternero. A la luz de un farol a gas se armó una charla que duró horas. La noche era fría pero el cansancio aseguró el descanso profundo.

Con el alba nos levantamos y compartimos el ordeñe de 200 cabras y luego reiniciamos la marcha.

Segundo día. Muchas espinas que se encuentran en el sendero provienen de campos en los que crecen distintos tipos de cactus y que junto al terreno arenoso y con  serruchos obligaron a poner mucha atención.

Cruzamos varias canteras de granito y de cal antes de llegar a la Comuna de La Playa (793 metros sobre el nivel del mar).

Un almacén de ramos generales desteñido por los años, una fachada de iglesia muy antigua, piedras grandes de granito gris y casas dispersas arman el poblado. Ahí nos reabastecimos de pegamento para parches de ruedas ante el panorama de espinas que presentaba el camino.

Desde una casa una lugareña nos invitó a tomar mate y aprovechamos el encuentro porque fue la oportunidad de conocer la problemática de la región.

Seguimos hasta Guasapampa, a 872 metros sobre el nivel del mar, otro caserío pequeño y en el espacio dejado para la plaza almorzamos, bajo el sol y en silencio, el rico queso de cabra elaborado por Yoly.

Retomamos la marcha mientras en el horizonte comenzaron a divisarse los volcanes de Pocho, montañas de picos solitarios y negros y la aparición de las  palmeras caranday con las que se hacen artesanías en la región.

La realidad del monte. Campos quemados y otros en los que la topadora termina la rala vegetación muestran la irresponsable marca del hombre en el paisaje.

En este punto el camino se aleja de la sierra en un sube y baja que no termina entre los campos con hermosas pircas de piedras mientras las piernas sienten los constantes cambios  de nivel.

Pasamos frente a la mina La Argentina antiguo establecimiento minero, hoy cerrado, que conserva algunas pequeñas casas habitadas.
Continuamos por el paraje La Mudana y el cruce con la ruta 28, ya casi de noche.

En Las Palmas (1.247 metros sobre el nivel del mar) nos sorprendió el movimiento de gente y la presencia de numerosas camionetas. En el bar de Beto nos detuvimos para solicitar un lugar para armar la carpa. La temperatura bajó mucho y al anochecer helaba.

Gladys, la propietaria nos llevó a comer a su cocina donde nos enteramos que hubo carreras de caballos lo que explicó el ajetreo que nos recibió.

Fuimos a dormir y a las 8 ya tomábamos mates con Beto. La llegada de proveedores nos decidió a partir para disfrutar de la última etapa de la travesía.

Salir de Las Palmas tiene su costo ya que ahí se inicia una importante cuesta que llega a la Pampa de Pocho.

Las Sierras Grandes conforman el nuevo horizonte y al borde del camino hay campos sembrados y mucho ganado. Un cambio sustancial del ambiente que se ve más fértil y verde.

Ingresamos a Pocho, uno de los pueblos más grandes de la región. Hay estación de servicio, hospedaje y la hermosa capilla Nuestra Señora del Rosario, de 1776 muy bien conservada. Sobre uno de sus muros una placa reza: “Mil veces morir antes de pecar, salvar el alma importa”.

A media mañana intentamos cargar agua de la manguera de una casa pero hasta que la presión no desplazó los cilindros de hielo del interior fue imposible. Un fiel testimonio del frío de la noche anterior.

En este sector se destacan las praderas con corrales y humildes viviendas, en contraste con la cara oeste de las Sierras Grandes.

La ruta de tierra se encuentra con la asfaltada ruta provincial 15,en el paraje denominado Empalme de Pocho. Allí sorprende un bar de los de antes, con carteles de chapa llenos de herrumbre, damajuanas apiladas y estanterías vacías.

Los 20 kilómetros que separan de Mina Clavero transcurrieron rápido, con el final de la Pampa de Pocho donde naturales balcones al valle dejan ver la sucesión de zonas más urbanizadas.

Luego, el descenso por la Cuesta del Ciego con una gran bajada hacia Villa Cura Brochero y de allí a Mina Clavero meta final del viaje.
En total recorrimos 170 kilómetros casi en soledad, pasando por distintos tipos ambientales, monte serrano, los palmerales y luego la pradera de altura con sembrados y ganadería.

Rescatamos la solidaridad de la gente que enseguida ofrecen lo poco que tienen.

Una vez más recorrer territorios casi vírgenes nos acercó a comunidades que se adaptaron a la vida con poco pero con el valor de preservar los ecosistemas nativos.