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Norte cordobés, la Trinidad de la historia, la cultura y el monte

TURISMO HISTÓRICO. El casco histórico de Villa Tulumba invita a un recorrido por el paso del tiempo. (gentileza @tulumbavillatulumba)
TURISMO HISTÓRICO. El casco histórico de Villa Tulumba invita a un recorrido por el paso del tiempo. (gentileza @tulumbavillatulumba)

Ruta 60, desde Totoral hasta el fin de la provincia, este trayecto no hace más que deparar historias dignas de película y abundar en vergeles paradisíacos.

Es inevitable. Uno dispara para el Norte de Córdoba por la 60 y no tiene alternativa: la historia lo choca en la frente y avisa que hay algo para aprender. Barranca Yaco, mojón de 12 cruces dormidas por cada uno de los 12 muertos a pistoletazos, es el lugar donde el Tigre de los Llanos se convirtió en el Tuerto de Santos Pérez. Barranca Yaco, paraje pasado a degüello por el progreso, quedó inmortalizado por Quiroga en su viaje al muere en carreta.

Los parajes siguen: Cañada de Río Pinto, Sarmiento y Cerro Negro, el pueblo cuasi abandonado que fuera fundado por Diego Abad de Santillán con un solo espíritu posible: el anarquista. En las últimas estribaciones serranas de la provincia de Córdoba, a comienzos del Siglo XX, un grupo de hombres y mujeres fueron los fundadores de un paraíso sin dueños ni opresión ni normas que dictaran sentencias sobre los cuerpos y las mentes.

El camino que son todos los caminos, en un momento determinado del devenir, se parte en dos como la historia cuando es contada por tres voces. Y, sépase, hay que elegir. Derecho sigue la ruta 9. El camino dos es la Ruta 60, que casi no tiene curvas. La ruta 60 es vieja, la más vieja, como viejas son las historias que se cuentan a sus costados. La ruta 60 tiene una ciudad en la punta y una pena en la garganta. La ruta 60 tiene en la punta a Deán Funes y la pena de un tren que ya no pasa y no hay quien la ayude ahora, a la ruta 60, a soportar tanto dolor en el lomo.

RECORRIDO .Calles empedradas de Villa Tulumba. (gentileza @tulumbavillatulumba)
RECORRIDO .Calles empedradas de Villa Tulumba. (gentileza @tulumbavillatulumba)

Deán Funes es ciudad. Alguna vez no fue nada, otras muchas fue casi todo. Hoy es ciudad y su noche lo demuestra. Deán Funes es la ciudad del Norte desde 1929, el atalaya, el centinela de toda esta historia. Habitantes, muchos. Como los Pacheco, ninguno: no son los Carabajal de Córdoba. Los Carabajal son los Pacheco de Santiago. Con una diferencia sustancial: en Santiago no hacen mollejas de cabrito al disco como en Deán Fúnes.

La Ruta 60 arriba, hacia el Norte, es nula de curvas como nula de curvas es la memoria infranqueable. La 60 sigue recta, sigue firme, sigue Quilino. Y a Quilino le sigue una fama ganada a fuerza de chivos criados en monte abierto y que sólo responden a: el sabor del chañar y los pastizales salados.

Junto a los cabritos, brujas inventadas y reales a fuerza de mentes despiertas. Sólo en Quilino, paraíso de las mandarinas.

Y siguen por la 60

San José de las Salinas y Lucio V. Mansilla, que no tienen nada que uno ande buscando en el afán turístico.

San José de las Salinas y Lucio V. Mansilla, que tienen todo lo que uno ande buscando en el afán por conocer.

San José de las Salinas y Lucio V. Mansilla, que tienen la sal como horizonte y las Salinas como destino imperturbable.

San José de las Salinas y Lucio V. Mansilla, los pueblos que dan al mar. Al mar de Sal.

Mar de sal, infinita presencia y elegancia, sus vientos sereno, firmes, salitrosos, confirman la idea del mar cuando la lengua palpa un aire similar al que corre por los océanos. (Foto: Agencia Córdoba Turismo)
Mar de sal, infinita presencia y elegancia, sus vientos sereno, firmes, salitrosos, confirman la idea del mar cuando la lengua palpa un aire similar al que corre por los océanos. (Foto: Agencia Córdoba Turismo)

Las salinas

Las Salinas Grandes de Córdoba, en la punta más punta que hay que ver en la Córdoba que pierde su ritmo al hablar, es el mar mismo. Blanca de infinita presencia y elegancia, sus vientos sereno, firmes, salitrosos, confirman la idea del mar cuando la lengua palpa un aire similar al que corre por los océanos.

Pisando la mina de sal –que recrea en cada lluvia las 600 mil hectáreas de mineral, que no se agota ni con la extracción industrial ni manual- el infinito se desdibuja. No hay un más allá que los ojos se permitan divisar. El horizonte, desconocido, se vuelve un rayo resplandeciente de celestes y blancos. El sol, más cortante y áspero que nunca, saca de contexto y encuadre las imágenes tomados por el retrovisor de nuestras mentes, extirpadas del paralelo y la dimensión acostumbradas.

Kilómetros más arriba uno llega al cenit de la incongruencia natural descabellada. En pleno mar de sal, planos reflejos y solemne elegancia, una isla elevada en unos 8 metros aviva la vista. La sal tiene islas. De tierra. El Monte de las Barracas, porción de tierra erigida en medio de las Salinas, guarda en sus más de 7 mil hectáreas un corazón de bosque chaqueño. Además, su aislamiento ha permitido la presencia de especies en vías de extinción, como guanacos –único lugar de la provincia en donde se conservan en estado salvaje- liebres mara, pecaríes, corzuelas o gatos monteses. El Monte de las Barrancas es Refugio de Vida Silvestre.

_ ¿Es esto la tierra?

_ Pero sin humanos.

_ ¿Ni uno?

_ Efectivamente, uno solo. Al final del camino, en Totoralejos. Vaya que le gusta recibir visitas.

Todo a la vera de la Ruta 60, apenas una mínima parte de la Trinidad del Norte de Córdoba.