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A metros de los cóndores: una experiencia inigualable en Pampa de Achala

El avistaje del ave más grande del mundo es posible en nuestras sierras cordobesas. De qué se trata este espectáculo único sobre la montaña.

Esta historia comienza en Pampa de Achala, camino a las Altas Cumbres, más precisamente a la reserva natural privada Kuntur Huaca, cuyo nombre viene del quechua y significa "lugar sagrado del cóndor". Se asciende a lo más alto de la montaña para situarse a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar. En el camino se observan caballos y ovejas que recorren verdes y algún burro que huye del calor al reparo de una sombra. La brisa de la mañana despierta todos los sentidos y, luego de unos minutos de caminata por el cerro, se llega a un lugar ideal para trazar un mapa y ver todo el Valle de Traslasierra: el dique La Viña, Nono, Villa Dolores y Mina Clavero son algunos de los parajes de esta panorámica.

El hombre que nos guía tiene una infinidad de anécdotas dignas de inmortalizar en un libro de leyendas y un sombrero que, desde hace 20 años, encierra el mito de que se reconoce por las aves en este rincón montañoso. Mario es su nombre, y nos indica que el mejor lugar para avisar a estos animales es debajo de una gran piedra, donde se espera tranquilamente durante unos minutos entre compañeros y lecciones sobre la vida del cóndor.

Los primeros en llegar son los caranchos; los siguen varios ejemplares de águila mora y jote cabeza colorada. Por último, se escucha "planear" -al igual que un avión- y sobrevolar sobre nuestras cabezas a los principales protagonistas: se avecinan las aves más grandes del mundo, los cóndores. Haciendo silencio, se escucha el silbido de sus alas cortando el viento, tan característico que lo hace único. Ciertas creencias los denominan como el "ave de Dios" porque vuelan muy alto -hasta 6.000 metros de altura-y aseguran que, cuando se acercan, que pueden querer un deseo porque es probable que se cumpla.

En ese momento, la emoción no se deja percibir las dimensiones: son alrededor de diez metros los que nos separan de estas aves magnánimas que llegan a los tres metros y medio de envergadura con sus alas. A través de binoculares, nos sentimos más cerca de ellos. Los colores del hijo son jóvenes, mientras que el adulto ya tiene el color negro y el clásico blanco de plumas en su cuello. Para lograr un excelente rendimiento, los cóndores se acercan a las condiciones climáticas y atmosféricas para obtener un vuelo ligero, con una intensidad y velocidad que le permite aterrizar en algunas formaciones rocosas en la ladera.

También se los logra ver de espaldas al sol, con las alas desplegadas. En esa posición dejan secar sus plumas, ya que durante el vuelo generan una gran condensación de humedad que no les permite un desplazamiento perfecto. "Cuzi", "Nahuan Horco", "Pucará" o "Panaholma" son algunos de los nombres con los que Mario ha sabido identificar por detalles en sus alas o por su particular fisonomía a los cóndores y águilas que tienen en este punto de la provincia y que se puede divisar entre las 10 y las 13, si existe buen clima.

Continuando con el paseo, y después de las aves emprenden vuelo hacia otros destinos -dejándonos atónitos y con cámaras llenas de fotos-, nos espera un pequeño trekking de unos 800 metros hasta la sombra de un sauce, donde se corona la tarde almorzando en una ronda de conversación sobre la especie y más cuentos sobre las aventuras del guía. La travesía no termina aquí. Para aprovechar el día de sol, se bordea el arroyo Toro Muerto y hay una parada de unos minutos en la cascada homónima para darse un baño refrescante. Luego, aparece una mina de berilio abandonada entre plantaciones de romerillo, anís serrano, barba de piedra y portulacas en flor que, junto con las piedras de granito dispersas por el camino, regalan un día inolvidable.

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