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La Paisanita, para alejarse del estrés

Esta comuna serrana en Paravachasca es una invitación a visitar otro rincón cordobés de lo más tranquilo.

En esta parte de las sierras cordobesas que es el “lugar de la vegetación enmarañada”, como llamaron los comechingones al Valle de Paravachasca, se encuentra una pequeña comuna que sirve de refugio a los visitantes durante todo el año. La Paisanita se ubica a unos 12 kilómetros de Alta Gracia y a unos 50 de la capital cordobesa. Algo escondida entre caminos de tierra, es un tesoro paisajístico que se extiende a orillas de una profunda quebrada que forma el río Anisacate.

Si la meta es “desenchufarse” del movimiento y la rutina de ciudad, llegar a este lugar es la mejor decisión. Es un destino ideal para pasar todo un día, aunque también está la opción de alojarse en alguno de sus varios hospedajes, que van desde hosterías tradicionales hasta campings. Para llegar hay que tener en cuenta que, de las comunas ubicadas entre Alta Gracia y el Embalse de Los Molinos, la de La Paisanita es la única que no se encuentra sobre la ruta provincial 5, aunque sí sobre uno de los recodos del río Anisacate. De esta manera, se puede acceder por dos caminos: por Alta Gracia o por La Bolsa / Los Aromos.

¿Lo mejor de la comuna? La capilla Nuestra Señor de Luján, edificada en los años ’50 en lo alto de un cerro, desde donde es posible obtener una panorámica del valle y del río. Su construcción sencilla de piedra armoniza con el paisaje agreste que la rodea. Al mismo tiempo, pasear por sus playas y balnearios, aún en días fríos, es una invitación a disfrutar de una caminata por formaciones pétreas y por la vera del río.

Un símbolo de la localidad

Uno de los sitios más representativos de La Paisanita es una particular edificación que se encuentra en medio del cauce del río Anisacate. Realizada sobre una gigantesca piedra con forma de hongo, posee un balcón que es el mirador al río y el preferido por los visitantes que llegan hasta aquí. Hacia él suben por una escalera lateral para observar el paisaje. En sus comienzos, allá por el año 1945 –cuando nació el pueblo–, tuvo un kiosco para atender a los turistas que iban a la playa. Y si bien en 1975 una importante creciente se llevó al viejo hongo, dejando sólo hierros retorcidos, no se tardó mucho en reconstruirlo y hoy continúa siendo un símbolo de la comuna.