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Los Gigantes, mirador natural al infinito de Córdoba

La única señal es la de la naturaleza. Desconectados de todo y en equipo, así abrazan las montañas. (Foto: Milagros Martínez).
La única señal es la de la naturaleza. Desconectados de todo y en equipo, así abrazan las montañas. (Foto: Milagros Martínez).

Un desafío para estar más cerca del cielo. El cerro es una de las maravillas naturales que enorgullecen a los cordobeses. En su recorrido, hasta llegar a los 2.374 msnm, podés toparte con uno de los últimos refugios del mundo de tabaquillos y cóndores. ¡Preparate para respirar aire puro! 

El macizo impone su fuerza con sólo pronunciarlo. Poner el cuerpo para sintonizar con su energía es y será de las mejores experiencias cordobesas. “No importa cuándo leas esto”.

Hace 350/500 millones de años se originó la roca granítica que hoy caminamos y parece acercarnos al cielo. “Este batolito fue fracturado y elevado hace 10/15 millones de años, adquiriendo su aspecto actual”. La frase está en un cartel que pueden leer los que superan la trepada más áspera, metros antes de llegar al Mogote, el punto de mayor altura que prometen Los Gigantes con 2.374 msnm.

¿Cómo es posible que, viviendo en una provincia serrana, no haya elegido antes este mirador al infinito de Córdoba? Ahí donde la única señal es la de la naturaleza, los cóndores y los tabaquillos plantaron bandera. Buscan estar a salvo en uno de los últimos refugios del mundo. Como buenos anfitriones, te reciben en su casa y desde el enorme balcón de piedra se llevan todas las miradas.

Cóndores y tabaquillos. Este rincón de las Sierras es uno de sus últimos refugios en el mundo. (Foto: Milagros Martínez).
Cóndores y tabaquillos. Este rincón de las Sierras es uno de sus últimos refugios en el mundo. (Foto: Milagros Martínez).

Desafío principiante

Es domingo y el despertador no entiende nada. Son las 6 de la mañana, hay que desayunar y "stockear" mochilas para un largo día de caminata. Somos ocho, incluido el guía; sólo dos conocen Los Gigantes. Todos cordobeses, mitad sedentarios y con experiencias de secundario en la montaña.

El entusiasmo perdona hasta las llegadas tarde y consagra la primera regla básica: ¡hay equipo! Sólo hay que recorrer unos 80 kilómetros desde la capital. Pasando Tanti, el camino de ripio del último tramo anticipa una película que será difícil olvidar. Hay ovejas en el camino y Los Gigantes se acercan.

Al llegar al parador Casas Nuevas es requisito registrar al grupo, completando un formulario de Zona de Riesgo, además de abonar por el estacionamiento del vehículo. La caminata arranca cerca de las 10. La línea de largada es la misma para todos, pero a pocos minutos quedo lejos del resto. Uno de los integrantes me acompaña todo el trayecto en mi ritmo más lento.

La actividad física es exigente. Pero si podemos nosotros, puede cualquiera. Cada paso se oxigena con el aire puro de montaña. Pega el sol, pero el viento no nos deja sacar la campera. Los pastizales dorados se despeinan y contrastan con el azul del cielo.

Queremos frenar, pero el guía nos marca que hay que seguir hasta “el tabaquillo”, un hermoso árbol que se eleva en medio de la nada. Allí hacemos una pausa y sólo comemos frutas. Sabio consejo para caminar más livianos, sin que duela el bazo. Las trepadas comienzan a ser más empinadas y la próxima promesa es un arroyo cristalino.

En ese punto, el verde del pasto es más intenso. Un pequeño oasis en medio del imponente macizo. Siento que es demasiada exigencia y que hasta ahí llega mi amor por la aventura. Digo que me quedo a esperarlos. El guía se acerca y me dice: “Tu pulso está perfecto. ¡Vamos, que hay que seguir caminando!”. Me convence y continuamos.

El más chico del grupo vuelve para hacerme el aguante y ya somos tres los que quedamos al último. Me hacen chistes, distraen mi atención y con un bastón de trekking me ayudo en el tramo más pesado. Al terminar la peor parte, les digo todo lo que los quiero. El buen humor y el apoyo del equipo son capaces de mover montañas.

“Cuando Mike Wazowski cierra el ojo, ¿guiña o parpadea?”, es una de las preguntas que me hacen para no pensar en la agitación que siento. Una vez superada la etapa más cruda, comienza el verdadero placer de un día que quedará entre lo más intenso del 2018.

Apachetas. Montículos de piedras que te orientan en el camino de Los Gigantes. (Foto: Milagros Martínez).
Apachetas. Montículos de piedras que te orientan en el camino de Los Gigantes. (Foto: Milagros Martínez).

Nos sentamos para la segunda recarga energética frente a un mirador de altura. De pronto, todo eso que aturde de la rutina cae al vacío y sólo queda esa conexión natural que aquieta hasta la preocupación o pena más profunda. Sensación de paz en estado puro.

Quiero y sé que puedo

Después de esa pausa, todo es felicidad. Ponerse en movimiento de nuevo me lleva ahora a un estado de euforia. Paso a ir primera con el guía y grabo un video porque estamos cerca del Mogote, el punto más alto de la aventura. Llegamos a la base del cerro y al lado del refugio de los Nores sentimos, con otras dos compañeras, que lo nuestro ya es misión cumplida.

Quisimos y logramos nuestra cumbre. No en el punto más alto, sino unos metros más abajo. Los otros cinco se animan a conquistar la piedra final, la de los equilibristas. El vértigo desde la base se siente fuerte y preferimos mirar el espectáculo.

Almorzamos juntos, orgullosos del equipo y de los límites que superamos. En el regreso, nos damos más tiempo para alucinar con el paisaje, remojamos los pies y tomamos agua del arroyo. Pero lo más lindo sucede cuando vencemos el minuto de silencio frente a una bajada imponente, dejamos que la naturaleza hable y miramos al infinito.

Unidos por el silencio que de alguna manera también nos abraza, nos encontramos con una linda excusa para volver atrás en el 2018.

Seguimos bajando con el sol que va cayendo y cambiando de color el cordón montañoso. El reloj marca que pasaron las 19 y mientras suena Viva la vida, en versión fogón y guitarreada, elongamos con las últimas imágenes del día. La mejor recompensa está por llegar: empanadas caseras, amasadas por Doña Felipa, en el parador Casas Nuevas.

Llega la noche y sería hermoso quedarse a mirar las estrellas pero es hora de irse. “Vamos a volver”, nos decimos. El día después estamos como si hubiéramos hecho cumbre en el Everest.

Con el 2019 en la puerta, prometemos más aventuras en altura. De esas que le devuelven el eje al cuerpo. En medio de la nada y desconectados de todo, agradecemos la inmensidad de la naturaleza. Los Gigantes son la puerta de entrada también a ese lado nuestro que no conocemos. Sintonizar con su energía es y será de las mejores experiencias. “No importa cuándo leas esto”.