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Enóloga por un día

Cómo es la experiencia de visitar una finca y catar vinos sin tener idea del tema. Traslasierra es un buen lugar para hacerlo.

Lo primero que voy a reconocer es que no sé nada de vinos. Ni siquiera sé si me gustan realmente, pero una invitación para visitar una finca y un viñedo en medio del Valle de Traslasierra me adentró en un mundo inesperado.

Lo segundo que tengo que asumir es que conozco muy poco mi provincia y eso, en algún punto, me avergüenza. Por eso decidí volver a San Javier, un lugar por donde no pasaba desde que era muy chica y del que no tenía casi recuerdos.

La excusa era descubrir uno de los cactarios más importantes que hay en Córdoba y un jardín botánico reconocido por Botanic Gardens Conservation International. La finca se llama El Tala y se encuentra enclavada al pie de las montañas, lo que le da al lugar una de las vistas más hermosas de Córdoba de las que yo tenga memoria.

Detrás de este proyecto hay una pareja que, cansada de la vida en las grandes ciudades del mundo, se instaló en Traslasierra y dio forma a un sueño postergado que hoy se hace realidad en las más de ocho hectáreas que tiene la finca.

Un edén en Córdoba

Al recorrer el botánico quedamos sorprendidos por la cantidad y variedad de especies que allí se conservan para uso educativo bajo el nombre de “Jardín Botánico Cuenta Soles”.

Nunca había visto semejantes cactus con tremendas flores de todos los colores y formas. Paseando por el parque también nos asombraron las plantas acuáticas y los cuidados que requieren.

Había además un sinfín de árboles nativos que se mantienen con la idea de conservar la impronta de Traslasierra. Para eso también existe en el lugar una serie de esculturas típicas de artesanos y artistas de la zona, que transforman a la finca en una preciosa galería a cielo abierto.

La caminata por el campo nos devolvió vistas de lotos, salvias, vides, cactus, suculentas, cascadas y artesanías en hierro y madera; todo con las sierras de fondo.

¡A los vinos!

Entre todas las especies que se mantienen en el lugar, lo más impresionante es el viñedo que alimenta la bodega llamada Aráoz de Lamadrid. Cuando el sol de la siesta bañaba las vides, nos invitaron a presenciar una reunión de trabajo y de cata de vinos que los dueños del lugar tuvieron con el enólogo mendocino Federico Zaina.

Mientras las copas pasaban de mano en mano en la ronda, comenzaron a sonar términos que por alguna cuestión me eran familiares, como varietal Malbec, Chardonnay o Syrah; pero también aparecieron otros como Petit Verdot, Ancellotta y Tannat que nunca había escuchado en mi vida.

El enólogo sacaba sus anotaciones de años, barricas y graduaciones alcohólicas. Había tomado muestras de todo y nos hacía probar cada una de las variedades. Llegamos a sugerir (desde un total desconocimiento) la unión de dos varietales que él no había tomado en cuenta. La valentía de nuestra sugerencia fue bien recibida y hasta se evaluó la posibilidad de lanzar botellas con esa combinación.

Fue entonces cuando descubrí algo que imagino que no es ninguna novedad para los que gustan de los vinos: cuando uno prueba tragos de distinta variedad, uno detrás de otro, puede notar diferencias claras y absolutas. Un vino nunca es igual a otro.

Yo, que nunca había tomado en serio a esta bebida milenaria, me encontraba analizando colores, sabores y olores desconocidos para mí. Hacía girar de forma magistral la copa y la ponía a contraluz en un juego más que divertido para un principiante, aunque seguramente muy comprometedor para quien trabaja en la materia.

El enólogo que guio a los dueños en el camino de la agricultura orgánica se notaba muy orgulloso del ensamble de variedades que dio forma a la bodega. “Nada que envidiarle a Mendoza”, decíamos todos.

Experiencia completa

A pedido de todos los que llegan al lugar para conocer el botánico y el viñedo, finca El Tala disponía de dos habitaciones campestres desde las que se podía ver uno de los atardeceres más bellos de Córdoba. Sin embargo, la demanda creció tanto que desde octubre la finca ofrece más cantidad en alojamiento, aunque el lugar sigue siendo reducido y exclusivo. De hecho, también se pueden reservar almuerzos y cenas a cargo del reconocido chef Fernando Hara.

En cada habitación hay obras de arte local y todo lo dispuesto para la estadía es de producción artesanal: desde los jabones hasta los dulces que se sirven en el desayuno son hechos en San Javier.

Para quienes no se queden en el lugar, existe la posibilidad de hacer una visita guiada por la finca que incluye degustación de charcutería artesanal y vinos orgánicos. Y, así, todos podemos jugar a ser “catadores por un día”.