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Del norte cordobés: paseos repletos de historias y de tradición

Casonas históricas y calles empedradas; el árbol que hizo sombra a San Martín; postas del Camino Real; estancias; peñas culturales, pictografías de 1.500 años. La brújula turística apunta hacia el norte.

El Camino Real es la columna vertebral de nuestro norte cordobés, con algunos empedrados originales, calles adoquinadas, casitas o casonas de adobe, postas sorprendentes en las que grandes hombres y mujeres dejaron sus huellas, árboles de varios cientos de años que se han vuelto símbolos.

El norte nos envía sus mensajes desde distintos lugares: de los pueblos originarios, con sus más de 35 mil pinturas en 113 aleros del Cerro Colorado; de los años de la conquista española, de la influencia jesuítica; de las luchas encarnizadas entre federales y unitarios; de los tiempos de la independencia... y hasta de nuestra raíz folklórica, con el legado de don Atahualpa Yupanqui.

Hay que saber escuchar esos mensajes en sus diferentes formas: puede ser un edificio imponente como el de la posta de Sinsacate, una parada clave del viejo Camino Real al Alto Perú -eje social, económico y cultural durante siglos, y también lugar de paso de los ejércitos patriotas-, monumento histórico nacional desde hace 80 años.

O la estancia jesuítica de Jesús María, que recuperó en 2018 la bodega en la que se elaboró el primer vino argentino (cuando ni siquiera éramos Argentina), producido para el consumo de unos pocos particulares y de las celebraciones religiosas.

También puede ser probar el inconfundible cabrito de Quilino, o descubrir el Algarrobo Histórico en Sarmiento, que dio sombra a José de San Martín antes de emprender el cruce de los Andes. El pueblo se sostiene encendido desde que se apagó el tren.

La zona ha crecido turísticamente en los últimos tiempos, y entre sus localidades encantadoras con una oferta nutrida que combina historia, tradición y cultura, se pueden combinar paseos con otras regiones próximas como las Salinas Grandes o el Mar de Ansenuza.

Caminos para andar

Desde que se reabrió la actividad turística, luego de meses de restricciones por la pandemia, el flujo de visitas va en aumento, no sólo los fines de semana largo sino con planes de escapadas para cualquier momento: “El cordobés está descubriendo el norte”, aseguran.

Hay muchas maneras de recorrerlo: siguiendo un mapa, transitando las paradas de la Chacarera de las piedras, de Yupanqui (Caminiaga, Santa Elena, El Churqui, Rayo Cortado, para acabar en el pago del Cerro Colorado), programando varios días entre pueblos, caminos perdidos, estancias, iglesias, o lugares poco conocidos. Y combinando la historia y la cultura con los paisajes, donde reina el silencio.

El Cerro Colorado sigue siendo uno de esos puntos del recorrido que más atención generan, aunque todavía se extrañan las caravanas de colectivos escolares que visitan las pinturas de siglos o el legado de Atahualpa.

Cantina La Salamanca, Casa Pozo, al pie del Cerro Colorado, propone combinar buena gastronomía típica argentina (cabritos, empanadas, humita), cultura, comunidad, con el ingreso a uno de los aleros en los que se encuentran los registros de los viejos habitantes del lugar.

Casa Pozo hace referencia a recreación de una vivienda comechingona, una propuesta para mostrar y reflexionar sobre cómo era la vida de los pueblos originarios y cuánto se mantiene vivo en nuestros días.

En la cantina hay una aproximación a la historia del norte, desde el Camino Real a la música y las costumbres típicas.

Es un punto de encuentros, especialmente en el patio de tierra para levantar polvaredas debajo del tala. Allí funciona la fototeca Augusto Reyna, en honor a una persona que se enamoró del Cerro Colorado y registró a sus habitantes en su vida cotidiana.

Mariela y Matías son de la zona, y siempre soñaron con instalarse allí. Es un buen punto para contactar a guías de turismo local, que lleven hacia los registros milenarios en los cerros.

Don Ata y Nenette

No hay visita completa al Cerro Colorado sin recorrer la casa que eligió Atahualpa Yupanqui para refugiarse después de años en el camino. Allí se encuentran las huellas de una vida trascendente, de una obra clave para la cultura argentina. También la de su esposa, Nenette, que puso música a grandes composiciones del repertorio yupanquiano. Ella firmaba, entonces, bajo el seudónimo Pablo del Cerro.

Poco antes de la pandemia, en el Centro Cultural Agua Escondida se inauguró el Café Nenette en la vieja cocina y comedor de la casa. Se ha convertido en un punto de encuentro para visitantes que aprovechan los fines de semana para descubrir el norte, junto al río.

El hijo de ambos, Roberto “Kolla” Chavero, suele compartir allí sus canciones con la guitarra. También los himnos de sus padres, mezclados con anécdotas de familia, que muestran la dimensión humana de estos grandes nombres de nuestra música El ”Kolla” dice que el rescate de la figura de su madre no empezó tiene que ver con el contexto de hoy, sino que empezó con la novela biográfica Una mujer llamada Pablo, de Isabel Lagger.

El propio Chavero destaca que en los últimos meses creció la frecuencia de visitas a “El Silencio”, un rincón arroyo arriba de la casa, que don Ata utilizaba para meditar.

La gran biblioteca, los instrumentos (la guitarra de Yupanqui, el piano de Nenette y sus partituras), objetos personales como pasaportes o recortes de diarios del éxito en Europa; el paisaje, el silencio y la conexión con lo natural; el patio de los cactus; el viejo roble bajo el que descansan los restos de don Ata y de su amigo “El Chúcaro”) son algunas de las opciones para descubrir, en una visita a la que es mejor dedicarle tiempo.

Viaje en el tiempo

El pasado, presente. Tulumba es uno de los lugares más increíbles de nuestro norte. Las calles empedradas, viejos faroles, casonas construidas entre los siglos XVIII y XIX, que están siendo recuperadas, viejas casas en plan de convertirse en alojamientos boutique sin perder la esencia, la iglesia en el centro del pueblo.

Si quien viaja se propone una visita en el tiempo, tiene la oportunidad de ir a la época de las colonias en uno de los pueblos más antiguos de Córdoba.

La imponente iglesia Nuestra Señora del Rosario fue construida en 1882, pero no es el único hito edilicio de la villa: están las Cuatro Esquinas, la Calle Real que termina en la casa de los Reynafé (donde se pergeñó la masacre de Barranca Yaco y el asesinato de Facundo Quiroga en 1835).

Volviendo a la iglesia, hay que disfrutar el contraste con las ruinas de una vieja capilla del siglo XVII, y aprovechar el centro de interpretación del Camino Real, no sólo para sacarle el jugo a la visita a la Villa sino para conocer sobre toda la zona a través de infografías, líneas del tiempo y salas de cine.

También se pueden aprovechar los encantos naturales de Tulumba, bañada por el río Suncho. En ese punto se reúnen tanto locales como visitantes, que recorren los senderos junto al agua a pie, a caballo o en bicicleta.

Hay varias opciones de alojamiento -aunque no en gran cantidad-, y bastante gastronomía para descubrir.

El norte cordobés nos llena de mensajes, que llegan a través del tiempo y en distinta forma. Hay que saber escucharlos, y por eso una de las características de toda la zona es el silencio.