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Cuevas que atesoran misticismo

Paz y tranquilidad resumen las cualidades de Characato, paraje ubicado a 38 kilómetros de La Falda y ámbito propicio para caminatas, cabalgatas y avistamientos de cóndores.
Paz y tranquilidad resumen las cualidades de Characato, paraje ubicado a 38 kilómetros de La Falda y ámbito propicio para caminatas, cabalgatas y avistamientos de cóndores.

Valle y pueblo de nombre aborigen que significa “tierras de aguas”. Sin energía eléctrica y al amparo del murallón rocoso, el lugar propicia el turismo “slow life” (vida lenta) en contacto con la naturaleza.

Characato es un valle que acoge a la pequeña población del mismo nombre, de no más de 20 personas, y a la que 38 kilómetros separan de la ciudad de La Falda.

Innumerables vertientes que brotan entre las rocas y los piletones naturales inspiraron a los comechingones a denominar como “Characato” que significa “tierras de aguas”, en lengua aborigen.

El cartel de ingreso al poblado resume la esencia del lugar: Villa del silencio, aunque algunos lugareños prefieren llamarlo Morada del silencio.

Paz y tranquilidad rodean a las casas del valle que no tienen energía eléctrica (sólo paneles solares) y a las que resguarda el imponente murallón rocoso de dos cerros principales: Tres Picos y Characato. Sólo y como suaves ecos, se escucha el canto de las aves y el correr del río.

Si se le pregunta a Gabriel Mansilla, dueño de la estancia El Palmar sobre qué tipo de turismo se puede practicar en el lugar, contesta: turismo de slow life, es decir un sistema de vida lenta con actividades que requieren perder la noción del tiempo y propician la contemplación y el contacto con la naturaleza.

“Creo que hay dos formas de viajar: una es el turismo del sentir y la otra, es el turismo del contar. El primero se logra en un viaje a nuestro ser interior y el otro, es para sumar anécdotas de los lugares por los que se anduvo”, añade Gabriel, quien además, define a Characato como un paraje mágico para disfrutar del turismo del sentir, el de las sensaciones.

La principal fuente de agua es un arroyo originado en la cascada Las Bandurrias que tiene un salto, en caída libre, de alrededor de seis metros y que finaliza en una hoya de piedras rojizas.

Este marco natural es ideal para realizar caminatas, cabalgatas y avistamientos de cóndores.

Al avanzar por el camino de tierra, en un paisaje de montañas rocosas, pircas de piedras y una falla geológica que une las Sierras Grandes con las Sierras Chicas, se observa un oasis arqueológico.

Se trata de un conjunto de rocas erosionadas por la acción del viento que las culturas aborígenes utilizaban como residencia de verano y a las que se conoce como Cuevas de los Comechingones, término que significa “habitantes de cuevas”.

El lugar no tiene pictografías pero se pueden conocer las costumbres de los pueblos originarios a través de morteros, conanas y algunos fragmentos arqueológicos (restos de cacharros, instrumentos de molienda y caza) que están camuflados entre la vegetación de helechos, cactus y pencas.

Al mirar a la distancia, las rocas erosionadas, como en un ensueño se cree escuchar el susurro de los ancestros a través del viento que se filtra entre las cavidades.

Cuevas. Las aberturas naturales de las cuevas funcionaban como lugares de ingreso que se cubrían con pieles de animales. Algunas se las destinaba a vivienda familiar y otras más amplias, a talleres donde las mujeres se congregaban para realizar los trabajos artesanales.

En el paisaje sobresale un montículo de piedras pequeñas (de forma semi cónica) ubicado sobre una cueva alta. Es una apacheta, especie de altar que los comechingones empleaban para venerar a la Pachamama (madre tierra). También se usó como referencia para medir distancias, separar sectores y orientar a esos pueblos nómades.

La imaginación recorta distintas figuras en el perfil legendario de esas rocas, algunas de las cuales parecen derrumbadas por efecto dominó, y otras presentan semejanzas con figuras de animales. Sin embargo, recién al ingresar en los recintos ancestrales, agachados o reptando, es cuando se instala una atmósfera mágica, al sentirse cobijados en el seno de la madre tierra. Tal, como vivieron esos pueblos.

El lugar tiene un encantamiento especial que se desprende de los muros pétreos, tan fuerte es la sensación, que al partir, todos lo hacen en respetuoso silencio, como si se despidieran de un camposanto o para evitar despertar las leyendas que allí descansan, acunadas en el corazón de cada una de las cuevas.

Tours alternativos. "La perlita". La capilla de 1895, consagrada a Nuestra Señora del Rosario del Milagro. Según una leyenda hace casi 80 años entornó sus puertas que así permanecen, después de que en su altar se desarrollara un hecho trágico.

Minas de Oro Grueso. Las minas fueron abiertas por los jesuitas en el siglo XVII y en la actualidad pueden visitarse con la asistencia de un guía. Se trata de cavernas con suelos plagados de minerales (oro, cuarzo y mármol) que son motivo de estudios arqueológicos.

Canteras Iguazú. En las inmediaciones están las Canteras Iguazú, hoy pueblo fantasma donde antaño se extrajo mármol.

Estancia La Candelaria. A 18 kilómetros de Characato se encuentra la estancia jesuítica La Candelaria, declarada por la Unesco en 2000, Patrimonio de la Humanidad. La iglesia, las ruinas de las rancherías y los corrales se engarzan con los restantes establecimientos de esa orden religiosa en Alta Gracia, Jesús María, Colonia Caroya, Santa Catalina y la Manzana Jesuítica en Córdoba Capital.

Informes. Excursiones teléfono (03543) 156-57138.