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Cicloturismo: prueba de destrezas

Entre las palmeras caranday y la tierra de arcillas coloradas, se observan en el horizonte las últimas ondulaciones de las Sierras Chicas.
Entre las palmeras caranday y la tierra de arcillas coloradas, se observan en el horizonte las últimas ondulaciones de las Sierras Chicas.

Una jornada de cicloturismo por el norte provincial, casi al final de las Sierras Chicas, entre los departamentos Punilla e Ischilín. Partida y llegada a un mismo lugar, luego de recorrer 55 kilómetros por caminos que cambian de nivel y de ambiente natural de manera constante.

A 11 kilómetros  de la localidad de Charbonier, en el paraje denominado Las Lajas, un camino serrano con dirección nordeste, con cartel de cruce y cabina de espera de ómnibus, fue el lugar elegido como partida y arribo de una jornada de cicloturismo.

A poco de andar se encuentra  la vivienda de la familia Molina, campesinos productores de café de algarroba y recolectores de hierbas aromáticas.

El camino se abre paso entre un tupido bosque serrano en el que algarrobos, quebrachos, talas y cocos con su tamaño manifiestan su permanencia centenaria en el lugar. Principalmente, los algarrobos de gran diámetro y contorsionadas curvas, son abundantes, tanto, que ese tramo merecería denominarse el camino de los algarrobos abuelos.

Después de 12 kilómetros se arriba a un cruce de caminos en el paraje denominado Maza, nombre derivado de la estancia del lugar. Una acequia corta el camino y forma un estanque con sombra. Sin dudas, el lugar ideal para hacer la primera parada del recorrido.

Tierra de arcillas coloradas. A partir de ahí el bosque serrano chaqueño va dando lugar a otro tipo de ambiente, donde poco a poco van predominando las palmeras caranday y barrancas de arcillas coloradas.

Desde la altura de las lomas se pueden observar horizontes lejanos. El camino bordea por su límite norte, las últimas ondulaciones de las Sierras Chicas.

Más adelante se arriba al disperso caserío San Antonio, donde hay una productora de quesos de leche caprina.

Se cruza el río Copacabana (del término quechua “mirador azul”) por un largo vado, en invierno sin agua, sólo arenales con grandes rocas y barrancas a pique, en las que loras y otros pájaros anidan.

Algunas marcas en la orilla muestran el nivel que alcanza el río en épocas de lluvia.

Un esfuerzo y a poco más de 22 kilómetros de la partida se arriba a la estancia Copacabana.

Una tranquera negra de hierro señala el ingreso, de ella cuelga un cartel donde anuncia que es propiedad privada, pero otro  solicita “cierre la puerta”, en una velada invitación a ingresar.

Descenso hacia el río y entre un túnel de plantas aparece la estancia Copacabana

El conjunto de construcciones de la estancia deja boquiabierto al visitante: la iglesia, la ranchería y el casco, arman un conjunto arquitectónico que se destaca en medio de la naturaleza serrana.

La capilla Copacabana, a un costado del cerro Pajarillo es lo primero que se ve.

De color blanco, con dos importantes torres asimétricas, una con el campanario.

Al centro, un arco ojival marca el ingreso y en el frente de la iglesia, un muro con verja de madera cierra el atrio.

El monumental edificio impone la presencia divina en el lugar. Fue mandada a construir por don Nicolás Cabrera hacia 1842 y en su interior alberga una imagen de Nuestra Señora de Copacabana.

Al decir de los lugareños fue parte de un viejo oratorio que resultó destruido por una creciente del río. De ese suceso, la imagen se salvó “de milagro”.

Hacia un lado, más abajo, se encuentra el casco de la estancia, que perteneciera a Nicolás Cabrera, con varias habitaciones y una amplia galería. A unos 70 metros se encuentra la ranchería. Una sucesión de una veintena de piezas, ranchos de adobe y techos de teja que las familias utilizan para la novena de la Virgen.

Entre la ranchería y el casco de la estancia se forma una especie de gran patio, que una vez al año es usado por los promesantes para la festividad de la Virgen.

Las fiestas patronales se festejan el 2 de febrero pero nueve días antes comienzan a llegar las familias que allí se alojan para homenajear a la Virgen con la novena o “la función”, como le dicen en el pueblo.

Todo termina con una procesión y una gran fiesta de sabores criollos y bailes tradicionales.

Dice Pablo Rosalía en su libro Hermoso vivir llevabas al referirse a esta fiesta “aunque no sea la temporada, a nadie se le puede privar de la inmortal sensación de ensayar unos pasos de chacarera con un rebosante plato en la mano y un vasito de tinto en la otra”.

Finalmente cada familia promesante entrega sus ofrendas para agasajar a la Virgen.