Celebración peruana en Alberdi

Nacida en Perú, la ceremonia religiosa y popular en honor al Señor de los Milagros que se realiza en la ciudad de Córdoba, es organizada por ese colectivo de inmigrantes desde 1997. Rituales, platos típicos, música y bailes, tal cual se hacen en el país de origen.

Cuenta la historia que en 1651 un humilde esclavo angoleño pintó un Cristo en una pared de adobe de su cofradía, en el barrio de Pachacamilla en Lima, Perú. Esa pared fue lo único que sobrevivió al terremoto ocurrido el 13 de noviembre de 1655, y a causa de este prodigio la imagen atrajo muchos fieles.

También sobrevivió a un nuevo terremoto ocurrido el 20 de octubre de 1687 y que arrasó con Callao, la ciudad costera, y parte de Lima, la capital. Ante el fenómeno, las autoridades religiosas que hasta entonces se mostraron renuentes a considerar un milagro, se vieron obligadas a aceptarlo.

Su fama se extendió, y desde entonces los días 18 y 19 de octubre se realiza la Procesión del Señor de los Milagros, el Cristo moreno venerado principalmente por la comunidad descendiente de los antiguos esclavos negros.

Esta celebración desde 1997 también se hace en Córdoba y es muy esperada por la colectividad de peruanos residentes.

Se trata de un festejo religioso y popular que consiste en una misa y una procesión por las calles de barrio de Alto Alberdi. Es organizada por la cofradía Hermandad del Señor de los Milagros, cuyos miembros visten hábitos de color morado con gruesos cordones blancos, iguales a las vestimentas oficiales de las Madres Nazarenas que custodian el Cristo en Lima, Perú.

Esos cofrades tienen el honor de cargar las pesadas andas sobre sus hombros donde, con flores y velas, se encuentra el cuadro con la imagen.

En la parte de atrás y como es también tradición desde 1747, le acompaña Nuestra Señora de la Nube, una imagen originaria de Quito, Ecuador.

En las calles aledañas y sobre el pavimento hay dos alfombras de aserrín y anilina de diferentes colores, que son confeccionados por los jóvenes peruanos.

Una se coloca en la calle Silvestre Remonda y la otra en calle La Rioja. Son obras de arte efímeras ya que allí se detienen y bailan y se ubican los porteadores al principio y al final de la procesión.

Pequeños puestos frente a la iglesia ofrecen platos típicos como anticuchos de corazón y un delicioso turrón que se prepara especialmente para la fecha. Cerca, en el medio de la calle los músicos con cajones peruanos ensayan los sones con el que honran al Cristo.

La misa comienza generalmente a las 18 en la parroquia San Jerónimo (La Rioja 2115), y a continuación se hace la procesión que avanza por Silvestre Remonda, Santa Rosa, Enfermera Clermont y La Rioja, es decir, toda la manzana de la iglesia.

Sin embargo no hay que confiarse que sea un recorrido breve porque se realizan continuas detenciones para el recambio de porteadores (no sólo hombres, desde 2012 también participan las mujeres) para que los fieles acerquen los niños al Cristo, y para que el mayordomo controle que las flores y velas encendidas estén bien colocadas.

Estos rituales estira la procesión hasta dos horas aproximadamente. Abren la marcha las sahumadoras y cantoras, que visten hábitos morados y velos blancos. Les siguen las cuadrillas de porteadores, cada una conformada por 18 personas, que transportan la imagen del Señor de los Milagros por turnos de 10 minutos cada cuadrilla.

Un movimiento acompasado de pies se inicia al sonido de una campana tocada por el mayordomo y comienza un rítmico balanceo de lado a lado sin avanzar y otro para comenzar la marcha por la calle repleta de gente.

Pronto se llega a la primera alfombra, y comienzan a sonar de los cajones ritmos tradicionales que al finalizar son levantados en un saludo al Cristo.

Los cambios de porteadores se suceden, en cada parada los niños son alzados por sus padres y acercados al Cristo; se agregan ramos de flores y de manera lenta la procesión avanza mientras se escucha el tradicional Himno del Señor de los Milagros.

Al completar la manzana, se arriba acerca a la iglesia y suenan nuevamente los cajones peruanos en su honor, se hace un último saludo, y finalmente arriban a la segunda alfombra acompañados de música folklórica y los porteadores inician el baile.

Ignoran la pesada carga que soportan, incansables van y vienen, adelante y atrás, de lado a lado, mientras desmenuzan el trabajo artesanal con los pies al son de la música tradicional.

Un último baile, y en un empuje definitivo para ingresar al patio de la iglesia para dejar allí al Cristo y la Virgen que reciben la veneración de sus fieles.

Cuando la celebración culmina, el colectivo de inmigrantes peruanos ya piensa en el año siguiente cuando el pavimento vestido con alfombras de colores, los vendedores ambulantes de comidas típicas y los cajones suenen se instalará una vez más esa suerte de nostalgia que recuerda al lejano Perú.