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Candonga: aire campestre, montaña y mucha historia

Un lugar para encontrarse con la naturaleza y pasar un día relajado al pie de las Sierras Chicas.

“Un verdadero oasis de energía y paz”. Así lo sostiene la carta de presentación de Candonga, una página que se justifica en la simpleza. Para llegar hay que hacer un viaje breve (53 kilómetros desde la ciudad de Córdoba) pero extenso, que conduce a la profunda y latente historia del antiguo Camino Real hacia el Alto Perú. El acceso a este reducto dispuesto en el corazón de las Sierras Chicas es a través de una ruta sinuosa, de cornisa, con vistas de belleza explícita hacia la llanura, siguiendo el serpenteo del río San Vicente, que se integra a otros afluentes para formar el río Agua de Oro.

Todavía en el camino, y a lo lejos, en el corazón de la postal, se asoma su joyita, la antigua capilla que expone la huella de otra época y preside la estancia que la cobija. Hasta allí se puede llegar durante todo el año con la intención de degustar buena gastronomía regional y artesanal en el restaurante contiguo, abrazar con los sentidos un día no convencional y sentir un poco de pureza entrando en la cavidad pulmonar. Cerquita de la comuna de El Manzano, se resguardan “300 años de historia”, espíritu de campo, delicias bien maridadas y una atmósfera ideal para olvidarse del ritmo presuroso de la ciudad.

DATOS. Información útil de Candonga.

Valioso pasado

No hay duda de que la capilla, declarada Monumento Histórico Nacional en la década del cuarenta, es el ícono del lugar. Inmortalizada en lienzo por el artista y portador de genes italianos José Malanca, se trata nada más y nada menos que de uno de los mayores exponentes de la arquitectura colonial de Córdoba, por su originalidad y belleza en líneas de diseño. Sus viejos muros descansan en un ambiente de serenidad, en la soledad de la montaña, compañera fiel frente al paso de los años.

La obra que originariamente fue el oratorio de la que se conoció como la Estancia del Rosario de Santa Gertrudis  fue levantada en 1730, con piedras que se ensamblan naturalmente en el paisaje en tierras que el hacendado José Moyano Oscáriz había adquirido una década antes. La estructura posee una sola nave sin cúpula, una espadaña de figuras curvas con orificios para las campanas y, en el medio de la nave, una linterna por donde ingresa la luz que ilumina la imagen de la Virgen del Rosario.

Pero esta obra no es todo. También está el viejo molino, erigido en paredes de adobe, que conserva su rueda de paletas de madera. Y además hay un pequeño museo dentro de las paredes de la que fue la casa de la estancia, donde se resguardan algunas reliquias que decoraron la misma.

Naturaleza viva

En la zona vinculada con antiguos invernaderos de mulas, el verde –que por estos días está más amarillezco y seco– siempre domina la escena. En Candonga hay cabida para el desarrollo de una nutrida flora y fauna autóctona, que crece bajo la melodía encantadora de los zorzales. Cruzando el jardín, por un puente colgante sobre el río, se llega a la huerta orgánica que se descubre cuando viene bajando la loma. Se trata de la encargada de imponer frescura en los platos de la cocina, de los cuales (y antes de partir) es obligatorio probar los dulces caseros.

Si bien Candonga es ideal para pasar simplemente el día, actualmente un emprendimiento sustentable (que “toma los recaudos para conservar y proteger el paisaje natural con un estricto plan de reforestación y pautas constructivas de preservación paisajística”) ofrece espacios para quienes deseen vivir en el lugar o, al menos, tener una buena excusa para visitarlo más a menudo. Vale la pena conocer la capilla y la estancia para experimentar aunque sea una porción de la identidad colonial y religiosa de esa Córdoba que nos mira desde lo profundo de la historia.