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Calmayo, tierra de circuitos y perfumes serranos

En la mitad del antiguo Camino Real, este enclave del valle de Calamuchita se conoce a través de sus recorridos religiosos, naturales y aromáticos.

Cuando se decida ir hacia Calamuchita existe una excelente opción para elegir. Una alternativa a las localidades más afamadas de esa zona. A 87 kilómetros de la Capital cordobesa, Calmayo es un pequeño valle que conforma el meridiano del antiguo Camino Real, conocido en ese sector de la geografía provincial como el Carril de los Chilenos. Actualmente, conecta la localidad de San Agustín con Villa General Belgrano. La clave para visitarlo es aprovechar sus diversos planes, que conjugan naturaleza, historia y aromas de las sierras.

Para comenzar, es posible recorrer sus arroyos y vertientes, atravesando bosques de talas, cocos y molles entre cantos de pájaros y sus múltiples senderos para andar a pie o a caballo. De esta manera, emprender camino hacia el norte permite encontrarse con un salto de agua de 17 metros de altura. Hacia el sur, la laguna El Chavito -de cuatro metros de profundidad- regala una postal serrana que calza justo para un momento de descanso. Los relatos siguen vivos en esta localidad donde los lugareños cuentan historias sobre las minas de cobre de los jesuitas o las de oro, explotadas durante el siglo pasado.

Por las huellas benedictinas

Siguiendo por los márgenes del arroyo Calmayo, descendiendo del pueblo por senderos pintorescos, es fácil deslumbrarse también con el monasterio de los monjes benedictinos Nuestra Señora de la Paz. Hasta hace algunos años, allí estos religiosos daban misas y “recitales” de canto gregoriano.

El lugar tiene un estilo muy particular al haber sido construido enteramente en piedra caliza blanca, extraída por los mismos religiosos de su propia cantera. Hoy, la estancia con forma de herradura y patio de época todavía puede contemplarse, mientras se disfruta del paisaje serano que rodea la construcción.

Perfume de sierras

Otra propuesta diferente para disfrutar en familia en este entorno agreste implica encontrarse creando perfumes en una fábrica artesanal de fragancias. En ella, cada visitante puede producir su propia fragancia seleccionando los aromas de base, “corazón” y los tonos altos, tres componentes que forman una colonia.

Este emprendimiento familiar bautizado Aromaherba es, según sus dueños, una invitación a recuperar la perfumería, considerada como un arte y no como un simple oficio. Lavandas, rosas, geranios y caléndulas, entre otras especies, son las protagonistas. De las plantas autóctonas se prefiere descartar la peperina para evitar su extinción e incluir el extracto de la zarzamora y el fruto del árbol de coco.

Sin duda, esta es una cita ideal no sólo para los fanáticos de las aromáticas, sino también para viajeros en busca de experiencias distintas rodeados de un entorno serrano inolvidable.