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Caballos y bodegas

Caballos y vides, de la mano de los colonizadores y evangelizadores, transitaron América del Sur. En Argentina se dispersaron por el norte, Cuyo y Córdoba, donde marcaron un perfil bodeguero

Traslasierra tiene bonitos ríos y playas de arena. Se puede disfrutar del agua y del sol. Pero hay más. Andar a caballo y degustar los vinos regionales pone en manos del viajero todo lo necesario para modelar una experiencia turística con verdadera inspiración artística.

Los caballos y las vides dejan ver que la historia en Traslasierra no sólo está en el museo Rocsen. Perdura en la cultura de la gente que hizo de la actividad ecuestre y de la vitivinicultura su sustento. Esta realidad ya hace al encanto local.

Cuando se cruza el Camino de las Altas Cumbres yendo desde Córdoba, se tiene la sensación de dejar atrás la Argentina gringa. Siguiendo los mapas vienen Cuyo y el norte y esta condición geográfica da contenido histórico al viaje.

Las vides y los caballos bajaron de los barcos españoles y en manos de los conquistadores y los jesuitas transitaron desde el Potosí.
Así, ha quedado en Cuyo, Bolivia y Salta un marcado perfil bodeguero. Córdoba forma parte de esta impresión claramente en Traslasierra, ligada a la estancia jesuítica La Candelaria, y a Colonia Caroya y Jesús María, ligadas al otro conjunto de estancias.

Llama la atención que en la zona de la estancia de Alta Gracia y en Calamuchita, haya bodegas que ya han comenzado a cosechar premiaciones por la calidad de sus vinos, como es el caso de estancias Las Cañitas, en Villa Berna, y Finca Atos, en Atos Pampa.

Tras la expulsión de los jesuitas y de la pacificación nacional, la producción de vinos entró en franca decadencia. Debieron llegar las corrientes de inmigrantes italianos para darle un nuevo impulso.

En Traslasierra y Calamuchita, el resurgimiento fue más tardío, más cercano a nuestros días y en manos de personas dedicadas a la industria de la hospitalidad, de allí que hoy las bodegas locales tengan carácter de emprendimientos familiares orientados a la hotelería. Toda una oportunidad para el turista.

Vendimia en Traslasierra. A mediados de marzo y abril hay que estar atentos, porque es la época de la vendimia y si alguien quiere participar de la cosecha de la uva tendrá que coordinar agenda con alguno de estos lugares que tienen servicios de alojamiento.
En San Javier, subiendo por el camino al Champaquí y desviando unos 200 metros a la altura del balneario, hay una casa de campo llamada

Las Jarillas que ya agregó a sus instalaciones dos cabañas, cada una con su propia pileta, y tres suites muy bien provistas, incluso con cocina, para recibir a los huéspedes.

Aquí el trabajo del vino ha crecido felizmente. Se producen unas 6.000 botellas de bivarietal Merlot - Cabernet Sauvignon que se venden como pan caliente en los hoteles y restaurantes de toda la zona.

Las Jarillas es una empresa familiar. En la hospitalidad están Analí y Alejandro, los padres de Nicolás, que hicieron de su casa de vacaciones un medio de vida.

Nicolás está a cargo de la bodega que está creciendo. Ya están las obras de 130 metros que permitirán conservar unas 20 mil botellas y ya están llegando las barricas de roble francés. Cuando la nueva bodega abra sus puertas realizarán un show room para degustar.

El Noble de San Javier se produce con uvas cosechadas en Córdoba, en los propios viñedos de la familia, y en los de los vecinos.
Ahora uno puede beber una copa de este buen vino sentado bajo un molle, o trasladarse hasta la piscina y disfrutar un paisaje privilegiado mirando las hileras de vides.

Vinos y caballos. Si con la misma copa de vino el visitante camina unos metros, más allá del bosquecito de plantas autóctonas que rodean el club house y las suites, llegará al corral donde, con cierta periodicidad, se realizan los cursos de doma india que dictan los Scarpati, dos famosos domadores, Oscar y su hijo Cristóbal. Ellos tienen el don de hacer que un potro salvaje pueda montarse en sólo dos jornadas, con una tarea de amansamiento y educación libre de cualquier tipo de violencia.

Padre e hijo, que tienen una agenda tapada de viajes a Brasil y Europa, entran al corral, hablan con el animal, lo acarician, lo amansan, le enseñan, lo encantan. Luego, el jinete, simplemente lo monta.

Las prácticas son un espectáculo interesante.

“No tenemos un método, una fórmula –dice Oscar–, las cosas simplemente ocurren de manera diferente cada vez que lo hacemos. Es una relación entre bestias, entre nosotros y los caballos, de entendimiento, de comunicación, de respeto. Queremos relacionarnos con seres sanos e íntegros, entonces tratamos al animal sin violencia, el corral no es un ring, sino un aula y logramos un animal dócil, confiable, que nunca deja de tener su espíritu de caballo”.

El curso, a puro mate y buen humor, trasciende a una actividad turística inolvidable, que culmina con un asado impresionante en la misma mesa a la sombra del molle.

Esa forma de tratar a los animales tiene coincidencia con el trabajo de doma sin violencia que se lleva acabo en el haras de estancia Ampascachi, a pocos kilómetros de Nono, en la zona del Huaico, donde se crían y adiestran ejemplares de caballos peruanos de paso, una joya equina de América.

El peruano de paso llegó a Córdoba siguiendo, más o menos, el mismo camino que la vid. Del Perú a Salta y de allí a Córdoba, los criadores de esta raza muestran un orgullo especial debido a los resultados alcanzados a lo largo del tiempo. Un animal brioso que brinda sus cualidades al servicio de jinetes dispuestos a disfrutar de los más largos paseos, en los terrenos más diversos.