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Amores que hicieron historia

Como cada 14 de febrero, miles de parejas celebran el Día de los Enamorados.

Amores fugaces, amores platónicos, amores imposibles, amores prohibidos, amores eternos, amores de verano. ¿Qué sería de la vida sin amor? ¿Y qué sería de la historia sin grandes amores?.

El Día de San Valentín, la Dirección de Turismo Municipal propone participar de un recorrido por el centro de la ciudad que tiene como ingrediente principal, el amor. Cuatro “culebrones” cordobeses transportarán a otras épocas donde el recato valía oro a pesar de que puertas adentro se desataban las más grandes pasiones.


Una de las tantas historias románticas de la Córdoba de antaño tuvo como protagonistas al general José María Paz y a su "incomparable Margarita", tal como él la llamaba. Ella era su sobrina, 23 años menor, la que desde niña sentía admiración por su valiente tío militar, sentimiento que con los años se transformó en atracción y luego en tremenda pasión. La declaración se amor se produjo en prisión, en Santa Fe, donde el general Paz permanecía detenido desde 1831.

A diferencia de lo que se acostumbraba no fue él quien le propuso matrimonio, sino ella, cansada de hacerle demostraciones de amor sin resultado. Entre sorprendido y desconcertado, no pudo negarse frente a tal declaración, y finalmente planificaron la boda en secreto, previas dispensas por su parentesco consanguíneo de segundo grado. Tiempo después, él afirmaría que fue la única batalla en la que no le dolió perder, la batalla contra Margarita.

Tiempos difíciles acecharon a la pareja, entre nacimientos de hijos y el traslado a la prisión de Luján, hasta que finalmente en libertad y con oposiciones políticas constantes, emigraron a Río de Janeiro con lo poco que les quedaba. Allí sobrevivieron con la venta de empanadas y fabricando zapatos hasta la muerte de Margarita, momento en que el general Paz decidió regresar al país donde murió en 1854. Hoy los restos de la pareja descansan juntos en un mausoleo ubicado en el nártex de la Catedral de Córdoba.


Las andanzas de Luis.
Luis de Tejeda era hijo de Juan Tejeda, fundador del Monasterio de las Carmelitas Descalzas de San José en 1628 y sobrino de Leonor de Tejeda, creadora  del Monasterio de Santa Catalina. Según algunos relatos históricos, desde joven, gustaba encontrarse en las orillas del río con las hermanas Ana y Catalina Bernal del Mercado, acompañado de sus hermanos Gabriel y Gregorio. Mientras él cortejaba a Ana sus hermanos se debatían por el amor de Catalina.

Finalmente Gregorio se casó en secreto con Catalina y cuando su padre se enteró anuló el matrimonio y lo mandó a prisión. Lejos de desistir Luis  continuó con sus arrebatos hasta que una noche un episodio lo amedrentó y cortó la relación. Su enamorada murió de amor. Luis intentó encaminar su vida, y desposó a Francisca de Vera y Aragón, por influencia paterna. Pero, no tardó en sucumbir a nuevas pasiones que culminaron en otros dramas. Por último decidió acabar sus días en los claustros del convento dominico de la ciudad de Córdoba, donde murió en 1680.


Amor fundacional. La historia de Jerónimo Luis de Cabrera y su mujer, doña Luisa Martel de los Ríos es atrapante. Jerónimo llegó al Nuevo Mundo con el propósito de alejar el pasado que involucraba a sus padres, el capitán Miguel Cabrera casado con Elena de Figueroa Ponce de León, y su madre, María de Toledo, también casada. Jerónimo fue fruto de una relación extramatrimonial conocida a viva voz en la lejana Sevilla. Al arribar a Cuzco, Perú, Jerónimo conoció a Luisa Martel de los Ríos, que era casada, y  la relación prohibida se concretó al quedar viuda.

Jerónimo fue designado Gobernador del Tucumán y así arribó con su mujer al dominio de los comechingones donde  fundó la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía. En las nuevas tierras el conquistador sufrió nuevos avatares y su perseverante esposa demostró la intensidad de su pasión al luchar por la justicia y el honor familiar.