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Alto plan: instrucciones para subir al Champaquí

Pasó el frío y se reanudan a toda marcha las excursiones. Cómo hacer cumbre en el cerro más alto de Córdoba sin fracasar en el intento.

El techo de Córdoba, maravilla natural. Cada año, unas 40 mil personas se internan en las Sierras Grandes para conquistar la cumbre de este bloque de granito que toca el cielo a 2.790 metros. Algunos fines de semana, 1.200  visitantes serpentean los circuitos. Parecen hormiguitas de colores.

“El estado físico requerido es el de quien realiza actividad al aire libre regularmente”, explica Diego Caliari, 24 años al frente de estas excursiones. Se refiere al Programa Clásico, que supone caminar 38 kilómetros en tres días y dormir dos noches en un refugio de montaña.

Se sale desde Villa Alpina, a 1.400 metros de altura, de modo que para la foto triunfal hay que trepar otros 1.400 metros. En un cálculo rápido, el trekking a la cima del Champaquí equivale a subir por la escalera a la terraza de un edificio de 560 pisos. Y después bajar.

DATOS ÚTILES. Información útil para pasear por el Champaquí.

Expedición “Champa”

El grupo tiene 14 personas, cinco varones y nueve mujeres, casi todos del interior de Córdoba y de Santa Fe. Estamos a cargo de Pablo y Natalia, dos guías de 30 años que nos cuidan como hijos. “No olviden llevar gorra, anteojos, linterna, protector solar y agua”, pasa lista Natalia.

“Lo mejor es vestirse con distintas pieles, en capas. Pieles sintéticas de microfibra o de polar, porque abrigan, no pesan y, si se les mojan, se secan enseguida. Eviten el algodón, la lana y el jean”, apunta Pablo.

Durante la caminata, las “pieles” entran y salen de la mochila al compás del sol. En los descansos recargamos las botellas con agua de vertiente mientras ellos reparten barritas de cereal y nos ayudan a interpretar la inmensidad.

Estamos en la Reserva Hídrica Pampa de Achala, 147 mil hectáreas donde nace el 70% de los ríos de Córdoba. En algunas partes, el suelo es un colchón que cede bajo la zapatilla. Luego será un precipicio rocoso. Con suerte, al andar por esta fábrica de agua es posible ver un lagarto verde o un zorro colorado. Y con más suerte todavía, no cruzarse con víboras ni pumas.

Los guías se alternan para abrir y cerrar la fila india, y así marcan el ritmo de la expedición que durante el primer día avanza 13 kilómetros y asciende 700 metros rumbo al refugio Los Soles, al otro lado del río Tabaquillo. “Bienvenidos”, nos recibe en la puerta Érica González.

El albergue es mucho más que un lugar donde comer y dormir. Es pan casero con mate cocido, guiso de olla, baño caliente, risas y camaradería. Algunos revisan el celular; otros agradecemos la falta de señal antes de desmayarnos en las cuchetas de tres pisos, donde hay tráfico de Actron.

Hasta el techo

Bien desayunados, con el almuerzo en la mochila, arranca el segundo día. La antena del “Champa” se divisa a cinco kilómetros.

En el camino conocemos el batolito de Achala. “Hace 150 millones de años esto era una gran planicie, pero debajo de esa tapa se producía otro fenómeno: una burbuja de magma”, explica Pablo, sentado sobre unas piedras que parecen talladas a cuchillo.

Dan ganas de quedarse, pero el plan es hacer cumbre al mediodía. Habrá otra parada en el mirador de la Cueva de los 40.

Los últimos mil metros son escarpados, pura piedra, pero a nadie se le ocurre desistir y se hacen con la respiración agitada, a puro corazón.

“LU2HT” (LimaUniformeDosHotelTango), se lee en la antena de radiofrecuencia que desde abajo parecía un escarbadientes.

La cumbre del Champaquí tiene una laguna en el centro y es un mapa abierto en 360, con el valle de Calamuchita de un lado y el de Traslasierra del otro. El viento es helado y sopla tan fuerte que resulta imposible conversar. Nos felicitamos a los gritos.

En retirada 

“Dicen que se sube con los pulmones y se baja con las piernas”, grafica Pablo, dando a entender que el descenso será difícil. Y agrega: “Ayúdense con los bastones para cuidar las rodillas”.

En bajada, el paisaje dibuja cañadones, valles, terrazas con pastizales, pampas de piedra. Natalia señala el albergue. Es un punto en la postal. Y allá vamos, exhaustos pero felices, caminando en automático, pensando en el asadito que nos espera en el refugio.