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Villa Pehuenia, entre lagos y montañas

A orillas del Aluminé y cerca de Chile, el caserío neuquino que despuntó hace 30 años como refugio secreto se convirtió en un referente del paisaje patagónico.

Todavía se conserva como un pueblo escondido de la Patagonia, en medio de cadenas montañosas. Un lugar de aroma silvestre y noches estrelladas, con calles de tierra y vecinos que se saludan. Un refugio donde manda la naturaleza.

Desde cualquier rincón de Villa Pehuenia (Neuquén), desde la ruta o desde una de sus playas, las vistas son una caricia al alma. No sólo por el paisaje sino también por el estilo de esta villa de montaña, con casas de madera y piedra, calles empedradas y escala humana. Porque, si bien creció mucho en los últimos años, aún no supera los 3.000 habitantes, y eso le permite mantenerse inmune al agobio de las grandes construcciones y los bocinazos del tráfico.

Por estas razones, entre otras, muchos llegaron a esta localidad a orillas del lago Aluminé para echar raíces. Pero, además de quienes quedaron imantados y de los trabajadores golondrina, viven unas 50 familias mapuche, habitantes originarios y dueños de buena parte de la tierra.

DATOS ÚTILES. Información útil para descubrir Villa Pehuenia.

Loteos

Para ubicarse en Villa Pehuenia hay que utilizar el número de manzana seguido del número de lote. Sin embargo, la distribución es tan caprichosa que lo mejor es preguntar, ya que la mayoría se conoce por nombre y apellido. La costa del lago es irregular, con bahías y penínsulas que ningún camino vincula. Así, sobre la margen norte, este reducto se fue haciendo según se dieron los loteos.

El primero se hizo recién a fines de los ’80, cuando allí no había más que un puñado de casas, pero el furor de la construcción comenzó entrados los ’90. Cuando se agotaron los terrenos de Pehuenia 1, salieron a la venta los de la península de Pehuenia 2 y luego los de la 3, cada cual buscando su lugar de privilegio frente a las aguas azules del lago.

El toque distintivo del paisaje son las araucarias, árboles gigantes de ramas horizontales bien separadas y extendidas como si fuesen múltiples brazos, con hojas superpuestas como escamas, punzantes y rígidas.

Desde el agua

Una bruma espesa se forma bien temprano sobre el lago, como si las nubes hubiesen bajado de noche y no quisiesen partir. La cita de rigor incluye un paseo en kayak para disfrutar el silencio sobre las aguas claras del Aluminé. Es un placer que invita a ir por más; por eso, apenas surge la posibilidad de navegar en velero, hay que aprovecharla.

El golfo Azul queda de un lado de la península, desde donde parten las embarcaciones. La brisa patagónica se siente en el cuerpo a medida que se avanza. Desde el agua, el mapa mental de la villa se hace más claro: hacia un lado, se ve cómo la lengua de tierra que forma la península entra en el Aluminé, hacia el otro, hay playas y más playas.

El velero pasa por la Península de los Coihues, donde se concentra la mayor parte de los complejos hoteleros. Le siguen las casas de los dichosos que parecen vivir de vacaciones, y un bosque de coihues remata el cuadro natural.

Circuito de los cinco lagos

El lago Pulmarí, un paraíso para pesca con mosca, es parte de la denominada “vuelta grande”, un circuito frente a las contundentes siluetas de los cerros Mocho y Teta, entre las rutas 11, 13 y 23, en el que se pasa por los espejos Moquehue, Nonpehué, Ñorquinco y Pulmarí, y se regresa a Pehuenia bordeando el Aluminé.

Dentro del corredor, que es la versión local de la afamada Ruta de los 7 lagos –según señalan los lugareños–, se puede dar una pequeña vuelta para llegar hasta la frontera con Chile, por un camino en perfectas condiciones que se interna en una porción de selva valdiviana.

La posibilidad de terminar el día en Piedra Pintada, en la inmensidad de la estepa patagónica, puede considerarse un lujo. La vista, con el lago, los bosques y las montañas, se mete por las ventanas de las habitaciones y los espacios comunes, una experiencia para seguir extasiando los sentidos en este paraíso terrenal.