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Viaje al interior de una colonia menonita en La Pampa

La ruta de ingreso nos genera la sensación de haber entrado en el túnel del tiempo: las casas con parcelas labradas, el galpón de trabajo del jefe de familia, la ropa tendida lavada a mano, los niños jugando en el predio.

Mi interés por visitar Guatraché, en La Pampa, venía de larga data. Me impulsaba, sobre todo, el deseo de estar en contacto con los integrantes de la colonia menonita; este año, en un recorrido por distintos sitios de esa provincia, el encuentro fue posible.

El primer paso fue conocer a Analía Di Meo. Esta guía de la colonia, que hace más de 10 años lleva a grupos en visitas guiadas, es considerada como una persona de confianza y el principal nexo con los referentes de la comunidad. “Todo a su tiempo. No busquen fotografiar sino entablar una conversación y el contacto, de manera que puedan percibir el respeto mutuo y se sientan resguardados en su privacidad”. Analía fue muy contundente con las indicaciones y bajó a cero nuestra ansiedad de atacar con cámaras de fotos y celulares.

Según relató, los primeros colonos se establecieron en La Pampa hace 30 años. Vinieron de Bolivia y de México para poder vivir bajo sus normas religiosas y sus costumbres sin interferencias, y hoy la comunidad tiene 1.500 integrantes. La base de su economía es el autoabastecimiento –sin electricidad– con una actividad importante en trabajos rurales y pequeñas producciones de embutidos, muebles y molinos. Dentro del predio, explicó la guía, un corralón de materiales provee a los miembros de la comunidad y a los vecinos de pueblos cercanos.

Almuerzo familiar

El lugar es bastante árido y despoblado y presenta temperaturas muy altas en verano, por eso se recomienda realizar este tipo de visita de febrero a noviembre. La primera sensación que nos provocó la ruta de ingreso fue la de entrar en el túnel del tiempo, y a simple vista fueron apareciendo al costado del camino casas con diseños muy parecidos entre sí: parcelas labradas, el galpón de trabajo del jefe de familia, la ropa tendida recién lavada a mano, los niños jugando en el predio.

Sentimos que nos observaban desde el interior de las casas. Al principio, la gente se escondía cuando la detectábamos, pero al vernos junto a Analía comenzaron a acercarse. Así fue como se presentó Bernardo, uno de los pioneros de la comunidad, acostumbrado al trato con los turistas. Su familia está constituida por ocho hijos: los varones colaboran en el taller familiar y las mujeres secundan a su esposa en las tareas domésticas.

Bernardo nos invitó a almorzar en su casa y compartimos platos caseros servidos por una de las hijas: varenikes de ricota con crema de leche y salsa boloñesa y flan con dulce de leche (de producción propia). Fue una delicia, no sólo por lo rico sino también por el clima en el que transcurrió el almuerzo, acompañado de anécdotas y situaciones que nos permitieron descubrir un poco más sobre sus costumbres y su mirada frente a los acontecimientos.

Uno de los puntos que queríamos conocer era su posición frente a la tecnología, especialmente en relación con el uso del celular. En la comunidad, está reservado para unos pocos integrantes, que lo utilizan como nexo con el exterior y sólo para fines comerciales. Posiblemente los jóvenes saben de su existencia, pero pesa más la prohibición que la utilización, y esto vale en todo aquello que pueda distraerlos de sus reglas, del culto religioso y de la dedicación al grupo familiar.

La religión como base

La religión es el pilar fundamental de los menonitas, en donde se sostiene su estilo de vida y la razón de su existencia. Con el paso de los años, esto no cambió sino que se afianzó. Un ejemplo es que los domingos están reservados para el culto y no realizan otras actividades más que concurrir a la iglesia y a la reunión familiar. Todo aquel que se resiste a este modelo de vida, que se transmite de padres a hijos, es expulsado de la comunidad sin miramiento alguno.

Sus vestimentas son muy características: en el caso de las mujeres, cabello cubierto con un pañuelo y faldas largas; y en el de los hombres, el clásico mameluco y la gorra, que usan desde niños. La educación que reciben las niñas desde pequeñas es para realizar los quehaceres domésticos y hacer trabajos de costura, ya que confeccionan sus propias ropas y todo aquello que implique la atención de la familia. Además, en general, las mujeres no hablan español. Sus rasgos europeos –cabellos rubios, ojos azules transparentes y piel muy blanca– son un indicador de que los matrimonios se realizan sólo entre integrantes de la comunidad.

En nuestra visita, fueron los niños quienes se acercaron y buscaron fotografiarse. Les provocaba gracia conversar y compartir un momento con los turistas, algo poco frecuente. Al final, un paseo que estimamos que duraría un rato terminó siendo una jornada completa de varias horas por tierra menonita en La Pampa, y con una foto final compartida de regalo. ¿Qué más podía pedir?