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Una visita al resto bar Perón Perón

Un fantasma recorre Palermo: el fantasma del peronismo. 

Debo aclararle, estimado lector, que, pese a lo enunciado en la bajada, no se ha equivocado de suplemento. Si bien mis esfuerzos se orientan a evitar todo énfasis político –y, desde luego, paranormal–, le cuento que me convoca un espacio de difícil abordaje: el resto bar Perón Perón.

Este lugar no pasaría la primera etapa del más elemental estudio de mercado. De hecho, es irresistible la tentación de pensar que un negocio peronista en pleno Palermo tendrá el mismo éxito comercial que un local de Dolce & Gabbana en San Marcos Sierras. Probablemente no sea la mejor analogía, pero vamos a suponer que usted me sigue en el razonamiento y decide acompañarme en este recorrido.

Perón Perón está emplazado en Ángel Carranza 2225, y créame que no pasa desapercibido. En la parte superior de la fachada se extiende una réplica a escala del diseño de escenario que fue montado en agosto del ’51 para el denominado Cabildo abierto del justicialismo. Al costado de la entrada al bar, en lo alto y a modo de farol, hay un bombo iluminado por dentro en cuya superficie se puede apreciar un grupo de caricaturas de personalidades identificadas con el peronismo. Dos grandes ventanas dan a la calle. En una de ellas, un fileteado bien porteño destaca los perfiles de Juan Domingo y Eva; en la otra, los de Néstor y Cristina.

Ni bien se atraviesa el umbral, uno siente la caricia de un aroma general a plato pulsudo pero refinado, pucheroso pero gourmet, un menú de impronta popular elaborado en un búnker gastronómico de alto vuelo. El visitante no puede dejar de probar las empanadas de osobuco braseado, el guiso de mondongo o el pastel de papas en cazuela de barro. Lo desafío a leer toda la carta sin sonreír (salvo por los precios que para nada combaten al capital). Encontrará nombres de platos, epígrafes y descripciones tales como: "Milanesa de búfalo a caballo con fritas. Dos potencias se saludan", "Panqueque Cobos de dulce de leche con crema y cascos de naranja en almíbar", "Entraña al parquet" o "Un feca para el General. Morocho (pocillo)".

El mobiliario y el decorado son muy surtidos, tanto en colores como en estilos. Hay fotos y cuadros de los máximos exponentes del movimiento y objetos alusivos en cada rincón del local. Los espacios libres de las paredes están totalmente escritos con mensajes que dejan los clientes. En una columna, un altar de Eva exhibe montones de estampitas, calcos, velas y pines, enarbolando sus credenciales de "jefa espiritual de la Nación". Y completando el ambiente, junto a la barra encontramos una tienda de productos peronistas de toda índole, desde bijouterie hasta vajilla.

Cada tanto suena la marcha peronista en los parlantes y los presentes estallan en un estrepitoso cántico mancomunado. Cualquier “compañero” diría que es una escena no apta para el “gorilaje” de pelambre áurea que suele abarcar estas latitudes, y estaría en lo cierto. A mí se me ocurre que quizá el contexto neutraliza la solemnidad y coloca las insignias en otro plano, más cerca del arrebato jocoso. Pero es una sensación que no me atrevo a desarrollar. Intento decir que solamente es un bar temático, no una unidad básica desde donde se comande la resistencia. Por eso concurren muchos turistas extranjeros y también comensales de por acá nomás que están más interesados en llenarse el buche de felicidad que en dirimir identidades políticas.

Me convencí de escribir sobre este bar luego de una situación que viví hace poco. La tomé como una señal. Iba en el subte A, camino a Plaza de Mayo. La escena era la habitual: cuerpos apretujados y cabezas inclinadas sobre pantallas de celulares. Un hombre desciende en la estación Lima. Cuando está afuera, gira la cabeza hacia el interior de vagón y, movido por una pulsión incontenible, libera un grito marcial: “¡Viva Perón, carajo!”. Algunos lanzaron miradas admonitorias, otros asintieron con sonrisas tímidas. Se escuchó una chicana al voleo y se terminó desatando una discusión exaltada entre 120 personas hasta el final del recorrido. En ese momento, pensé: “Parece que no hace falta tanto ritual para invocar al fantasma”.

Tal vez Perón Perón nos enseñe que es mejor apelar al ingenio allí donde florecen los antagonismos, o al menos que hay formas alternativas y simpáticas de asimilar la transmutación de un fenómeno social en iconografía chic.

Para terminar y, a modo de experimento, propongo un ejercicio de apertura para quien tenga sus diferencias con el peronismo: acérquese al bar como si estuviera a punto de subirse a una especie de montaña rusa ideológica. Entréguese al vértigo de la ceremonia completa como si no se tratara de poner a prueba la tolerancia o el rigor de sus convicciones. En una de esas, quién le dice, acaso el intenso sabor de un tremendo “Flan quinquenal” provoque un balbuceante e inconfesable “viva Perón...”.