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¿Qué palabras nos alejan de Chile y nos acercan a Perú?

El lenguaje también forma parte de los viajes. Tan lejos y tan cerca, algunos detalles lingüísticos que nos separan de nuestros vecinos de Chile y nos unen un poco más con Perú.

Aunque nos divide la Cordillera de los Andes de norte a sur, Argentina y Chile tienen más de un rasgo común, casi como si esa frontera natural por excelencia no existiera, o fuera apenas una puerta de entrada y salida.

Eso se nota sobre todo al sur, con la Patagonia como región que engloba a dos naciones, pero que en realidad cobija a un mismo pueblo, con una idiosincrasia compartida más allá de los límites formales.

Siendo cordobés, la distancia puede resultar mayor, sobre todo a la hora de pensar las palabras que usamos todos los días. Nada que no pueda aprehenderse “al tiro”, expresión que surge de la referencia horaria de antaño que significaba el cañonazo que todavía se escucha (aunque ficticio) cada día en el centro de Santiago.

Ese modismo, uno de los más escuchados en las típicas transacciones comerciales que tienen como protagonistas a los turistas, habla también de una forma de apropiarse del lenguaje que denota características más profundas.

El chileno medio se jacta de ejecutar con practicidad y hace gala de su eficiencia. Algo de eso se proyecta en un modo de hablar que abunda en palabras cortas, muchas veces podadas, con una inclinación aguda que hace aún más lúdica esa tonada caracterizada por su rítmica y sus sonidos percusivos.

El famoso “¿cachai?”, que se pregunta para confirmar cualquier tipo de comprensión, es el mejor ejemplo para captar la musicalidad propia de la jerga local.

Sin embargo, la artillería básica de cualquier trasandino al paso tiene que ver con tres pequeñas palabras sin un significado concreto: “ia”, “po” y “wea” (esta última también enlazada con el universal “weón”, algo así como nuestro “culiado”).

Cada una de ellas es pronunciada millones de veces al día, de Arica al Cabo de Hornos. Aunque ninguna significa nada específico, son acompañamientos permanentes a la hora de dar una respuesta, de enfatizar una frase o, simplemente, de señalar una cosa, un problema o una situación.

Mención especial para dos palabras que parecen tan complejas que asustan a muchos extranjeros, europeos principalmente. “Brígido” y “cuático” son, casi en igual medida, forma de calificar para bien o para mal, para dar cuenta de algo exagerado, llamativo o inesperado. En definitiva, para ser más chilenos que la propia palta, un ingrediente gastronómico omnipresente que hará de cualquier plato siempre algo más “bacán”.

Origen común

Tanto ese término que indica la buena calidad de algo como la versión sudamericana del aguacate también se reproducen en Perú, país que funciona en tándem con Chile (casi como la pareja Argentina-Uruguay) y comparte más de un detalle coloquial, además de su afición por los productos del Pacífico, el ceviche y el pisco.

No obstante, y pese a las distancias, ciertas jergas que se escuchan en Lima remiten más a Córdoba o al norte argentino que al vecino andino. Si uno bucea en el habla limeña, aparecen una tras otra expresiones propias de nuestros abuelos o de esas películas que todavía pueden encontrarse en el canal Volver.

Alguien “pituco” es elegante, coqueto, ostentoso, también relacionado con las capas más altas de la sociedad. Una persona que quiera que le “den bola” está esperando cierta correspondencia amorosa. Un “choro” no es ni más ni menos que un ladrón. Alguien “lenteja” es, como acá, una persona que no goza de particular velocidad a la hora de llevar a cabo una acción. Y si nos prometen encontrarnos “al toque” es mejor que nos apuremos: va a ser más temprano que tarde.

Incluso, un patrimonio cultural del habla cordobesa se reproduce frecuentemente entre expresiones típicas del Perú. Si invitáramos a alguien nacido allí a comer un “asadazo” argentino, seguramente nos responderá con el mismo tipo de aumentativo: “bravazo” o, en su defecto, “buenazo”. Para ellos, también, más grande significa más efusivo.

¿Cómo puede ser que un país más lejano, ni siquiera limítrofe, muestre rasgos tan similares en expresiones de uso cotidiano? Más allá de los casos particulares, quizás tenga que ver con la popularidad de ciertos valses peruanos de antaño o con la renombrada literatura peruana. O quizás no. Se trata en realidad de una herencia común que cruza el idioma implantado por los españoles con los resabios de lenguas originarias como el quechua. Porque esa huella sigue presente, aun cuando no nos demos cuenta.