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Postales de aventura y silencio

Sol tibio y espacios casi desiertos invitan a largas cabalgatas junto al mar o en senderos abiertos en el bosque. También el invierno es propicio para participar de mañanas de pesca y tardes de té, mientras se observa el atardecer tras las sierras de Tandil.

Las olas salpican esas playas que de tan vacías parecen dormidas. Es invierno aún y las arenas de Miramar son postales tan hipnóticas como melancólicas, en las que la soledad apenas si se ve profanada por algunas gaviotas sobrevolando la costa o algún pensativo caminante orillando el mar.

Como si estuviera sumergida en un maravilloso letargo, la ciudad espera paciente por el verano y sus multitudes, guardando imágenes y bellezas secretas para quienes la visitan fuera de temporada.

Una cabalgata junto al mar, un sendero abierto sobre el bosque, un vuelo en planeador sobre el balneario desnudo, una carrera en cuadriciclo ladeando dunas, una mañana de pesca de besugos, una tarde de té en una casa de campo o una noche de buen comer en un asador son opciones que Miramar ofrece a los que llegan hasta sus arenas en tiempos de sol tibio y espacios casi desiertos.

Con poco más de 30 mil habitantes, Miramar es un lugar en el que la tranquilidad es la característica omnipresente. “Aquí no tenemos semáforos y la bicicleta es un medio de transporte muy tradicional, al punto que hace unos años una estadística señaló que esta ciudad es la segunda del mundo con más bicicletas por habitante”, asegura Carlos Pagliardini, el secretario de Turismo de Miramar. Enmarcado por una atmósfera de pueblo pese a los altos edificios de la zona costera, el balneario es un sitio acostumbrado a recibir casi 100 mil turistas en los meses de enero y febrero.

“Por la gran afluencia turística tenemos un sistema de servicios muy completos, que en muchos casos sigue en funcionamiento fuera de temporada. Eso nos posibilita ofrecer una enorme variedad de alternativas a quienes vienen a Miramar en otoño, invierno y primavera, con el agregado de lo maravilloso que es disfrutar de esas posibilidades en un marco en el que los paisajes y la ciudad parecen exclusivamente a disposición de uno”, completa Pagliardini, con un inocultable orgullo. Y abre la puerta a las opciones.

Con aroma a bosque. El local de Chapu Aventura parece el sitio ideal para comenzar a disfrutar de Miramar fuera de temporada. "Acá se puede hacer trekking en los bosques, montar un cuadriciclo en la playa o andar en bicicleta por senderos escondidos", señala Chapu Gómez, dueño del local.

De gran intensidad, las tres actividades se desarrollan mayormente en la zona costera y en el Vivero Dunícola Florentino Ameghino, un lugar de enorme encanto natural que fuera creado en 1923 para estudiar el fenómeno de las arenas vivas en la costa bonaerense.

Ya sea pedaleando, caminando o apretando a fondo el acelerador del cuadriciclo, la emoción está garantizada y el vivero se ofrece al visitante como un misterioso laberinto de senderos que zigzaguean cientos de veces entre altos árboles, antes de desaparecer en las arenas de una empinada duna que se despeña hacia la playa y conduce directo hacia el mar.

“Cuando uno está ya en la playa no hay nada como disfrutar de la velocidad sobre el cuadriciclo, corriendo paralelo al mar. Pero para los que van más lento, cansados por el trekking o la bicicleta, la arena es un lugar excelente para relajarse y ver las olas, una tras otra, rompiendo en la orilla”, cuenta Chapu , que fuera entrenador y preparador físico de varios deportistas de la costa atlántica durante los Juegos

Panamericanos de Mar del Plata 1995. Terminada la aventura en el bosque y las dunas, la zona de casas de campo ubicadas en la periferia de la ciudad sirve de refugio para descansar.

Allí, es posible saborear un té acompañado de pan de miel en La Criolla, comprar algún dulce artesanal en la Quinta Storani o, incluso, hacerse una escapada hasta Rancho Bonito para ver una granja en la que se crían faisanes. Más allá de la avenida 40 que lleva a Mar del Sur, esta zona es la antesala de la frontera de Miramar con la pampa misma, tierra en la que los gauchos y las espuelas siguen siendo imágenes habituales.