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Por paisajes puntanos en bicicleta

Cordón serrano, caminos de ripio, vegetación y, de tanto en tanto, pueblos de singulares historias. Un recorrido ideal para un fin de semana largo.
Cordón serrano, caminos de ripio, vegetación y, de tanto en tanto, pueblos de singulares historias. Un recorrido ideal para un fin de semana largo.

Cerca de 300 kilómetros en bicicleta por un circuito que empezó y terminó en Merlo. El recorrido bordeó el cerro Moro hasta La Toma, capital del Ónix; luego una parte de la ruta nacional 148 hasta Santa Rosa de Conlara, y, finalmente, regreso al punto de partida.

El objetivo de este viaje fue recorrer en bicicleta parte de la geografía puntana por ruta provincial 1, al oeste de la Sierra de

Comechingones hasta La Punilla, en aproximadamente 300 kilómetros.

La travesía tuvo como punto de partida y de llegada, Merlo. El periplo bordeó la sierra del Morro para llegar a La Toma, Capital Nacional del Ónix y parte de la ruta nacional 148 hasta llegar a la localidad de Santa Rosa de Conlara, para regresar a Merlo por ruta provincial 5.

Se aprovechó un fin de semana largo pero la lluvia y el intenso frío de la primera jornada desalentaron la partida prevista y el día se destinó a recorrer Merlo. Esa ciudad puntana, de larga trayectoria turística tiene suficientes recursos naturales, ideales para el descanso y también para la recreación que se ven facilitados por una variada infraestructura de servicios.

El primer lugar a visitar, como no podía ser de otra manera, fue el algarrobo abuelo, ejemplar de unos 800 años de edad que es un ícono del lugar. Luego, el arroyo Pasos Malos, el paraje Piedra Blanc, límite natural con la provincia de Córdoba, bordeado por el arroyo homónimo y entre nubes bajas.

También llegamos hasta el imponente Mirador sobre las sierras a 1.900 metros de altura y desde donde se observa el valle en toda su dimensión.

Con el atardecer buscamos el cálido fuego del hogar en casa de amigos y a la espera de que el viento se llevara las nubes. Por la tarde, conocimos a Saito, descendiente de japoneses y dueño de un gran vivero de cactus quien trató de contagiarnos la paciencia oriental ante el fastidio que nos producía el mal tiempo.

Hacia La Punilla. En la segunda jornada, bien temprano y con apenas siete grados de temperatura pero con buen sol, partimos a buscar los caminos que tanto enseñan.

El enorme paredón de las Sierras de los Comechingones, hacia el este, acompañó el esfuerzo por entrar en calor.

Carpintería es el primer poblado a poco de andar. Edificaciones sobre el faldón de las montañas, mientras la ruta 1 va uniendo uno tras otro los pueblos.

Muy cerca, Los Molles, al que llaman “Corazón de los Comechingones”, recibe a los viajeros en la rotonda de ingreso con el monumento al Sagrado Corazón de Jesús.

Luego, Cortaderas, pueblo cuya zona turística es Villa Elena. Por un hermoso camino, con acequia y frondosa vegetación, se accede a la Reserva Natural de la Quebrada de Villa Elena.

Allí se producen los saltos de agua del arroyo Cortaderas y ya en ese punto la montaña comienza a cambiar su fisonomía: las laderas son más abruptas y las rocas casi no tienen vegetación.

En el mismo camino la intuición nos llevó a un pequeño mercado donde nos esperaba el último pan caliente, queso casero y salame para reponer las calorías consumidas.

Dique Piscu Yaco. Cinco kilómetros más adelante y luego por camino vecinal, arribamos al dique Piscu Yaco (lengua aborigen que significa Aguada de los Pájaros), aunque también se lo denomina, La Sepultura. Está en el paraje San Miguel.

El embalse está recostado sobre la montaña y se construyó con taludes de piedra del lugar.

Es una zona cargada de sentimientos inspirados en los pueblos originarios, ya que en 1551 allí, las avanzadas españolas hicieron una matanza de comechingones. Ese triste episodio puso a esa cultura aborigen al borde del exterminio.

El espejo de agua de Piscu Yaco es totalmente cristalino, tanto que refleja la montaña que lo circunda y es un gran atractivo turístico para realizar distintas actividades al aire libre.

Hacia el sur, a la altura del pueblo Papagayos, las sierras disminuyen su altura y el monte serrano cede a las palmeras caranday. Es el límite sur del macizo Sierras Grandes que recorre gran parte de la provincia de Córdoba y San Luis. Del lado puntano, el cerro Negro es el más alto y guías locales realizan excursiones para alcanzar su cima.

Ya era la siesta y faltaban recorrer más de 50 kilómetros para llegar a La Punilla, meta fijada para esa jornada.

Hubo que apurar la marcha ya en la ruta 1 donde la vegetación autóctona desaparece para dar lugar a grandes estancias con sembradíos.

En penumbras, arribamos a ese pequeño caserío que es La Punilla, punto donde se cruzan dos importantes rutas.

Con el dato de un parroquiano buscamos a doña Graciela, una lugareña que se ocupa de alquilar cabañas, la única opción de alojamiento.

Ya instalados observamos que muy limpias, bien equipadas y cómodas eran el reaseguro de un buen descanso tras el esfuerzo realizado.

Después de unos mates, visitamos el Polideportivo para conversar con los vecinos que seguían un partido de fútbol televisado.

Llamó a atención que ninguno de los asistentes era puntano de nacimiento, llegaron en búsqueda de trabajo y finalmente se quedaron.

Esta característica se repitió en la mayoría de las ciudades recorridas en la provincia de San Luis.