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Las obsesiones viajeras de tres escritoras argentinas

En los últimos 100 años de la literatura nacional, tres cronistas de viajes sobresalen por su particular mirada sobre los lugares que exploran. Un recorrido por lo que vieron, oyeron y escribieron Victoria Ocampo, Beatriz Sarlo y Hebe Uhart.

Qué hacer en Europa, dónde parar en Malvinas, cómo llegar a Paraguay: ninguna de estas preguntas aparece respondida en los textos de las escritoras que se rescatan a continuación. Y ese es, de algún modo, su mérito, porque tanto Victoria Ocampo como Beatriz Sarlo y Hebe Uhart se dedicaron a registrar con iguales dosis de obsesión y capricho todo aquello por lo que se justifica viajar: vivir una experiencia extraordinaria, practicar el extrañamiento en un lugar desconocido, mirar de cerca para contrastar la experiencia con el prejuicio.

En sus relatos se mezclan apagones en Nueva York, largos viajes en barco rumbo a Europa, recorridos por fiestas patronales y bautismos y la descripción exhaustiva de las expresiones regionales del interior de Argentina. Cien años de viajes en la mirada de tres escritoras argentinas.

Las reflexiones de Victoria Ocampo

Nacida en una familia aristocrática porteña de fines del siglo XIX, la mayor de las seis Ocampo viajó a Europa en distintos momentos de su vida con objetivos tan dispares como estudiar, exiliarse o conocer nuevos países.

Sus relatos parecen tener la función didáctica de subrayar mentalmente el extrañamiento, como una forma de internalizar aquello de “¿qué se hace con lo viajado?”, que en Ocampo la respuesta es “escribir”. Victoria escribe cartas que cuentan eternos viajes en barco, su primer vuelo en avión, un apagón monumental en la Nueva York de principios del siglo XX y reuniones compartidas con una lista ecléctica de personajes que incluyen a la diseñadora francesa Coco Chanel, al escritor estadounidense Thomas Wolfe y al dictador italiano Benito Mussolini.

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La viajera y sus sombras nace de una recopilación de textos autobiográficos y cartas que Sylvia Molloy hizo seleccionando relatos de distintos momentos de su vida. Ocampo hubiera dicho que es un libro que reúne “testimonios de desparramo”, por tratarse de una combinación de impresiones espontáneas con reflexiones sobre lo viajado.

En esos textos hay poca descripción de los espacios: en lugar de desplazarse, Victoria saca fotos mentales de algunas de sus experiencias. Como lo explica Molloy en el prólogo: el propósito del relato de viaje en Ocampo no es sólo dar a ver lo que se ve cuando se viaja sino darse a ver en el curso del viaje mismo.

Beatriz Sarlo y su manifiesto sobre lo inesperado

La puerta de entrada a Viajes es El salto del programa, un texto en que, casi como una declaración de principios, Sarlo piensa y ordena sus propias experiencias en el interior y el exterior del país: viajar, dice la autora, tiene que ver con buscar la intensidad de experiencia, algo que no se espera ni se puede poner en continuidad con nada de lo vivido anteriormente.

El salto del programa, explica, “es la esencia misma del viaje: un shock que desordena lo previsible, rompe el cálculo y, de pronto, abre una grieta por donde aparece lo inesperado, incluso lo que no llegará nunca a comprenderse del todo. Desorden y golpe de fortuna”.

Y aunque el salto del programa siempre está en la expectativa del que viaja, no puede buscarse: “El fuera de programa debe ser respetado en sus reglas. No buscarlo jamás, porque se convierte en el más vulgar de los exotismos. Dejar, simplemente, que acontezca. Y, después, capturarlo y ser capturado, en una doble hélice envolvente”.

Estas rupturas de cálculos que dejan ver lo que no se espera aparecen en los seis relatos que completan Viajes, y que están escritos 30 años más tarde, como si ese desplazarse fuera doble. La Sarlo que escribe se toma el Delorean hacia el pasado para visitar a la Sarlo que viaja con una ingenuidad de la que la primera ya se ha despojado.

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Hebe Uhart: relatos frescos y detalles varios

Mientras que en Viajera crónica Hebe Uhart recorre Latinoamérica y Europa, en Visto y oído se mete en pueblitos perdidos por el interior del país. Cambian los paisajes, pero no las obsesiones.

En todas sus crónicas, Uhart mantiene la fascinación por las expresiones regionales y los modos de decir y echa mano de índices varios: cómo se configuran los barrios, cómo se visten los locales, de qué temas se ocupan sus diarios, qué dicen los carteles de la vía pública y, especialmente, cómo hablan las personas que se encuentra en el camino.

De larga trayectoria como viajera –lo ha hecho desde muy joven, principalmente por América latina-, Uhart, con varios libros de ficción publicados, editó sus primeras crónicas de viaje en 2010.

En la mayoría de sus relatos todavía se siente el olor a pintura: fueron escritos mientras viajaba, tiene la bondad de lo fresco, de no estar intervenido más que por las primeras impresiones. Uhart se queda en el relato apenas como testigo. Sus crónicas no hablan de su vida, pero sí de su mirada sobre lo que la deslumbra.

Como el “salto del programa” en Sarlo, Uhart tiene su propio manifiesto del asombro, aunque enfocado en los detalles que a otros viajeros se les podrían pasar por alto. Así lo explica en Las clases de Hebe Uhart (de Liliana Villanueva): “Viajando uno se da cuenta de las diferencias. En Buenos Aires, Sobremonte tiene fama de cobarde, pero en Córdoba lo consideran un prócer. Hasta que uno no va, no se entera de esas cosas, porque no aparecen en los libros”.