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Mar del Plata, entre olas y avenidas

Como el café con leche con medialunas, la pizza al corte o un buen asado, Mar del Plata es uno de esos clásicos que ya no se discuten.

Balneario turístico desde la segunda mitad del siglo XIX, “la perla del Atlántico” es un punto de reunión para la familia argentina y es, también, un reflejo de nuestras pasiones y miserias.

Los tiempos cambian

En algún momento, Mar del Plata fue nombrada “la Biarritz argentina”, por su parecido con la ciudad costera francesa. Hoy, esa referencia parece haber quedado perdida en el tiempo. El verano 2017 no es un verano más: si el anterior fue duro, este lo supera con creces. Las reservas se hacen por días y ya no por semanas, y la proporción de visitantes aumenta considerablemente los sábados y domingos. A mitad de semana, las filas en los bares y restaurantes del centro brillan por su ausencia, y el tráfico de autos no estresa. La merma en el poder adquisitivo y una oferta turística diversificada han hecho lo suyo. Los propios marplatenses saben que algo se rompió: “La idea de salvarse durante el verano aumentando los precios ya no funciona”, dice Lionel, diseñador de 36 años. Las temporadas estivales de casi cuatro meses son un recuerdo de otra época.

De todos modos, Mar del Plata no ha dejado de ser la capital turística del país. Su fisonomía urbana de cara al océano, su oferta de espectáculos teatrales y su mística siguen siendo atrapantes. Además, compone una de las fantasías de la clase media argentina: el sueño del departamento en la costa, los almuerzos veraniegos de Mirtha Legrand y la clásica foto con el lobo marino de la Rambla. Todo como parte de un imaginario que convierte a la ciudad en un punto de encuentro nacional y popular. Camisetas futboleras de Belgrano y Talleres, Unión de Santa Fe, Atlético de Tucumán y varios equipos del Gran Buenos Aires denotan la procedencia variada de turistas en busca de un poco de mar para bajar la intensidad del año laboral.

No culpes a la playa

Llama la atención, entonces, que en pleno centro marplatense ir a la playa sea lo más parecido a un recorrido en puntas de pie a través de un basural. La cantidad de desechos, papeles y plástico que pueden encontrarse entre las escolleras que dan al emblemático Hotel Provincial o al pintoresco Muelle de los Pescadores son la muestra concreta de una sociedad en decadencia, que no es capaz ni de cuidar su propio bienestar. ¿Quiénes son esos que no tienen el más mínimo sentido de conservación con un espacio pensado para disfrutar? Somos nosotros mismos.

El cerco de carpas privadas que según los lugareños avanza año tras año funciona como síntesis de época en sectores como Playa Grande, un auténtico shopping enclavado en la arena, entre el hotel Costa Galana y el Atlántico. Para alejarse de esa postal, solo hace falta subirse al colectivo 221 con rumbo al sur. A una hora del atestado centro, las playas cercanas a la reserva Verde Mundo ofrecen otra perspectiva. Visitadas por los propios marplatenses, brindan tranquilidad, lugar y otra experiencia posible. La arena es sólo arena y el atardecer se disfruta en su plenitud.

Ciudad con mar

Los años dorados de Mar del Plata quizás hayan quedado atrás. Pero eso no significa que “la Feliz” no siga siendo única en su especie, un punto como ningún otro a lo largo de la costa bonaerense. “El lugar al que vas si no querés extrañar la ciudad”, asegura la propaganda oficial en forma de carteles. Y algo de cierto hay en esta urbe construida y pensada como balneario porteño y escape rápido de la Capital. En sus amplias avenidas y con el océano como horizonte, el estilo y el tamaño de sus edificios hablan de una ciudad moderna, de las más importantes del país, aunque a costa de una burbuja inmobiliaria difícil de controlar. Con una población que llega a rozar los 800 mil habitantes, Mar del Plata puede recibir a más del doble de veraneantes, y su infraestructura hotelera, comercial y gastronómica lo confirma.

Pese al impacto que supone el verano en la dinámica y el humor de los marplatenses, el espíritu relajado sobrevive. La invasión de turistas trastoca la ciudad, pero esta sigue mostrando una infinidad de variantes y rincones para descubrir. Recorrer sus calles más céntricas, sus plazas o sus bares de cerveza artesanal es un complemento perfecto a la rutina playera. Alem, Güemes y las avenidas Luro, Colón e Independencia son una combinación estimulante de arquitectura, ritmo, diseño y poesía urbana. El patrimonio histórico sostenido por un estilo de construcción con nombre propio, las huellas de la aristocracia, sus museos y el puerto completan un panorama en el que los ojos y la memoria no paran de registrar detalles.