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La jefa de guardaparques del Condorito cría a sus hijas en contacto con la naturaleza

María Laura Silva en la Quebrada del Condorito. Foto: Santiago Hafford / La Nación
María Laura Silva en la Quebrada del Condorito. Foto: Santiago Hafford / La Nación

María Laura Silva pasó su carrera por los parques Iguazú, Los Glaciares, El Palmar y Lanín, y hace años está en Córdoba. La experiencia de compartir con sus hijas Iara y Camila la vida natural.

Cuando cursaba la secundaria en su Reconquista natal, en el noreste de la provincia de Santa Fe, María Laura Silva no se veía en el futuro trabajando entre cuatro paredes. Como a su familia, le gustaba la vida al aire libre y estaba decidida a ser guardaparques. Le faltaban un par de años para tener la edad para anotarse en la carrera (20), sin embargo averiguó que sí podía hacer voluntarioado en Parques Nacionales: armó su mochila y viajó sucesivamente a Iguazú (Misiones), El Chaltén (Santa Cruz) y El Palmar (Entre Ríos).

Apenas cumplió los 20, subió a un micro rumbo a Yerba Buena, en las afueras de San Miguel de Tucumán, para cursar la carrera de guardaparques. Recién recibida, a fines de 1999, tuvo su primer destino profesional: el Parque Nacional Lanín, en Neuquén.

A lo largo de seis años trabajó en varias seccionales del parque -Curruhue, Quillén, Bandurrias, Yuco- donde fortaleció su amor por los animales, participando en proyectos de protección del zorro y del gato huiña, en la vigilancia de la caza ilegal y el trampeo, y en el monitoreo de especies.

Por esos años, Silva también colaboró con la ONG internacional World Wildlife Fund para acompañar en el parque San Guillermo de la provincia de San Juan –"un lugar majestuoso, increíble, en la inmensidad de la montaña"– a biólogos que estudiaban el comportamiento y la cantidad de ejemplares del gato andino.

María Laura Silva estuvo 10 años en Iguazú. Foto: Télam
María Laura Silva estuvo 10 años en Iguazú. Foto: Télam

En 2006, llegó el traslado a Iguazú –María Laura admite que el calor de la selva le gusta más que el frío de la montaña– y comenzó en la Seccional Timbó, a un kilómetro de la Garganta del Diablo, nada menos.

Entre sus tareas también se encontraba el control de la caza furtiva, que no está exenta de algunos roces con los infractores. “No he tenido problemas por el hecho de ser mujer. Tal vez me tratan con más respeto que a los hombres; yo no voy al choque pero eso sí, actúo con firmeza. En los pueblitos del norte todavía persiste la idea de que los animales están para ser cazados, un idea que transmiten a sus hijos. Por suerte, las nuevas generaciones están teniendo una mayor conciencia ecológica”.

Los 10 años en Iguazú fueron muy importantes en la vida de María Laura, en lo profesional y sobre todo en lo personal, ya que allí conoció a quien sería el padre de sus dos hijas, Iara (hoy, 9 años) y Camila (2), quienes nacieron cruzando la frontera (el papá es brasileño).

En las Altas Cumbres

El salto profesional se dio en 2016 con el traslado a la Quebrada del Condorito, su primer destino como jefa de cuerpo de guardaparques, que tiene su sede administrativa en Villa Carlos Paz y un plantel de 30 personas, entre ellos, 5 guardaparques y 9 brigadistas.

Además de la preservación de la fauna -como el cóndor que le da nombre-, el parque tiene otro valor fundamental que es velar por las cuencas hídricas. "Esta zona es el reservorio de agua del 60% de la provincia de Córdoba, tanto para Traslasierra como para el este de las Altas Cumbres", dice Silva.

Los guardaparques monitorean la calidad del agua (en verano es cuando más llueve), su nivel, las especies sembradas, como la trucha, para que no alteren demasiado el ecosistema. Otras tareas son controlar que no haya intrusos, ni a pie, ni a caballo, y ver que los turistas -que se registran en la entrada- no se pierdan, "aunque, a menos que se aparten de los senderos, no deberían extraviarse porque todo está muy bien señalizado", afirma María Laura.

El año 2020

No sólo los jaqueó la pandemia. Con la brutal sequía que soporta este año la provincia de Córdoba -y medio país-, los incendios también afectaron a la Quebrada del Condorito, cuya superficie es de casi 38.000 hectáreas. "Acá el fuego se propaga rápidamente porque hay pastizales y mucho viento que aviva las llamas. Por suerte, sólo tuvimos dos incendios, uno afectó 60 hectáreas y otro, 100, que pudimos contener. Pero nuestros brigadistas también prestan apoyo en zonas vecinas; no han tenido descanso".

María Laura está convencida de que la mayoría de los incendios se puede prevenir. "Los dos que tuvimos en el parque comenzaron en la banquina de la ruta, donde hallamos vidrios que, tal vez, hayan refractado la luz del sol y así se produjo la primera chispa. Por otra parte, en muchos lugares del país continúa la costumbre de la quema de pastizales a fin de obtener terrenos para el pastoreo. Es importante que el visitante se lleve del parque la basura que produce o que encuentra. Una botella o restos de papeles pueden alimentar el fuego. En un Parque te educás tanto para convivir en él como para aplicar el respeto en todos los órdenes de la vida”.

Mamá, la guardaparque

María Laura está orgullosa de que sus hijas crezcan en contacto con la naturaleza. “Si bien el hecho de estar lejos de los abuelos, los tíos y los primos, con tantos traslados que tenemos en nuestra profesión, es maravilloso que desde chicos vivan la experiencia de criarse en un parque. Y hasta antes de nacer porque en Iguazú, con una panza enorme de embarazada, yo seguía trabajando. Eso, sin duda, influye en los hijos. Durante los incendios, con Iara veíamos a los aviones hidrantes cargando agua en el lago San Roque para apagar las llamas de las sierras, y ella me decía: Mamá, cuando sea grande quiero ser piloto de avión".

Silva apoya el el pronto regreso de los voluntariados para jóvenes; a ella le sirvió para confirmar su vocación. “Cuando era chica me decía ‘quiero hacer algo de mi vida que valga la pena’, y entonces, fui guardaparque".

A sus 42 años, María Laura está más que conforme con lo hecho en su profesión sin embargo le encantaría tener la posibilidad de trabajar directamente en el cuidado y la rehabilitación de animales, una tarea que todavía en parque nacionales no está desarrollada.

"Y si fuera en el noreste, que tanto me gusta, mejor. En Iguazú está el Refugio Güirá-Oga, donde los animales silvestres se rehabilitan en su entorno natural”, confiesa al mismo tiempo que pronto se ve de nuevo en el Litoral, tal vez en Mburucuyá (Corrientes) o San Antonio (Misiones). Y luego volver a los afectos de su Reconquista pero siempre gozando de la naturaleza en todos los momentos libres.