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Excursión a los secretos del monte

A poco más de 390 kilómetros de la Ciudad de Córdoba, se encuentra la Reserva Natural Quebracho de la Legua, en la provincia de San Luis. Se trata de 2.200 hectáreas en las cuales flora y fauna lograron un respeto mutuo.

La provincia de San Luis cuenta con cinco áreas naturales protegidas. Una de ellas es la Reserva Natural Provincial Quebracho de la Legua, que se localiza sobre la ruta nacional 20, a nueve kilómetros del cruce con la ruta nacional 147, en territorio puntano. Las otras son Quebrada de Las Higueritas; Mesilla del Cura y Salto del Chispiadero; Mogote Bayo, y La Florida.

Quebracho de la Legua abarca 2.200 hectáreas y desde la década de 1970 está destinada a la preservación del bosque natural de quebracho blanco.

Un fin de semana de este invierno, esa geografía fue el escenario elegido para, instalados en la sede de esa reserva, recorrerla a través de caminatas. Una fría mañana llegamos a esa vasta y solitaria extensión del monte, donde nos recibieron Julio y Juan, guardaparque y asistente, respectivamente.

Con ellos compartimos el almuerzo y luego emprendimos un breve recorrido hacia el oeste. A cada paso, una explicación de la flora existente, porque entre la gran maraña de espinas hay pequeñas plantas escondidas.  Así, se conocen la “manca potrillo”; la “retortuña\' (usada para dolores de muelas); el “jume”, con fines gastronómicos, y los fantásticos chañares, árboles que desprenden una corteza que en infusiones se usa para curar enfermedades respiratorias.

Llegados al área denominada “el Bajo”, extensión cercana al lecho seco de un arroyo, se observa el llano de tierra blanca arcillosa que brilla con el sol de la siesta y donde un algarrobo, cuyo tronco y ramas son verdaderas esculturas de madera retorcida, oficia de horizonte.

Extrañas formaciones de tierra ponen fin al llano, barrancas y promontorios dibujan el nuevo escenario y Julio cuenta que el actual problema es la invasión del clavel del aire, porque la flora y la fauna ya hace tiempo que se pusieron de acuerdo.

Cuando queda atrás la parte norte, se cruza la ruta nacional 20 y ahí está el quebracho abuelo. Desde ese punto y hasta el límite norte hay una legua. De allí deriva el nombre de la reserva: Quebracho de la Legua.

Sector sur

En el sector sur los cactus tienen mayor presencia y las barrancas del arroyo seco son más profundas y ricas en formas. En los rincones, el barro consolidado dejó las huellas de los revolcaderos de los pecaríes de collar y jabalíes. Según estudios geológicos, esas barrancas están en los comienzos de su etapa erosiva por lo que se asume que en el futuro serán aún más profundas.

Una hermosa sorpresa es descubrir las marcas frescas y heces de un puma en la arena, que no se divisa pero cuya presencia demuestra que ese ambiente protegido está funcionando como un sistema.

Otra de las características del relieve del sector sur es lo que llaman “la loma”, un promontorio de arena, en la parte más alta de la reserva, desde donde se divisa hacia el norte lo que llaman Pampa de las Salinas y hacia el oeste, el Parque Nacional Las Quijadas.

El recorrido se da por terminado en la casa de la familia Valdez, nativos habitantes dedicados a la cría de chivos. Nos recibe una nutrida jauría doña Nolbi, contenta por tener visitas. Nos muestra orgullosa el comedor, con techo de prolija caña tejida sobre troncos de eucaliptos, y en las paredes, los tradicionales cuadros con imágenes que desnudan sus sentimientos: Cristo, el cumpleaños de 15 de una de sus cuatro hijas y un caballo de don Ramón.

Don Valdez, tranquilo, pita y cuenta de los personajes de la zona conformando  un variopinto catálogo de solterones; viejos ermitaños de las salinas, surgen los curiosos apodos como el “cara ladeada” y el “araña manca”, que protagonizan muchas y divertidas historias.

Entre mate y mate, acompañados de una “torta” caliente, y los relatos de caballos salvajes, se hizo de noche.

Paseo nocturno

Luego de la cena, bien entrada la noche y con una luna llena a pleno, el monte es una sombra que invita a descubrirlo. Ruidos y movimientos pueblan el lugar. El mismo monte recorrido de día, se presenta como un territorio nuevo y el hombre ya no es el dominador.

La travesía nocturna es guiada por Gustavo, otro de los guardaparques, con quien partimos en una ágil caminata para entrar en calor en la fría noche de invierno. Enfilamos de nuevo hacia el bajo, con el fin de ver algunos animales.

Cuando ya la vista se acostumbra a la penumbra, se perciben algunos movimientos y fundamentalmente se esquivan los cactus. El oído se convierte en sentido fundamental: ruidos de palos que se quiebran, roces, golpes y ahí se enciende la linterna. Fugaces corridas y sólo quedan los árboles quietos.

Estas escenas se repiten hasta que se observan ojos en la quietud, son maras y algunos conejos de los palos que rápido huyen. Sin embargo, hay otros que no se mueven aún cuando nos acercamos, son arañas que no se inmutan con la visita de extraños a su hábitat.

Es notable el cambio observado al iluminar el páramo que durante el día parecía deshabitado, ahora está lleno de brillos provocadores.

El cielo nos regala una imagen sin interferencias de luces: estrellas titilantes, astros y galaxias ahí, para nosotros solos.

Lo que hay que saber

Acceso: por ruta nacional 20, a nueve kilómetros al este del empalme con ruta nacional 147.

Servicios: casa de guardaparques que viven en el lugar.

No hay señal de celular.

Disponen de agua potable.

Mejor momento para la visita: otoño e invierno, ya que en verano las temperaturas son extremas.

Datos de la reserva: en 1972 se expropió la zona y en 1979 se la declaró reserva.

En 2006 una ley provincial creó el área natural protegida con el propósito de conservar el bosque nativo de quebracho y la biodiversidad.

Hay especial interés en preservar la reproducción del cardenal amarillo en peligro de extinción.