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Esquel y Trevelin, postales de la Patagonia

Qué hacer en estas dos localidades de herencia en un paso del Parque Nacional Los Alerces, en Chubut. El túnel del tiempo con la Trochita y una pantagruélica mesa de té.

¿Dónde encontrar un lugar de la inmensa Patagonia que sea a la vez majestuoso e íntimo? La Comarca de los Alerces, en los Andes de Chubut, califica para ambos adjetivos: sus bosques milenarios le dan grandiosidad y su amorosa conservación de las tradiciones la envuelve en intimidad.

La base del viaje en Esquel, el centro principal de servicios de la región y el punto de partida para recorrer los alrededores todo el año: en otoño por la belleza de los paisajes de lenga y coihue que viran del verde al rojo; en invierno por el vecino centro de esquí La Hoya, el más familiar y accesible de la Patagonia; y en primavera y verano para practicar escalada en roca, avistaje de aves en la laguna La Zeta y rafting en el río Corcovado. 

DATOS ÚTILES. Información útil para vivir una aventura en Esquel y Trevelin.

El pequeño gran tren

Pero Esquel tiene un mito propio que convoca a los viajeros de todo el mundo: la famosa Trochita, el "viejo expreso patagónico" que inmortaliza en las letras Paul Théroux y Bruce Chatwin. Todo lo que llega hasta este confín patagónico quiere conocer y tener su propia versión de esta experiencia que sorprende por lo accesible, cuando finalmente se descubre que no es solo un relato literario y un solo equipo que parte de Esquel hasta la localidad de Nahuel Pan. Son solo 20 kilómetros, pero alcanzan para internarse en la estepa y tomar contacto con la comunidad mapuche, que invitan a conocer su Museo de las Culturas Originarias.

A bordo, entretanto, todo en descubrimiento: la trocha de 75 centímetros de ancho, el penacho de humo que dobla junto con los vagones en las curvas, el vagón fotográfico abierto que eligen los viajeros para captar las mejores imágenes de los vaivenes del camino. Adentro, todo está como era entonces: por eso la Trochita es como sumergir en el túnel del tiempo de la mano de sus viejas locomotoras Baldwin y Henschel, tan intactas como las salamandras que calefaccionan el interior en invierno.

Bosque milenario

La otra gran razón de ser del viaje en Esquel es el Parque Nacional Los Alerces. Hace menos de un año se ganó con justicia el ingreso al Patrimonio Mundial de la Unesco, que reconoció el valor universal excepcional de su bosque milenario. Para proteger el medio ambiente de la selva de los bosques templados Valdivianos de la ecorregión de bosques templados valdivianos .

El parque nacional está a solo 50 kilómetros de Esquel y se puede visitar todo el año, aunque los distintos lugares están abiertos por las condiciones climáticas. Hay muchas excursiones y para todos los estados físicos, pero la imperdible es la que lleva a Alerzal Milenario, el corazón del área ahora distinguida por la Unesco, donde hay árboles que superan los 2.000 años de vida. Después de cruzar un puente colgante sobre las aguas verdes esmeralda del río Arrayanes, hay que embarcar en Puerto Chucao y navegar en el lago Menéndez hasta desembarcar en Puerto Sagrario: allí mismo comienza el paseo que tiene los árboles más antiguos. Al abrazar al Alerce Abuelo, de 60 metros de altura y más de los metros de diámetro, se puede sentir la emoción de estar frente a frente con un gigante que ya vivía en los tiempos de Jesús, de las Cruzadas, 

Un pueblo y un molino

Como explorar cansa, el reposo del viajero tiene un destino muy preciso al volver del parque nacional rumbo a Esquel: se llama Trevelin (para parecer local, acentúe el nombre en la segunda sílaba), el “pueblo del molino” según su linaje galés.

En octubre es famoso porque florecen sus tulipanes, pero durante todo el año hay que hacer un alto para probar el té, que es un auténtico banquete vespertino, según la tradición que legaron los primeros colonos. La estrella de la mesa es la torta negra, que solo tiene el nombre pero nadie le pide el pasaporte, porque es una receta inventada por los inmigrantes con fines especiales en las largas travesías en el barco. Sin barco de por medio, hoy sigue siendo la favorita del viajero que recorre la Comarca de los Alerces, este pequeño retazo del paraíso en la cordillera chubutense.