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Esquel y el reino de las aguas

Rodeada por lagunas, ríos y un enorme sistema de lagos interconectados, esta pequeña ciudad patagónica es la base perfecta para disfrutar de diferentes actividades.

La ciudad de Esquel no está recostada sobre un lago; no está atravesada por un río; no creció a la vera de una laguna; y sin embargo, es el sitio perfecto para emprender actividades como pesca con mosca, kayak de travesía, rafting y paseos lacustres hasta el corazón de la cordillera de los Andes.

Ocurre que Esquel está en el lugar justo y el verano es el momento apropiado. Las agencias de viajes y los prestadores turísticos de la ciudad son los baqueanos disponibles para descubrir dónde, cómo y cuándo se puede disfrutar de un sistema interconectado de 13 lagos y ríos en el Parque Nacional Los Alerces; o de los rápidos del río Corcovado; o de la pesca en el Futaleufú.


Al pie de los alerces.
El Parque Nacional Los Alerces se caracteriza por sus árboles milenarios y por albergar un sistema de lagos y ríos encadenados que permite embarcarse incluso fuera de sus límites, en Cholila, y avanzar por más de 70 kilómetros.

Los lagos Cholila, Rivadavia, Verde, Futalaufquen y Kruger; y los ríos Carrileufú, Rivadavia y Arrayanes conforman un escenario inmejorable. Pero cada uno de ellos tiene un visitante particular y una oferta especial. Por eso conviene saber de cada uno de ellos de acuerdo para elegirlo de acuerdo a los intereses personales.

De norte a sur, el primero de los lagos es el Rivadavia, definitivamente territorio de pescadores. En Bahía Solís, por ejemplo, donde sus aguas se derraman en el río también Rivadavia, se ven botes, bellyboats y cañas de fly cast de manera frecuente. Ese mismo cauce desemboca a su vez en el lago Verde, pequeño espejo de agua que refleja los colores del bosque de cipreses, lengas y coihues.

En sus orillas se encuentra El Aura, uno de los alojamientos más renombrados del parque, junto con la legendaria Hostería Futalaufquen diseñada por Alejandro Bustillo.

El lago Verde recibe sus aguas del río Rivadavia y en apenas unos pocos kilómetros las descarga en el río Arrayanes, generando dos magníficos pesqueros. Pero su encuentro con el río Arrayanes es mucho más que un sitio para pescar. Es el corazón del parque. Ahí se  encuentra la Pasarela, un puente colgante que permite cruzar el Arrayanes.

Luego, tras una caminata de 1.500 metros que bordea el breve río Menéndez, se arriba al lago del mismo nombre. Allí está  Puerto Chucao desde donde se inician dos recorridos diferentes pero atrapantes por igual. El primero, es la clásica excursión al Alerzal Milenario. Una navegación que permite arribar a Puerto Sagrario, un muelle ubicado en el extremo noroeste del lago, zona intangible poblada por la densa selva valdiviana. El nombre del paseo suele generar confusión, porque algunos viajeros esperan encontrarse con un bosque sólo de alerces, pero este recorrido es por la selva fría, que como tal tiene vegetación distribuida en pisos y una amplia biodiversidad. Entre las especies de mayor porte se encuentran árboles como el coihue y el ciprés, pero entre todos ellos sorprende el alerce o lahuán, que en lengua mapuche significa, “abuelo”. No todos los lahuanes que se ven son milenarios. Aquí y allá también aparecen jóvenes especímenes de apenas 500 ó 600 años, adolescentes esmirriados que aún tienen mucho por crecer.

Tras llegar al mirador del lago Cisne y visitar la cascada del río del mismo nombre, el paso culmina al pie del ejemplar de alerce más espectacular de esta zona del parque. Un lahuán de 2.600 años de antigüedad, más de 60 metros del altura y un tronco cuya base tiene más de dos metros de diámetro. Desde allí se regresa al Puerto Sagrario y se recorre nuevamente el lago hasta Puerto Chucao tras casi cinco horas de excursión.


Vegetación y navegación. La otra gran alternativa para combinar vegetación y navegaciones lacustres es la propuesta que permite llegar hasta la base del glaciar del cerro Torrecillas, también al noroeste del lago Menéndez.

La partida es desde el mismo Puerto Chucao y tras bordear la isla Grande, se desembarca a los pies del cerro. El trekking es exigente y transcurre entre bosques de cipreses y sectores de selva fría, para alcanzar, tras casi tres horas, la laguna alimentada por el propio glaciar. En este caso se comparte el trayecto con grupos mucho más pequeños y con guías de montaña y se tiene un contacto más cercano con la riqueza de este parque.


Villa Futalaufquen.
De regreso a la ruta 71, al dejar atrás la Pasarela, el camino gana altura y regala miradores del río Arrayanes para luego descender y volver a encontrar las aguas, esta vez del lago Futalaufquen. En realidad, denominarlo así es reiterativo, porque su nombre se compone de dos palabras mapuches "futa", que es grande, y "laufquen", que es lago. A lo largo de su margen izquierda se suceden a intervalos de tres o cuatro kilómetros, diversos alojamientos, desde campings y cabañas a hosterías. Una de ellas, Quimé Quipán, tiene un restaurante de gran nivel, se encuentra el punto desde donde parten las excursiones de kayak de travesía. Esta propuesta no exige  experiencia, basta con estar dispuesto a seguir las indicaciones de los guías.

Los kayaks dobles de origen canadiense, son de una gran estabilidad, fáciles de maniobrar y muy seguros, pero sobre todo, son capaces de brindar una perspectiva diferente de las aguas. Y son el vehículo para llegar a esas playas solitarias donde no hay lancha ni camino que puedan llegar.

Con tiempo, se puede planificar una recorrida de todo el parque, de norte a sur, a través de lagos y ríos a lo largo de varias jornadas con mayor carga de adrenalina.

Ya en tierra, sobre la ruta 71, se deben recorrer otros cinco kilómetros hasta llegar a la Villa Futalaufquen, centro administrativo y de servicios del parque. Otros cinco kilómetros conducen a Puerto Limonao, desde donde cada mañana parte la versión  completa de la excursión al Alerzal Milenario.

Otra opción seduce con un derrotero que permite descubrir el lago Krugger, con su acogedora hostería. Ese es el punto de llegada y de partida de un circuito que, en su mejor versión se puede recorrer a pie y en lancha. Se puede ir y volver hasta allí sin esfuerzo, pero es muy valorada la decisión de dedicar dos jornadas para desandar una caminata de 12 horas de ida que parte desde Puerto Limonao y termina en el lago.

A mitad de camino se encuentra Playa Blanca donde se puede hacer noche. Luego sí, es posible realizar el regreso en lancha surcando el Krugger, a través del mítico estrecho de Los Monstruos y luego el Futalaufquen.