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Escapada a Tandil, la tierra del buen salame

Representada por la famosa “piedra movediza”, que la convirtió en pueblo enigmático, Tandil es considerada uno de los principales centros turísticos del país. Amplia oferta en turismo rural y gastronomía con certificación de origen.

A 360 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, saliendo con rumbo centro-sur, entramos a un territorio con montañas de más de 500 millones de años, uno de los sistemas serranos más antiguos de Sudamérica. Se trata de las sierras de Tandilia, un paisaje rocoso con ríos y lagunas que contrasta con esa pampa húmeda y verde que domina (casi) toda la geografía de la provincia más importante del país.

Tandil se destaca por ser un destino buscado por los amantes del buen vivir gracias a una ruta gastronómica con productos que representan a esta región: sus quesos y sus embutidos.

Los salames de Tandil están considerados entre los mejores de Argentina. Esta calificación es avalada por la certificación DOT que obtuvieron en 2010, un sello de denominación de origen que garantiza normas de calidad de las materias primas y de su elaboración, lo cual hace que estos productos sean únicos.

Este fue el resultado del trabajo de casi 15 años que llevó adelante un grupo de productores y comercializadores que se unieron en la asociación civil Consejo de la Denominación de Origen de Salame de Tandil, con la que lograron promover y regular la Denominación de Origen Tandil (DOT) para estos chacinados, elaborados en la región.

De esta manera, lograron darle protección a una producción típica -ligada al patrimonio cultural- muchas veces vulnerada por copias e imitaciones. Estos fiambres de calidad premium son los bocados más buscados para las típicas y famosas picadas que ofrecen los bares y bodegones. Junto con otras elaboraciones al disco, en asadores a la leña, preparaciones con mariscos frescos provenientes de la cercana costa atlántica o las pastas caseras, los salames son la base de la cocina tandilense.

ESCAPADA. Información útil para una escapada a Tandil.

Turismo rural sustentable

Muy vinculado a su oferta gastronómica, el turismo rural también representa para Tandil una de sus principales actividades económicas. Con el apoyo del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), desde hace varios años se lleva adelante el programa Cambio Rural II, cuyo objetivo es generar una oferta complementaria a los servicios que brinda la ciudad bonaerense, dando protagonismo a los pueblos rurales de alrededor, con alto valor histórico y patrimonial, como Gardey, Fulton y María Ignacia, más conocido como Vela.

En Fulton, gracias a este programa, un grupo de mujeres se capacitó en panadería y repostería y, posteriormente, se instaló la fábrica de alfajores Estaful. De esa forma, no sólo desarrollaron una actividad comercial, sino que además crearon un producto con identidad: alfajores cuadrados elaborados artesanalmente.

Otro de los emprendimientos que se llevó adelante en Fulton fue Almacén Adela, un espacio que congrega a vecinos, lugareños y turistas. Funciona como bar y boliche, donde se puede cantar y jugar a las cartas, además de comer platos regionales. En Vela, por su parte, se revalorizó el Bar de Tito, sitio donde Osvaldo Soriano escribió gran parte de su obra No habrá más penas ni olvido. Otro atractivo se sitúa en Gardey, donde se encuentra Almacén Vulcano, que recrea el espíritu de los locales de antaño con sus techos altísimos, pisos de madera y estanterías con todo tipo de botellas.

La roca partida

El emblema de Tandil es la gran roca movediza, un enigma que se remonta hasta antes de la llegada de los españoles. La gran mole de 300 mil kilos, ubicada en lo alto de un cerro, domina el hueco de ingreso a una cantera. En su tiempo, solía congregar a los aborígenes que habitaban la zona, quienes la llamaban thaún-lil (“piedra que late”), atraídos porque esa estructura de 12 metros de largo por casi cinco de alto y 4,5 de ancho, se balanceaba aunque estuviera apenas apoyada en una base de 80 centímetros.

El tiempo pasó y la piedra movediza se convirtió en un atractivo turístico hasta que el domingo 29 de febrero de 1912, a las 17.10, la piedra cayó al vacío y se partió en tres pedazos. La caída levantó polvareda en el pueblo. Algunos decían que la habían detonado los picapedreros que trabajaban en la cantera, en una época marcada por las protestas sindicales y las huelgas. Otros, aseguraban que le habían hecho palanca, pero a pesar de las diferentes hipótesis, se llegó a la conclusión de que se había caído sola.

En la base del cerro, la piedra partida en tres grandes bloques yace, desde entonces, en la hondonada. Reencarnada en fibra de vidrio y reubicada en el mismo lugar, la “falsa piedra movediza” es hoy una representación inamovible del ícono tandilense.