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El Calafate y El Chaltén, escenarios soñados

Un paseo por rincones naturales del oeste de Santa Cruz, entre trekking con grampones y botas.

El Calafate cultiva la mejor virtud a la que puede aspirar cualquier geografía: sorprender, incluso, a quienes conviven a diario con sus paisajes. Y los viajeros que conocen a su hermana menor, El Chaltén –220 kilómetros al norte–, coinciden en que contagia la misma energía.

Abajo del agua, los bloques de hielo se multiplican. Algunos miden hasta 15 metros de altura; lo que asoma es sólo el 10% de su tamaño. Arriba, algunos cóndores planean como contemplando la escena. En medio del frío sureño, a la calidez la otorga el escenario.

DATOS ÚTILES. Información útil para conocer El Calafate y El Chaltén.

Big Ice o Mini Trekking, para elegir

En el mundo hay peregrinaciones religiosas y paganas. El glaciar Perito Moreno se amolda a cualquiera de las dos acepciones: a su modo, también es un lugar de culto, de fascinación, de idolatría.

Caminamos sobre el circuito de pasarelas con decenas de turistas que han convergido desde distintos puntos de América, Europa y Asia. ¿Belleza exterior o paz interior? Difícil de definir: el Perito Moreno nos hace gritar de admiración al tiempo que nos traslada a un estado de retrospección.

Y si mirar el glaciar implica sosegarse; desandarlo es entrar en acción. Ponerse los grampones y avanzar sobre el hielo se asemeja –imagino– a una experiencia lunar.

La excursión Big Ice dura unas doce horas y es ideal para quienes están dispuestos a hacer un poco de sacrificio. Encima de este lugar de la Tierra que menos se parece a la tierra, el hielo es blanco, celeste y azul. Como el fuego de la hornalla. Por momentos se siente que quema, y de fondo se escucha algún desprendimiento, como el ruido de una balacera, allá a lo lejos.

Si bien el recorrido consume el día completo, hay otra opción, el Mini Trekking, que calza perfecto con los que quieren pisar esta belleza natural y listo. En tanto, el gran objetivo de todos, el puente de hielo que se desprende frente a la pasarela, es imposible de predecir. Por aquí rumorean que es porque “los ángeles no se anuncian”.

Hacia el norte

Por un trazado surrealista de la ruta 40, que parece haber sido pintado por Salvador Dalí, vamos en busca de El Chaltén. Con un cielo que se nos cae encima, empalmamos con la ruta 23, y a la izquierda se asoma el lago Viedma. Más allá están el glaciar homónimo y sus aves, de vuelos rasantes, que invitan a seguir gatillando sin piedad la cámara fotográfica.

Este lugar democrático, nacido en 1985, todavía es un destino chico que debate, y sabe, que el progreso tiene sus riesgos. Un dato a saber y que va en contra de la creencia popular es que El Chaltén no forma parte del Parque Nacional Los Glaciares, sino que está a pocos metros de su línea de demarcación.

Cultura “trekker”

Se trata de un lugar en movimiento que siempre tiene novedades. Años atrás, las excursiones por el Parque Nacional se restringían a caminatas largas, excluyentes para mayores. Ahora, hay paseos cortos y fáciles como Chorrillos del Salto, Cóndores y Águilas. El premio mayor sigue siendo la Laguna de los Tres, con un terreno inestable y una pendiente pronunciada. En la última hora y media, algunos alcanzan a hacer todo tipo de promesas con tal de llegar al final. Eso sí, una vez en destino, la vida es más linda que antes. Adelante se impone el lago; y más atrás, los picos Saint Exupéry, Poincenot y Fitz Roy. Es un paseo terapéutico.

En el epílogo del viaje, mientras nos despedimos del pueblo y dejamos la Cordillera a sus espaldas, bien vale detenerse a orillas del lago Viedma para dedicarle una última mirada al imponente escenario donde la belleza conjugada del cielo y las montañas obliga a sacarse el sombrero frente a los caprichos de la naturaleza.