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De Tafí a Cafayate en auto

Un recorrido por el trazado que une los puntos turísticos más importantes de los Valles Calchaquíes, entre verdes tupidos y arideces repletas de viñas.

Con la ñata contra el vidrio. Es que, menos para el que maneja, el camino que sube desde la capital tucumana hasta Tafí del Valle es para no despegar la nariz de la ventanilla. Conviene estar rápido de reflejos si se pretende seguir la secuencia de cañas y pastos chatos, helechos y cascadas, bosques y prados. Sol sin lluvia o lluvia con sol. Hay que amigarse con el suspenso para adivinar lo que viene después de cada curva cerrada.

Hay que trepar y seguir trepando hasta llegar al Indio. No parar y seguir, o sólo para estirar las piernas frente al monumento del escultor Enrique Prat Gay, que ofendió el pudor de la esposa de un gobernador tucumano y ahora cubre su taparrabo con una pollera.

Vale comprar quesillo y preparar el mate, porque luego hay que apagar el aire acondicionado del auto, bajar los vidrios y dejar que la brisa haga lo suyo. También, acostumbrarse a que los cerros sean cada vez más altos y no preguntar por qué una de las curvas se llama “fin del mundo”.

DATOS ÚTILES. Información útil para recorrer los Valles Calchaquíes.

Aires de Tafí

Casi sin ningún cerro libre de construcciones, el intenso verdor de Tafí sigue presente. Tapiza cada retazo de las postales y sólo lo encubre el alpapuyo, un manto nuboso que avanza sobre el valle a la tarde.

“La Villa”, como le dicen a las pocas cuadras adoquinadas de la avenida Perón, es un ir y venir de locales y visitantes. El lugar dejó de ser un refugio para tucumanos y el crecimiento se hizo inevitable. Si bien hubo que actualizarse en muchos aspectos, en el rubro gastronómico aún rige el mandato de comida regional.

La cabalgata a El Pelao es sólo una de las tantas posibilidades que hay por aquí. Otra es la excursión por el borde del río Tafí, a bordo de un camión Mercedes Benz Unimog, que se hizo fama de indestructible durante la Segunda Guerra Mundial. La excursión combina un paseo off road por caminos vecinales, pasando ríos, lomadas y corrales de piedras, y la visita a algunos de los trabajadores que forman parte de la Ruta de los Artesanos.

Cumbres Calchaquíes

Desde Tafí, rumbeando para Salta, el trazado es siempre cuesta arriba. No muchos tienen el privilegio de llegar a El Infiernillo con cielo despejado y sol radiante. Desde lo alto, la vista impone respeto. Se siente un goce efímero por haber alcanzado ese punto con la certeza de saber que la ruta vuelve a descender.

El Observatorio Astronómico de Ampimpa y los cactus con forma de candelabro anuncian que Amaicha del Valle está cerca. Muchos pasan de largo o se limitan a ver el Museo de la Pachamama. Quizá ni se enteran que esta comunidad de origen diaguita es la única del país a la que los españoles le reconocieron la propiedad sobre sus tierras. Conservar esa autonomía es una lucha histórica.

A los pobladores no les simpatiza demasiado que los neo-hippies, esos que llegan creyendo que van a encontrar una solución mágica a sus vidas estresadas, la hayan rebautizado como “Jamaicha”. No es la imagen que quieren para el turismo. Lo que sí quieren mostrar son sitios arqueológicos como El Remate, el pueblo de Los Zazos o el desierto Tiupunco, por el que supo pasar el Dakar.

Más adelante se encuentra Colalao del Vale, último territorio de Tucumán, casi sin dar guiños turísticos. Sólo alguna que otra viña que se asoma a través de los patios de las casas coloniales y unos cuantos carteles rústicos que a metros venden higos y nueces.

“La tierra del sol”

Cafayate es uno de los destinos que mejor sintetiza los cambios que el turismo experimentó en la zona en los últimos 50 años. Una ciudad apacible con alma de pueblo, enclavada en el corazón de los Valles Calchaquíes y famosa mundialmente por sus vinos de altura. Poner un pie aquí es una invitación permanente a desandar un encadenado de viñedos y bodegas que saben sacar provecho de su tierra.

Como ciudad colonial, la “cuna del torrontés” aún conserva su arquitectura, sus calles y su iglesia del siglo XVIII. En el centro se destaca el Museo de la Vid y el Vino, un moderno edificio que se levanta en el expredio de la Bodega Encantada y propone un recorrido temático, pleno de estímulos visuales y sonoros, para envolver emocionalmente al público.