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Aventura y sabores de verano en Bariloche

Experiencias y paisajes que envuelven al turista son el complemento de playas a orillas de lagos transparentes en la Patagonia rionegrina.

Los colores parecen cobrar más intensidad en San Carlos de Bariloche. Compiten el turquesa del cielo y del lago Nahuel Huapi cuando está despejado; domina el amarillo intenso de las retamas; hipnotiza el rojo furioso de los ramilletes de flor del notro; las rosas mosqueta anticipan una formidable cosecha de su fruto y crecen desmadrados y atractivos los azules de los lupinos y una variedad de lavanda. Hasta el fucsia de la flor del cardo sería centro de mesa.

El conjunto compone un escenario en el que el visitante queda envuelto para ser parte de experiencias entre paisajes naturales de esa porción de la Patagonia Argentina, en la provincia de Río Negro, recostada sobre la Cordillera de los Andes, majestuosa y guardiana.

Si en invierno Bariloche es sinónimo de deportes de nieve, en verano sale a relucir como propuesta de actividades de aventura. Cada vez más la eligen por sus playas, pese a las aguas frías de los lagos. Y, además, siempre es un festival para el paladar.

DATOS ÚTILES. Información útil para una escapada a Bariloche.

La aventura no implica necesariamente prácticas de riesgo ni adrenalina a tope. Un plan que permite quedar sumergido en una experiencia privilegiada es la actividad que llaman “flotada”.

Consiste en una navegación en un gomón semirígido sin motor, junto con un grupo reducido que puede tener las edades más variadas. Rema el guía y el resto contempla deslizándose a favor de la corriente por las aguas calmas y transparentes del río Limay, a lo largo de 10 kilómetros. Según esté nublado o se despeje, algo que va sucediendo constantemente, el reflejo del río lo exhibe verde esmeralda o turquesa. De cerca, es transparente hasta dejar ver las piedras de su lecho y las truchas que pasan nadando. Son aguas sagradas y divisorias: son parte del Parque Nacional Nahuel Huapi y límite natural entre las provincias de Río Negro y Neuquén. A sus márgenes crecen sauces y arbustos típicos de la estepa patagónica y se levantan formaciones rocosas de origen volcánico, algunos macizos que dan lugar a nombres asociados a la imaginación. Por ejemplo, dos protuberancias casi idénticas que surgen en medio del río a las que bautizaron “Mellizas”. También, otra geoforma muy alta que dibujó la erosión a la que llaman “Anfiteatro”.

Los biguá y algún martín pescador se dedican a pescar su sustento, ajenos a los turistas que navegan esas aguas. El trayecto es silencioso; sólo se ve interrumpido por el canto de los pájaros y el sonido de las voces. En ese marco, es una tentación tocar el agua. Apenas una inclinación es suficiente para meter la mano en el río transparente y frío sin llegar a helado.

Cuando parece que ya se vio toda la maravilla que un paisaje envolvente puede ofrecer, la embarcación amarra en un sitio que parece un decorado de revista: es el parador El Mangrullo, que se levanta a orillas del Limay, con un parquizado de césped verde perfecto, flores multicolores en cacharros y macetas, un muelle como deck con un sillón cubierto con mantas tejidas y una pérgola de cuento.

Al caminar por ese sitio, la sensación es la de estar dentro de un cuadro. Pero devuelve a la realidad más vital el aroma de un suculento asado que incluye porciones de cordero y ensalada de papas saborizadas con salmuera con ajo. ¿Más es posible? El vino es un malbec patagónico que homenajea a La Poderosa, la moto con la que el Che Guevara recorrió el desierto patagónico junto con su amigo Alberto. Habrá tés entre frutos del bosque y chocolates a la hora de los postres.

Una variante del corolario de la flotada puede ser reemplazar el almuerzo criollo por una merienda de té con tortas en el quincho de El Mangrullo.

El regreso a Bariloche es por la ruta provincial 237 y admite una parada a la vera del camino, a la altura del Anfiteatro, para observar desde lo alto de un punto panorámico cómo corre encajonado el río Limay por donde acaba de hacerse la flotada. Hasta ese sitio donde los turistas observan de pie mientras el viento silba, al costado de la ruta, hace millones de años –antes de que emergiera la cordillera– llegaba un glaciar.

Como mágicas y encantadas, experiencias posibles en San Carlos de Bariloche.