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El arte de los cerros

La Serranía del Hornocal es una sinfonía casi geométrica en la montaña jujeña. El dibujo de la naturaleza y la experiencia de estar frente a un cuadro pintado por pinceles divinos.

No hay riesgo de spoilers. Pero después del estreno de Mi obra maestra (2018), la película de Gastón Duprat con Guillermo Francella y Luis Brandoni, en las redes sociales empezó a circular con insistencia una pregunta: ¿dónde queda el paisaje que inspiró la imponente pintura con la que empieza?

Para muchos, en cambio, había sido un reconocimiento instantáneo: esos trazos de óleo en punta y superpuestos, en una suerte de oleaje mineral donde los pigmentos de color se superponen en formas casi geométricas, eran parte de la Serranía del Hornocal. En Jujuy. Cerca de la mucho más famosa Quebrada de Humahuaca. Y a más de 4.700 metros sobre el nivel del mar.

DATOS ÚTILES. Información útil para descubrir Jujuy.

Un paisaje mágico

Dicen las enciclopedias, y cuentan los guías, que la Serranía del Hornocal es parte de una formación calcárea de grandes dimensiones, llamada Yacoraite, que va desde Salta hasta Perú atravesando la Quebrada de Humahuaca y el altiplano boliviano. La famosa Pollera de la Colla, un volcán de la región, es otro de los afloramientos de esta cadena montañosa que se declina en incontables matices coloridos, como si invisibles pero gigantes pinceles se hubieran divertido inventando detalles sobre el paisaje.

El Hornocal era -y es todavía, a pesar de su creciente popularidad- casi un desconocido en la región, donde la Quebrada de Humahuaca se lleva todos los laureles turísticos, sobre todo después de haber sido nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. No es para menos: de Purmamarca, con el Cerro de Siete Colores, a la Paleta del Pintor de Maimará, si algo no falta son valores y tonalidades dignos de una obra de arte.

Pero esta serranía quedaba algo oculta, a pesar de estar a solo 25 kilómetros de la visitadísima ciudad de Humahuaca. En parte porque el camino, que ahora fue mejorado, era mucho más difícil de transitar; y en parte porque la altura es mucho mayor y por lo tanto no tan accesible para todo tipo de viajeros. Sin embargo vale la pena -y mucho- el esfuerzo. Hasta la deliciosa montaña emblemática de Purmamarca parece achicarse cuando aparece este cordón que la duplica en matices y se conoce también como el Cerro de los Catorce Colores. Y se podrían seguir contando…

Media jornada

Si el viajero realiza el trayecto que va de Humahuaca a Santa Ana, un pueblito del corazón de la Puna, el Hornocal le quedará de paso. Pero probablemente no lo aprecie en todo su esplendor si le toca una travesía matutina, ya que los colores de la serranía “se encienden” a la tarde, cuando les da de lleno el sol. Una buena opción es tomar una excursión (o intentar con el propio vehículo, mejor si es doble tracción) desde Humahuaca. En general, los paseos duran medio día entre partida, permanencia y regreso.

No mucho después de la salida, pero sí unos cuantos metros más arriba, luego de una curva aparece este paisaje sencillamente espectacular: un gran corte en la montaña marca la distancia y, a lo lejos y al frente, se dibujan los triángulos regulares y en capas de colores del Hornocal, que parecen un gigantesco plegamiento del terreno (aunque no lo sea realmente).

Este mirador es la manera más habitual -y también la mejor- de apreciar el lugar: bajar hacia el Cerro de los Catorce Colores es posible pero la distancia es larga y la altura cansa. Además, la vista de conjunto es lo más espectacular que se pueda imaginar, sobre todo cuando el cielo despejado no proyecta la sombra ni de una sola nube. Después de sacar miles de fotos y probar algunas de las especialidades regionales que ofrecen algunos pobladores -muy pocos porque no hay aquí aglomeraciones turísticas- será la hora de volver, con el Hornocal ya convertido en un recuerdo inolvidable de la vasta geografía argentina.